Desde hace mucho tiempo no hago más que leer y escuchar análisis catastrofistas sobre la situación política española. Tengo varios amigos al borde del colapso, poco menos que dispuestos a hacer las maletas y hasta mi propia mujer aterrorizada “por lo que se nos viene encima”. Pero, como sentenció el Caudillo tras el atentado contra Carrero Blanco, no hay bien que por mal no venga (¿o era al revés?). En cualquier caso, por lo que a mí respecta, estoy decidido -aprovechando además el impulso de año nuevo- a mirar con buenos ojos la presente coyuntura y, en virtud de ello, quiero compartir con ustedes las razones, en forma de decálogo, por las que veo elementos positivos en la investidura de Pedro Sánchez.
La primera razón por la que tenemos que estar agradecidos al líder del PSOE es por haber despojado al socialismo español de su careta de moderación, un disfraz –nobleza obliga- que no siempre fue tal sino una opción que algunos de sus dirigentes –de Julián Besteiro a Felipe González- defendieron con convicción y que la mayoría de sus militantes –no nos engañemos tampoco en este punto- aceptaron a regañadientes o como mal menor. He conocido a muchos socialistas –compañeros, colegas y algunos, buenos amigos- y siempre me han parecido revolucionarios de salón, frustrados o apocados. En los últimos tiempos les decía medio en broma, medio en serio que de mayores, cuando se quitaran los complejos, terminarían siendo de Podemos.
Es una justicia histórica que el jefe de este último partido se llame precisamente Pablo Iglesias. El PSOE ha tenido siempre un concepto instrumental de la democracia, paralelo a su posibilismo (“accidentalismo”) ante la forma de Estado, que tan bien analizó Juan Francisco Fuentes (Con el rey y contra el rey. Los socialistas y la monarquía). Para el PSOE la libertad nunca ha sido el valor supremo o, dicho en otros términos, la democracia era un medio, nunca un fin en sí mismo, para alcanzar otros valores como la igualdad, la justicia social o el Estado del bienestar. Estos sí que eran los verdaderos objetivos.
Hay que reconocerle a Pedro Sánchez su sed de poder, su ambición sin límites, su audacia temeraria y hasta su maquiavelismo de mesa camilla. Pero nada de ello habría sido posible si previamente el sistema político español no hubiera degenerado en un pedestre sistema partitocrático
De ahí, naturalmente, que los contrapesos de poderes inherentes al sistema democrático fueran reputados de lastres u obstáculos en el camino de la sociedad anhelada. De ahí también que no se le reconociera legitimidad alguna a otras opciones o alternativas políticas, empezando por las motejadas de derechas o conservadoras. La Segunda República es un ejemplo de manual. Un socialista argüiría que no otra cosa hacía por su parte la derecha y yo no tendría empacho en reconocerlo, pero ello no invalida el argumento, sino que lo refuerza. La tolerancia y la aceptación del adversario, bases de la convivencia democrática, nunca se han dado bien en el solar ibérico.
La segunda razón por la que debemos aplaudir el acceso de Sánchez al poder es prolongación natural de la primera y radica en la forma en que lo ha hecho, aliándose con independentistas, nacionalistas en general y hasta provincialistas de nuevo cuño (Teruel existe). Más aún que con la democracia, el PSOE ha mantenido –en este caso no siempre pero sí en los últimos tiempos- una relación conflictiva con la noción de España como sujeto político soberano. Mientras aquella se asimilaba al franquismo o al centralismo (vade retro!), se alimentaban todo tipo de alternativas autonómicas como un bien en sí mismo.
El corolario de todo ello es esa paradoja que muchos aún siguen sin saber explicarse de cómo un partido que dice defender la igualdad entre españoles ha propiciado primero y luego sustentado la más flagrante diversidad real entre los territorios que integran esta teórica unidad política que seguimos llamando España. No menor es la paradoja de que un partido sedicente de izquierdas vaya gustoso de la mano de los más conspicuos conservadores y reaccionarios ibéricos (solo porque abominan de lo español y se envuelven en cualquier bandera distinta de la rojigualda). Gracias a Pedro Sánchez ya nadie podrá seguir hablando piadosamente de ambigüedad socialista en este terreno.
El tercer motivo de satisfacción sigue en la línea de despejar incógnitas y ambigüedades. El PSOE ha tenido también, históricamente hablando, un conflicto de amor-odio con la Transición. Las mejores cabezas socialistas la han defendido como un modelo a seguir –la superación del guerracivilismo- pero sin ocultar que aquello no fue del todo satisfactorio por múltiples razones. No fue posible la “ruptura”. “Se hizo lo que se pudo”, he oído decir incluso a los más ardientes defensores del proceso. En otras palabras, había una tarea política pendiente. Cuando Zapatero propulsó la “memoria histórica”, se encontró que el campo estaba abonado.
Nada tiene de extraño que las nuevas generaciones progresistas hablaran abiertamente en términos despectivos del “régimen del 78”, mera continuidad del franquismo, fundado en un pacto de olvido y silencio, refractario a la justicia histórica, ajeno a las víctimas de la dictadura. Había que negar radicalmente el franquismo, borrar todo atisbo de su existencia no ya solo en los monumentos cívicos sino hasta en el callejero y establecer la continuidad con el glorioso régimen del 14 de abril. Hasta ahora el PSOE se había resistido a sustentar ese discurso y había marcado distancias con sus promotores. Hoy no solo está coaligado sino que forma gobierno con ellos.
