En ocasiones somos testigos en el mundo occidental, del derrocamiento de estatuas como la de Ulysses Grant o Thomas Jefferson por parte de quienes los consideran hombres responsables de fenómenos como la colonización o la esclavitud; es el símbolo de la rebelión contra la cultura occidental.

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Es verdad que la historia se ha desarrollado de manera que el nacimiento del capitalismo y la democracia liberal se han entrelazado inextricablemente con la conquista del mundo por el hombre blanco, lo que llevaba consigo la explotación inhumana y despiadada de esclavos deportados de África a las plantaciones del Nuevo Mundo.

Parece una paradoja del ser humano que, mientras que en América e Inglaterra se derriban estatuas consideradas símbolos de la opresión occidental, en lugares como Alemania se erija un monumento a Lenin, el feroz enemigo del modelo occidental

Pero si observamos la historia desde una perspectiva más amplia que incluya los tiempos anteriores al siglo XVI, cuando Europa empezó la colonización del mundo, se puede concluir que la historia de la humanidad siempre ha estado entrelazada con la violencia, independientemente del color de piel, el sistema económico o la religión. Los grupos de cazadores-recolectores lucharon entre ellos sin piedad por el control de un pedazo de tierra. Según los estudios, por lo menos una quinta parte de los hombres de estos grupos moría como consecuencia de la violencia y de la lucha con miembros de otro grupo. La esclavitud y la servidumbre ha acompañado al hombre desde tiempos pretéritos, desde las primeras civilizaciones en la antigua Sumeria.

La esclavitud y otras variadas formas de servidumbre nacieron cuando el resultado del trabajo de un hombre rendía más que el valor del producto necesario para sobrevivir. Adquirir con fuerza la parte del producto del trabajo de los demás permitía vivir una vida más prospera a las elites guerreras, que se convirtieron en los dueños del trabajador a través de la esclavitud. Fue entonces, aproximadamente hace 6.000 años, cuando surgió la elite guerrera y aristócrata, que redujo a los productores de su propia sociedad y a otros pueblos extranjeros a diversas formas de servidumbre mediante el uso de la violencia física. Para esta elite, la única forma de vida digna era luchar y ser despiadado, puesto que se consideraba el trabajo como algo indigno. Por el contrario, a los esclavos les queda el trabajo duro y una vida miserable inimaginable para nosotros. La elite teocrático-sacerdotal se unió a la elite militar y dio legitimidad a un sistema que había nacido del deseo de dominar a los demás y del ejercicio de la violencia física.

Por supuesto, la sociedad antigua basada en el poder militar, era un juego de suma cero, en el que uno solo podía enriquecerse a costa de los demás. No es un milagro que en la Biblia y en algunos autores clásicos quede claro que la relación entre pobres y ricos está basada en que la riqueza de las elites corre a cargo de la pobreza de los trabajadores.

A lo largo de miles de años, el mundo funcionaba según la misma lógica: nacían y morían imperios, pero la distancia entre las elites libres y las capas trabajadoras permanecía inalterada; las fuerzas militares, que trazaban los imperios, solo podían aumentar su poder y riqueza mediante el control y la explotación de más pueblos extranjeros.

Por tanto, no es nada especial lo que ocurrió entre los siglos XV y XVIII. Las élites de las potencias europeas emergentes utilizaron su creciente poder militar para aumentar su riqueza personal y sus recursos mediante la colonización, sometiendo a la esclavitud a los pueblos conquistados con cruel violencia. Para solucionar el acuciante problema de escasez de obra de mano en las colonias, se importaron esclavos desde África. La historia se repite. El más fuerte explota al débil robándole los frutos de su trabajo y tratándolo como una herramienta útil, obligándolo a trabajar como esclavo para producir riqueza para las elites.

Lo que es prácticamente una paradoja y una novedad en la historia del mundo es que Occidente aboliera la esclavitud y la servidumbre como consecuencia de su propia evolución interna durante del siglos XVII y XVIII, no solo en las zonas que estaban bajo su dominio, sino también en otras partes del mundo, obligando a otras civilizaciones que usaban esclavos, a liberarlos haciendo todo lo posible por poner fin a esta explotación inhumana, que se basaba en la consideración del hombre como una mera herramienta.

¿Por qué se produjo este cambio realmente revolucionario en Occidente, que abolió la esclavitud y la servidumbre cambiando el rumbo del mundo?

Básicamente, se debe a la interacción de muchos factores, entre los que destacan la imagen cristiana del ser humano y la expansión de la economía de libre mercado y la burguesía con valores pacíficos e igualatorios, frente a los valores jerárquicos de las elites militares y los oligarcas aristocráticos.

