Aunque el abandono escolar viene disminuyendo progresivamente desde hace años en España, llama la atención que sea un 80% superior a la media europea y la tasa de abandono masculina siempre sea superior a la femenina. Según datos de Eurostat (2017) la proporción de fracaso escolar es muy superior entre los chicos (22,7%) que entre las chicas (15,1%).
Si vamos a datos de la OCDE y del informe PISA hay un 14% de fracaso escolar masculino frente solo un 9% de chicas. Se entiende por dicho fracaso no conseguir el nivel básico de las tres áreas evaluadas: lectura, matemáticas y ciencias. El problema de este mayor fracaso escolar masculino, pese a las diferencias entre países, se observa, por tanto, en todo el orbe desarrollado.
Si nada cambia, habrá en una década dos mujeres graduadas por cada hombre
El psicólogo Richard Whitmire se pregunta en su blog y libro Why Boys Fail?, qué es lo que ha pasado para que haya muchas más chicas que chicos motivadas en ir a la universidad. En 2011 un 60% de los graduados universitarios eran mujeres, frente a un 40% de hombres. Según este autor, apoyado en estadísticas recientes, en un futuro próximo, las mujeres van a dominar en número la educación superior estadounidense. Si nada cambia, habrá en una década dos mujeres graduadas por cada hombre. Esta brecha educativa entre sexos o géneros (sex / gender gap) parece confirmarse en otros países desarrollados igualmente.
Whitmire considera que las explicaciones socio-económicas no son completamente satisfactorias. Factores como raza o etnia tampoco parecen ser determinantes según otros estudios recientes (también en Sommers). Aunque los chicos de extracción humilde estén más afectados por el fracaso escolar, la diferencia entre sexos se mantiene de modo transversal por todos los estratos. Otra explicación que se ha esgrimido es la existencia de las nuevas distracciones digitales o la cultura tóxica que transmiten. Pero esto es algo que igual afecta a las chicas, también distraídas por las pantallas. La teoría de Whitmire es que el mundo, en su paso desde la economía basada en los sectores primarios y secundarios hacia la sociedad de la información, se ha vuelto más verbal y las escuelas han permitido que los chicos se queden atrás en sus habilidades lecto-escritoras.
El psicopedagogo español Jaume Camps i Bansell, autor de Inteligencia de género para la escuela, coincide al señalar factores similares. Primeramente, habría que señalar que la plena incorporación de la mujer al mundo del trabajo y la educación ha creado una creciente feminización de la profesión docente, especialmente en las primeras etapas donde hay plena coeducación sexual. Los chicos suelen carecer, por tanto, de referentes masculinos en las primeras etapas educativas. Esto refuerza un “currículo oculto” fruto de prejuicios sexistas tales como que las tareas escolares, como parte de las tareas del cuidado, serían más propias de mujeres.
Las chicas, por las diferencias biológicas del cerebro femenino frente al masculino estarían, en principio, más avanzadas en lecto-escritura, la base de la escuela. Si estas son habilidades enseñadas por mujeres y actividades donde las féminas sobresalen, los varones pierden el interés, y de modo inconsciente ven en la lecto-escritura “algo de chicas”. Nace así una subcultura sexista que los hace menos comprometidos con las tareas y el estudio y los vuelve más proclives a conductas disruptivas en el aula.
Habría que añadir a esto el problema del entorno educativo y el currículo actual, que deja menos tiempo para que los niños pasen tiempo en espacios abiertos donde puedan liberar su energía en deportes, juegos o pruebas físicas. No debe extrañar que el problema del TDAH, junto con otros factores -genéticos, dietéticos, psico-conductuales, neuro-biológicos, sociales-, y sobre todo en los casos de los falsos diagnósticos, tenga también esta lectura de género que también explica la masculinización del fracaso escolar.
Además, como explica el psicólogo clínico Jordan B. Peterson, mientras que el cerebro de las chicas se enfoca en las personas, la comunicación y las relaciones sociales, el de los chicos se enfoca en cosas, espacios y objetos; los niños varones necesitan experimentar cierto riesgo controlado en espacios abiertos y en actividades físicas que les permitan aprender asumir responsabilidades sobre sus propias vidas y ejercer la libertad. Esta es igualmente la misma filosofía de pedagogías no directivas en espacios abiertos como la Reggio-Emilia o la Forest School.
Como señala la feminista disidente Cristina Hoff Sommers en un entorno que ha visto como positivo e igualitario para las mujeres la completa coeducación en un sistema que segregaba y segrega por edades en “cursos”, no se ha tenido en cuenta las diferencias biológicas entre sexos y cómo éstas afectan a los estilos de aprendizaje y a los entornos educativos necesarios para un tipo y otro de cerebro.
