Promover un feminismo alternativo al feminismo de tercera ola no parece una estrategia acertada, porque da por cierto que hace falta un feminismo, lo cual mantiene vigente el marco de discusión impuesto por la izquierda posmoderna.
Lo que algunos llaman el «feminismo viejo» tuvo su razón de ser cuando las mujeres eran consideradas ciudadanos de segunda, lo cual era totalmente inaceptable. Hoy, sin embargo, esto ya no es así. Si de lo que se trata es de abordar cuestiones como, por ejemplo, la conciliación familiar, basta la voluntad política y social para ver la manera de mitigar ese problema. No es necesario constituirse en «ismo», porque no hay un estado de opinión contrario a la igualdad de la mujer y las leyes la garantizan.
El feminismo de tercera ola y el feminismo viejo, aunque se llame liberal, son movimientos colectivistas en los que la clave está en el sexo (género para el primero). En buena medida es como si hoy consideráramos que sigue vigente la lucha de clases. También, aunque se intente matizar de todas las formas imaginables, ambos dan por cierto que existe un «opresión estructural» en la sociedad que debe ser combatida desde el Estado.
Por supuesto, la sociedad no es perfecta, pero no lo es en general. Podríamos señalar otros «colectivos» que necesitan igual o mayor atención, por ejemplo, los mayores y ancianos, que en creciente proporción están desamparados y mueren solos. Pero a nadie se le ocurre que para afrontarlo haya que constituirse en «ismo», por ejemplo, «abuelismo». La sociedad es compleja y conflictiva por definición. Pero las visiones colectivistas de los problemas si algo han demostrado es que son inútiles… salvo para los partidos.