Encuentro una cuarta razón para el aplauso en el derribo de uno de los mitos más irritantes –al menos para mí- de nuestro sistema político, ese que presumía de la solidez de nuestro Estado de derecho y la independencia de los diversos poderes, empezando por la Justicia. Uno, modestamente, pensaba que ese era un cuento chino, con perdón, pero enseguida venía alguien docto con tono campanudo a amonestarnos por nuestro escepticismo. Bueno, pues gracias una vez más a Pedro Sánchez, quien ose de aquí en adelante en pontificar sobre el prestigio de nuestras instituciones tendrá que dar muchas explicaciones.
Tendrá que explicar por ejemplo cómo todo el entramado jurídico de la nación –los tribunales, en especial el Supremo y el Constitucional, la fiscalía y la abogacía del Estado y no digamos nada de los órganos jurisdiccionales de las autonomías- se amoldan más que solícitos, serviles, a las disposiciones del Ejecutivo. Si durante un tiempo estuvo en boga hablar del capitalismo de amiguetes, ahora, gracias –repito- a Pedro Sánchez, podría hablarse de un conchabeo generalizado para dar cuenta del cúmulo de presiones, prebendas y mercadeo (do ut des) que se ha instalado en la vida pública.
Tengo que reconocer que la quinta motivación que voy a consignar trasciende a Pedro Sánchez, aunque él constituye un digno ejemplo del mismo. Me refiero al modo de ejercer el poder, el puño de hierro (a veces en guante de seda pero más a menudo en forma de mazazo inmisericorde) con el que se golpea al rival o al simple disidente. En particular, en su propio partido el líder ejecuta una práctica de tierra quemada que supone la anulación no ya de la crítica sino del más modesto debate auténtico y, por supuesto, la aniquilación de cualquier competidor. Como digo, esto no es ni mucho menos privativo del actual secretario general del PSOE pero reconozcan que Sánchez ha sido particularmente expeditivo y eficaz en este terreno.
Las consecuencias de dicha práctica me conducen a un sexto motivo de reconocimiento, difícilmente disociable del anterior. “¿Dónde están las voces discrepantes del PSOE?”, he leído u oído con insistencia en los últimos días. ¿Dónde los barones? Muy sencillo: calladitos todos. Lo diré en aras de la claridad en unos términos vulgares que no son de mi predilección: Sánchez es el puto amo. Esto explica algo que muchos cándidos no entienden y que a veces plantean en términos ingenuos: ¿cómo es posible que un sujeto como ese haya llegado adónde ha llegado?
¿Se acuerdan las veces que nos han dicho que en los países anglosajones o en las democracias consolidadas en general la mentira arruina una carrera política? La séptima razón para mi elogio del personaje no es otra que su capacidad para darle la vuelta completa al mencionado aserto. Hay mucha gente que no entiende esto y cree que Sánchez miente de manera compulsiva. No hay tal: bien podría decirse del doctor Sánchez que está como un acendrado nietzscheano, más allá de la verdad y la mentira. Su concepción de la realidad y, por tanto, su uso del lenguaje, es relativista: el mundo es caleidoscópico y, por tanto, cada concepto significa una cosa distinta en cada momento.
La octava virtud de nuestro protagonista es tan obvia que ni siquiera sus más acendrados enemigos deberían regateársela. Me refiero a su desenvoltura dialéctica, No me malinterpreten, no digo que Sánchez sea un buen orador, que no lo es. Ni siquiera un buen parlamentario. Ni lo es ni le hace falta. Él es progresista. Lidera un gobierno de progreso. Trabaja por la igualdad de los españoles y las españolas. Y así sucesivamente. No sé si me explico. Su hegemonía en el campo de las ideas es abrumadora. Entiende perfectamente en qué tipo de sociedad estamos. Y lanza los mensajes que la sociedad demanda. Eso es todo. Y es más que suficiente. El problema es de todos los demás, los que no entienden algo tan simple.
Empezando, naturalmente, por sus rivales, que no consiguen tomarle la medida al personaje. Déjenme que atribuya a nuestro protagonista un noveno galardón que en rigor no es de él sino de la carencia especular de sus adversarios. Por decirlo en términos metafóricos, mientras estos pesan, Sánchez flota. La derecha intelectualmente indigente, heredera directa del rajoyismo, balbucea inútilmente sus proclamas. La derecha montaraz se quema en su propio fulgor. El centro derecha derrotado de Ciudadanos aparece desnortado. Como en el chiste de Eugenio, ¿hay alguien más ahí?
Una última razón, corolario de todo lo dicho hasta ahora. Hay que reconocerle a Pedro Sánchez su sed de poder, su ambición sin límites, su audacia temeraria y hasta su maquiavelismo de mesa camilla. Pero nada de ello habría sido posible si previamente el sistema político español no hubiera degenerado en un pedestre sistema partitocrático, peor aún, un sistema de camarillas cuya voracidad en la okupación de las instituciones solo es comparable con su sectarismo rampante y su cortedad de miras. Invocar a estas alturas sentido de Estado suena patético. Pedro Sánchez es simplemente el último fruto de este estado de cosas.
Cómo habrán podido comprobar estas diez razones son anteriores a la formación del gabinete, no aluden a la composición del mismo ni mucho menos al desempeño de las funciones de gobernación propiamente dichas. En este sentido debo añadir que no me cabe la menor duda de que en cuanto pasen unos días habrá otras diez razones como mínimo para añadir a la lista y probablemente a ustedes mismos se les ocurrirán muchas más e incluso más contundentes de las que yo les acabo de exponer, ¡Ah, una advertencia! Si son de esos que creen que debido a la debilidad e inestabilidad del gobierno nos espera una legislatura corta, mejor acuérdense del Dante: lasciate ogni speranza. Solo me queda desearles feliz legislatura.