Hombres y mujeres, por una cuestión hormonal y de fisiología, tenemos diferentes necesidades cognitivas, afectivas y psicomotoras, que afectan a nuestro desarrollo y aprendizaje
Según las investigaciones de Dan Hodgins sobre la diferencia neurológica de estilos de aprendizajes entre cerebros masculinos y femeninos habría que entender que estas diferencias sexuales, no significan realizar discriminación alguna o comparación de tipo jerárquico, sino entender, como pone de manifiesto la investigación de la neurociencia, que, hombres y mujeres, por una cuestión hormonal y de fisiología, tenemos diferentes necesidades cognitivas, afectivas y psicomotoras, que afectan a nuestro desarrollo y aprendizaje. Este conocimiento debería motivar y empoderar a ambos sexos a desarrollar todo su potencial en cualquiera de las áreas de desempeño que se apliquen, sin que haya situaciones de desventajas para ninguno.
La lógica de una escuela que segrega por edades debería llevarnos igualmente, si no a segregar, al menos a diferenciar por sexos en algunas materias, porque los ritmos de crecimiento y desarrollo de hombres y mujeres, generalmente difieren, aunque pueden equipararse de media una vez se alcanza la madurez. La coeducación de sexos sólo puede funcionar si se elimina la segregación por edades o cursos en un modelo educativo más abierto e integrador, o bien, si se mantiene, como opina Jaume Camps, mediante una educación diferenciada al menos en aquellas materias en las que puede haber una mayor carga de género como pueda ser la lectura, la educación física, la educación sexual o la tecnología.
La solución no pasa, por tanto, por segregar por sexos o introducir más referentes masculinos adultos, sino esencialmente entender que el aprendizaje de hombres y mujeres requiere una aproximación diferenciada en contenidos y formas en algunas materias.
Esto, lejos de ser una propuesta sexista, es una propuesta inteligente que ya está funcionando en Estados Unidos, Reino Unido y Suecia para frenar el fracaso escolar masculino (Aguiló Pastrana 2015). Comprender estas diferencias es fundamental para entender y prevenir este fracaso y sus futuras consecuencias en un mayor desempleo de los hombres, y sus eventuales conductas inadaptadas y autodestructivas como adicciones, implicación en actos violentos o delincuenciales.
La pedagoga sueca Inger Enkvist, discípula de Ken Robinson, fue acallada por los diputados de ERC cuando, en la discusión de la ley educativa en el Parlamento de Cataluña, quiso mostrar los resultados positivos de la educación diferenciada. El resultado fue que la ley de educación vigente en Cataluña (art. 2.1.m) consagra la coeducación y tiene como anatema cualquier cuestionamiento de la misma.
El feminismo corporativo, excesivamente autocompasivo, anticapitalista o misándrico, ha planteado la guerra de los sexos como un juego de suma cero donde las mujeres tienen que ganar siempre
El feminismo corporativo, excesivamente autocompasivo, anticapitalista o misándrico, ha planteado la guerra de los sexos como un juego de suma cero donde las mujeres tienen que ganar siempre, precisamente en detrimento o perjuicio de los hombres, y en resarcimiento por toda una historia de marginación y dominación heteropatriarcal. Este enfoque es profundamente erróneo.
En educación no se puede celebrar la ventaja femenina en detrimento de la masculina. No solo no es ético, sino que también es utilitariamente un error. Causará problemas a todos. A las mujeres también. ¿Se casarán ellas con hombres relativamente menos educados o cualificados? Pensemos en términos de mercado laboral, competitividad, demografía, el impacto que esto ya está teniendo, pues la tendencia de la masculinización del fracaso escolar se observa desde los años noventa.
Según esta ideología de género, valores o virtudes como el coraje, la ambición, el honor, el liderazgo y la competición serían heteropatriarcales y deben ser eliminados del currículo educativo, cuando, como bien señala la feminista Camille Paglia, habrían sido y siguen siendo básicos en la supervivencia de la sociedad. Además, estos valores no están reñidos con otros más “femeninos”, pero igualmente presentes y necesarios en ambos sexos, como la sensibilidad, la empatía, la socialización y la cooperación.
Así, la fobia a los deportes de equipos con pelota consiste en un vilipendio de la competitividad cuando chicos y chicas deben aprender a cooperar dentro de su equipo para competir bajo un reglamento de juego igualitario y un espíritu ético de deportividad con todos. Algo que, por desgracia, cada vez más estamos perdiendo en favor de las políticas de discriminación positiva, que, positiva o negativa, siempre siguen siendo injustamente discriminatorias. Por lo que se deduce, no se trata tanto de prohibir la competición, como garantizar que siempre sigan ganando las mismas.
Photo Matese Fields
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