Da la sensación de que Pedro Sánchez haya amenazado con dimitir. Pero en realidad Sánchez cree que nuestra democracia es su Scattergories, y con lo que ha amenazado es con llevársela. No sabemos qué nos espera, pero sí que será un “punto y aparte”. Su pretensión de actuar contra periodistas y jueces independientes ha causado un notable revuelo, aunque siempre menor que el que debiera.
Bien, este asunto es importante. Pero no lo es, habitualmente, toda la hojarasca que revolotea por los medios de comunicación formada por las declaraciones de los políticos. Y en este tiempo, como una noticia más, colada en la sección de economía o de sociedad, apareció hace no mucho la noticia del número de nacimientos en España.
¿Por qué fracasa una pulsión atávica, vital en el sentido más estricto de la palabra, como es la de la procreación?
Europa Press titulaba así su información al respecto: España registró 322.075 nacimientos en 2023, nuevo récord a la baja desde 1941, según el INE. 2014 fue el último año en que creció el número de nacimientos, y desde entonces, cada nuevo ejercicio marca un nuevo mínimo. La comparación con 1941 es muy significativa, porque entonces había 26 millones de españoles, y la Guerra Civil había terminado en abril de 1939. Pero entonces, la tasa de fertilidad era de 2,47 hijos por mujer, y el año pasado fue de 1,12. Estamos a un hijo por mujer de alcanzar la fecundidad de reemplazo.
A esta noticia, que es de febrero, le siguió otra del último día de abril. El Banco de España, en su informe anual, señala que mantener el sistema de pensiones públicas exigiría traer a casi 25 millones de inmigrantes. Las cuentas las ha hecho The Objective: “Para que la tasa de dependencia en 2053 permanezca en el 26,6% de ahora -sostiene el órgano regulador-, dado que los mayores de 66 años proyectados por el INE se cifran en 14.847.105, se necesitaría un colectivo entre 16 y 66 años de 55.897.931. Por tanto, y según los supuestos del INE, en 2053, habría 12.355.237 nacidos fuera entre 16 y 65 años y 18.870.103 nacidos en España, por lo que si se mantiene este último número se requeriría que en 2053 hubiera 37.027.828 personas nacidas fuera entre 16 y 65 años. Es decir, en 2053 se necesitarían 24,673 millones de inmigrantes más en edad de trabajar”.
Cuando observamos los datos demográficos, nos entra la sensación de ser la tortuga Morla en el Pantano de la Tristeza, que aparece en la Historia Interminable. Observamos, sin esperanza ni consuelo, una realidad decadente sobre la que no podemos actuar.
Por ejemplo, la descendencia final en España según el año de nacimiento de las mujeres superaba los tres hijos para las nacidas en 1907, luego se estabilizó en los 2,5 de media en las nacidas entre la segunda y la quinta décadas del siglo. En cuanto el año de nacimiento se va alejando de la mitad del siglo, la descendencia final va cayendo hasta llegar a quedar claramente por debajo de los 1,5 hijos en el caso de las nacidas en 1975.
Quienes nacieron ese año, por cierto, van a cumplir 50 años. No es ya edad de concebir muchos hijos, pero debemos saber que no es sólo que caiga la fertilidad de las mujeres, sino que se retrasa: “Los nacimientos de madres de 40 años o más aumentan un 19,3% en la última década y los de las madres menores de 25 caen un 26%”, nos dice la información de Europa Press.
No hace falta ofrecer más datos al respecto. La población española no se regenera, y aunque morimos menos porque atendemos mejor a los que estamos, tenemos cada vez menos niños. Lo que conocemos como pueblo español se empequeñece cada década. Y nuestro suelo albergará a una población decreciente, o con una raíz crecientemente distinta. No creo que este profundo cambio ponga en riesgo algo tan precioso como la cultura española, pero es muy pronto para saberlo.
Como todo fenómeno social, el decaimiento demográfico es complejo. Pero me voy a fijar en un aspecto particular. Son los llamados DINK, acrónimo de las palabras en inglés Double Income No Kids (dos ingresos sin hijos). El significado es evidente: parejas sin hijos. Algunos de ellos están en esa situación porque todavía no tienen hijos, pero los tendrán más adelante.
Otros están retrasando la decisión de dar continuidad a la familia porque se interponen otras prioridades. Lo acabamos de ver: no es sólo que se conciban menos hijos, sino que se tienen más tarde. Casi el 62 por ciento de las parejas no se plantea tener hijos en los próximos cinco años. Esa postergación es ya problemática, porque cada año que se retrasa la decisión de tener hijos, a partir de cierta edad, hace menos probable tener éxito. Además, claro, de que la pareja no podrá tener ya los hijos que hubiera podido alumbrar en el pasado.
Por último, hay parejas que han decidido no tener descendencia. Según el INE, hay 2,9 millones de hogares formados por parejas sin hijos; más del 15 por ciento del total. Es una realidad suficientemente importante como para prestarle atención. ¿Por qué fracasa una pulsión atávica, vital en el sentido más estricto de la palabra, como es la de la procreación?
Por un lado, si se le pregunta a los españoles (volvemos a la encuesta de Sigma2), los que no se lo plantean a corto plazo hacen referencia a la situación económica: la vida es muy cara (37,1%) o el trabajo es inseguro (18,5%). Y algo hay de eso, pues el fenómeno DINK se ha asentado después de la gran recesión de 2008. Pero por otro, los dinks españoles mencionan que tener hijos resultaría para ellos un sacrificio personal y profesional (19,9%).
Y en realidad todas las razones son la misma. Las parejas no quieren verse obligadas a renunciar a su tren de vida, bien porque la vivienda está muy cara, bien porque hay incertidumbre en el trabajo, bien porque con un chupete en casa las posibilidades de hacer el segundo viaje del año se reducen mucho. Luego no son las circunstancias exteriores las que aconsejan a estas parejas retrasar la decisión de cambiar sus vidas para siempre, sino sus preferencias. Porque esas circunstancias eran mucho más duras en los años 70’, por ejemplo. No digamos en el año 41.
Para algunos jóvenes, tener un hijo es una decisión difícil, por la inseguridad laboral. Pero también parece ser que muchos jóvenes no se atreven a tener hijos en un entorno incierto, se acostumbran en los primeros años de experiencia profesional a un cierto nivel de vida, y les cuesta hacer las renuncias que serán inevitables, si dan el paso. Se aferran a su nivel de vida.
Álvaro Criado, en La Razón, dice que “la composición de estas familias están formadas, por lo general, por dos personas de clase media-alta, con estudios avanzados y profesiones especializadas, las cuales priorizan frente a la maternidad y paternidad, respectivamente”. Hay realidades muy diversas detrás de esta abstención, pero sí parece que la descripción hecha en La Razón encaja en una alta proporción de casos.
¿Hay algo de egoísmo en esas decisiones? A mí me cuesta mucho hacer una valoración así, cuando además hay circunstancias muy diversas. Pero sí parece que hay mucho materialismo, mucha miopía temporal (miramos al presente y no al futuro), y mucho rechazo del mundo actual.
Foto: Ben White.
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