Los frailes dominicos españoles fueron los primeros en protestar contra el trato cruel de los indígenas en América. Conducido por la visión del hombre cristiano se asustaron ante la crueldad de sus compatriotas y defendieron que, según la imagen bíblica del hombre, no se puede tratar a otro ser humano como a un animal. Fray Bartolomé de Las Casas en su obra Brevísima relación de la destrucción de las Indias, denunció las atrocidades de los conquistadores españoles. La obra tuvo un gran impacto: Carlos V promulgó las primeras leyes que limitaban la crueldad al trato de los indios y escritores europeos como Montaigne, Ronsard y Voltaire, formaron opinión pública gracias a su influencia.

En el mundo anglosajón, las iglesias protestantes inconformistas, incluidos los cuáqueros y los metodistas, jugaron un papel particularmente importante en el siglo XVIII al condenar la esclavitud; poco a poco, reconfiguraron el pensamiento en los países protestantes y formaron una opinión pública contraria a la esclavitud. Gracias a las acciones de estas órdenes, las iglesias cristianas y el propio clero, la trata cruel de los esclavos y más tarde la esclavitud misma en el Occidente, se volvió moralmente inaceptable.

Este giro en la percepción inmoral de la esclavitud gracias a la imagen cristiana se vio reforzado con la difusión del libre comercio y por la creciente aceptación de los valores burgueses; quizás no sea casualidad que el propio fray Bartolomé procediera de una familia de comerciantes.

Francois Guizot, a mediados del siglo XIX, descubrió que la peculiaridad más importante en el desarrollo de occidente, fue que en la Edad Media las ciudades pudieron mantener sus libertades internas y por tanto, los habitantes de las urbes eran independes y libres, lo que suponía un contrapeso y una alternativa al mundo de las elites militares y aristócratas cuyo poder se basaba en la relación de vasallaje y servidumbre. Las ciudades conservaron el espíritu de libertad greco-romano y el concepto de libertad personal. El aire liberador de la ciudad no solo era un dicho sino una realidad: los que huían de la servidumbre podían encontrar refugio en las ciudades. El crecimiento del comercio y la industria y, con esto, la importancia de las ciudades y la burguesía, hizo universal el principio de libertad civil en occidente. Este principio de libertad unido al cambio en la percepción moral de la esclavitud que promulgó el hombre cristiano obligó a abolir todas las formas de servidumbre y la esclavitud.

El concepto de libertad personal que incluye también a los esclavos como derecho básico del hombre, fue declarado por primera vez en 1760 por George Wallace, un abogado escocés en cuyo libro sobre los principios de la ley escocesa afirmaba que el hombre no puede ser una mercancía comercial. Wallace sostenía que un esclavo tiene derecho a declararse hombre libre a sí mismo ya que ningún ser humano puede perder su libertad. Si un esclavo entra en suelo escocés, tiene derecho a la libertad. La posición de Wallace influyó en la formación de la posición antiesclavista y el artículo de la Enciclopedia francesa sobre la esclavitud.

El mismo principio también fue consagrado en la ley inglesa en 1765, cuando fue aceptado que, si un esclavo entra en la tierra de Inglaterra, se convierte inmediatamente en una persona libre. Este principio se puso en práctica mediante una decisión judicial de 1772 que concedía a un esclavo la libertad contra su antiguo señor.

La idea de libertad apareció por primera vez como un derecho general en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos en 1776, cuyo texto no solo influyó en la evolución de los Estados Unidos, sino que también inspiró la Declaración de Derechos Humanos y Civiles, el primer y quizás más significativo documento de la Revolución Francesa. Aunque ninguna de las declaraciones proclamó la abolición inmediata de la esclavitud, estas ideas proporcionaron una base moral en los años siguientes para que los estados occidentales la suprimieran definitivamente.

Los pensadores de la Ilustración escocesa, especialmente el eminente Adam Smith, se pronunciaron contra la esclavitud y la colonización, y abogaron por un nuevo mundo basado en el libre comercio y en la gente libre. En el caso de Smith no solo fue importante su posición moral, sino también su descubrimiento de que la clave de la riqueza de las naciones está en la energía creativa del hombre libre que encuentra soluciones cada vez más eficientes en el curso de su trabajo, produciendo así un volumen cada vez mayor de productos gracias a lo que la gran mayoría de la sociedad no tendría que vivir en la miseria como en tiempos anteriores. Smith argumentó que la conquista y protección de las colonias solo aporta dinero a quienes está en el poder, a la elite militar, a los funcionarios coloniales y a una clase reducida de empresarios colocados en una posición monopolística por el estado.

