Luis Rubiales, presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), cogió a Jenni Hermoso por la chola, y se la acercó a la suya para plantarle un beso en la boca. Como en todo, el contexto es importante para valorar este hecho. Las jugadoras de la selección española de fútbol avanzaban por un escenario en el que la Reina Leticia y de la Infanta sofía les felicitaban por haberse convertido en las campeonas del mundo. La última estación de la comitiva era la de Rubiales, que convirtió el besamanos en otra cosa. Le dió un abrazo a Jennifer, y luego le dió un beso en los labios.
Había un ambiente de celebración. Los que participaron en el acto debían estar eufóricos de contento por el gran logro de nuestras jugadoras en Australia. Compartir la alegría del momento con un abrazo parece de lo más adecuado. Pero el beso en la boca no. Y no se trata del gesto. Si fueran rusos, no le extrañaría a nadie. Pero la convención, en Occidente, es que sólo los novios se besan en la boca. Y, aunque no sea un gesto estrictamente sexual, sí forma parte de lo que pudorosamente podemos llamar el cortejo.
Cuando una persona encarna una institución, tiene que actuar de forma apropiada. De otro modo, su comportamiento personal mancha la institución y todos los legítimos intereses que representa. Pero la crítica a que se enfrenta Rubiales es otra. Él encarna, y renueva, una cultura de la violación, de la violencia sexual contra las mujeres
Hace años, esta acción de Rubiales hubiera creado una gran polémica. Pero sería bastante distinta de la actual. La prensa recogería los comentarios sobre una actitud grosera, avasalladora. O los que critican el carácter todavía mojigato de la sociedad española, que se escandaliza con un gesto de cariño. Otros señalarían que Rubiales no estuvo a la altura del decoro que exige un cargo público. Y con la renovada actualidad, se iría agotando esta serpiente del verano.
Hoy, el tono de la polémica es otro. Vivimos bajo el influjo de que lo personal es político. El beso es personal, y por esa vía ha llegado a la política. Los partidos políticos, de Bildu al PP, han pedido su dimisión. Y se ha convertido en el beso más famoso de la era crepuscular de nuestra democracia. El asunto es de una extrema gravedad.
La ministra de Igualdad, Irene Montero, ha mostrado su parecer sobre lo que supone culpar a Jenni por la actitud de Rubiales. Y la califica de “violencia”. Nadie ha dicho que ella fuera la causante de la situación, pero eso no le importa a la ministra. Lo da por hecho, y vuelca sobre su proposición una serie de consideraciones. “Culpar a las mujeres de las violencias que sufren… es cultura de la violación”.
Centra el debate sobre la consideración moral que merece el hecho (el de acusar a Jenni de favorecer la violencia contra ella), para que se debata sobre esa consideración, y no sobre si lo que afirma sea cierto. No lo es, claro, todo el mundo señala a Rubiales, y nadie a Jenni. Los dirigentes de Pudimos lo hacen con frecuencia. Pablo Iglesias recurría con frecuencia a esa peculiar forma de manipular.
La crítica que yo le hago a Luis Rubiales es que no ha vestido su cargo público con el necesario decoro. Cuando una persona encarna una institución, tiene que actuar de forma apropiada. De otro modo, su comportamiento personal mancha la institución y todos los legítimos intereses que representa. Pero la crítica a que se enfrenta Rubiales es otra. Él encarna, y renueva, una cultura de la violación, de la violencia sexual contra las mujeres.
Todo este asunto ha provocado una distorsión moral. El beso plantado a Jenni es motivo suficiente para que dimita. Su manoseo de salva sea la parte como gesto de celebración, también lo es. Pero Luis Rubiales ha protagonizado otros casos que eran más motivo de dimisión que este.
Nada más heredar el puesto de presidente de la RFEF del gran corrupto que fue Ángel María Villar, tomó la decisión de sustituir a Julen Lopetegui como entrenador de la selección absoluta. No voy a entrar en si fue o no una decisión acertada, pero entraba dentro de sus funciones. Mantiene una querella personal con el presidente de La Liga, Javier Tebas, que es muestra de una mala gestión humana, probablemente por parte de ambos. Pero tampoco es motivo de escándalo.
Es un escándalo todo el asunto de la actitud rebelde de 15 jugadoras de la selección nacional, pero Rubiales no es el causante. Y no parece que su gestión haya sido especialmente mala, en este caso.
Podrían serlo las acusaciones de su tío Juan sobre el mal uso de los fondos públicos, pero la cuestión no está resulta. Sí puede ser escandaloso que se haya pagado un viaje a Nueva York con una amiga a cuenta de los fondos de la RFEF.
Pero es inaceptable que hiciera que las jugadoras del Barça fueran a recoger sus medallas de campeonas de la Supercopa, sin que él u otra autoridad estuviese allí para entregarlas. Las dejaron en la mesa, para que las jugadoras las recogiesen.
Pero los grandes escándalos de Rubiales son otros. Por un lado, se dedicó a grabar sus conversaciones con otras personas, incluidas varias autoridades. Pero lo peor, con diferencia, fue la organización de la Supercopa en Arabia Saudita.
La RFEF pactó con la empresa Kosmos, del jugador del Barça Gerard Piqué, llevar la final de la supercopa a Arabia Saudita a cambio de una comisión de 40 millones por cada edición. Kosmos se lleva el 10%, 4 millones por edición, hasta 2029. Piqué convenció a Rubiales de la operación con estas palabras:
“A ver, Rubi, si es un tema de dinero, si ellos (el Real Madrid) por 8 irían, hostia tío, se paga ocho al Madrid y ocho al Barça… a los otros se les paga 2 y 1… son 19, y os quedáis la Federación seis kilos, tío. Antes de no quedaros nada, os quedáis seis kilos. Y apretamos a Arabia Saudí y a lo mejor le sacamos… le decimos que si no, el Madrid no va… y le sacamos un palo más o dos palos más…”
Lo más escandaloso del asunto es que hay margen para que se adultere la competición, y que se favorezca la participación del Real Madrid o del Barça por motivos estrictamente comerciales. Motivos que acabarán en el bolsillo del logrero Piqué, pero que también iban a acabar en el de Rubiales en forma de variable.
Que el presidente de la RFEF cobre por un acuerdo al que beneficia la presencia de dos clubs es escandaloso. No dimitió por ello. Pero terminará haciéndolo por el beso a la jugadora Jennifer Hermoso.
Foto: Sandro Schuh.