En la misma época, el auge del libre mercado había cambiado las sociedades occidentales especialmente, en Inglaterra. En el mercado tienen éxito aquellos que poseen la energía suficiente y ponen en marcha ideas innovadoras, incluso a pesar de sus condiciones humildes. La clave del éxito en el mercado es que el producto coincida con los deseos de los compradores y así será apto para satisfacer las necesidades de los consumidores. El juego de suma cero se ha transformado en el juego ganar ganar: los productores obtienen dinero si producen cosas que capten la atención de los consumidores, mientras que los consumidores podrán satisfacer sus necesidades.

Así, fue el libre mercado el motivo que desató la capacidad creativa del hombre hasta entonces sofocada por la esclavitud o la servidumbre feudal. La expansión de la libertad y la economía de libre mercado elevó la importancia de los recursos humanos personales como la destreza del trabajo, los conocimientos, la capacidad de pensar e innovar y convirtió el trabajo en una actividad humana digna. La esclavitud y la servidumbre como factores de producción se tornaron antiguas costumbres bárbaras e ineficientes.

La legitimización de la libertad y el principio de orgullo nacional basado en la libertad individual eran incompatibles con la existencia de la esclavitud en las colonias. A medida que crecía el círculo de quienes eran libres y apreciaban sus libertades, también crecían las voces de aquellos que temían el poder de la elite rica; en particular, los partidos republicanos radicales vislumbraban un orden democrático basado en ciudadanos libres y autónomos.

El mismo tiempo, la expansión de la idea de libertad estaba acompañada de un fortalecimiento de la idea de afectividad y solidaridad humanitaria contraria a la aceptación gratuita de la violencia y la crueldad. La tortura judicial fue abolida en Inglaterra en 1640, y la Declaración de Derechos de 1689 terminó con la tortura como castigo. La legislación continental fue especialmente influenciada por Cesare Beccaria que, en su libro De los delitos y las penas, publicado en 1765, argumentaba contra el castigo cruel. Los gobernantes absolutistas ilustrados también cayeron bajo el influjo de un nuevo estado de ánimo público, y se promulgaron leyes para restringir los procedimientos crueles.

A finales del siglo XVIII, la prensa local, los folletos políticos y los documentos de debate, las disertaciones, los libros, las novelas y poemas sentimentales y humanistas se volvieron cada vez más importantes en la formación de la opinión pública y argumentaban contra la esclavitud.  En particular, la prensa de las emergentes ciudades industriales inglesas, como Manchester, Leeds, Leicester y Birmingham se manifestaron fuertemente contra la esclavitud.

La protesta contra la esclavitud fue también uno de los primeros temas donde surgió el argumento por la igualdad de las mujeres. Catherine Macaulay, Mary Wollstonecraft, Hannah More y Harriet Martineau hablaron en contra de la esclavitud y hablaban de relaciones más igualitarias entre hombres y mujeres.

Gracias a esta diversidad de pensamientos con múltiples velos que confluyen en una misma idea, la de erradicar la trata de esclavos y abolir la esclavitud, nace entre 1770 y 1780, el primer y real movimiento de masas en el Occidente burgués.  En Inglaterra, este movimiento de masas creció a pesar de que, en el proceso de colonización inglesa intervinieron un número significativo de comerciantes, fabricantes y trabajadores de las ciudades portuarias e industriales que ganaron una suma considerable con la esclavitud. Sin embargo, el movimiento de masas que defendía una nueva moralidad finalmente prevaleció, e incluso políticos prominentes como Edmund Burke se opusieron a la esclavitud.

En Estados Unidos, la postura contra la esclavitud fue dominante en los estados del norte. Vermont prohibió la esclavitud por primera vez en 1777 y luego, Pensilvania decidió en 1780 que un niño nacido esclavo sería liberado al llegar a la edad adulta. Como sabemos, se necesitó una sangrienta guerra civil en Estados Unidos para romper la resistencia de los estados esclavistas de las plantaciones.

El hecho de que la esclavitud sea reconocida en la actualidad como una acción bárbara y moralmente deplorable, es la consecuencia de la transformación cívica del pensamiento en el Occidente entre los siglos XVI y XVIII.

Parece una paradoja del ser humano que, mientras que en América e Inglaterra se derriban estatuas consideradas símbolos de la opresión occidental, en lugares como Alemania se erija un monumento a Lenin, el feroz enemigo del modelo occidental. Quienes quieren destruir las estatuas del pasado con la promesa de una utopía de igualdad aún mayor, podrían llevarnos de nuevo,  a un mundo de esclavitud.

***Andras Toth, Doctor en Sociología y BA de Administración del Estado.

Foto: British Library.

Originalmente publicado en la web del Instituto Juan de Mariana.

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