Nadie duda que la lectura invita al conocimiento, estimula la imaginación, mueve nuestras emociones. Leer es un ejercicio mental que activa el cerebro de manera extraordinaria. Y leer un libro es un placer físico, sensorial, cada página reclama al tacto, oído, olfato. Es lo que tiene el papel, pero ya no es el único soporte, hay otras lecturas diferentes que no excluyen la tradicional. La vida de las palabras hoy transita por las pantallas, que exigen otros hábitos y otras claves.

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La voces agoreras anuncian que se lee menos y peor, pero las evidencias muestran lo contrario. Los  últimos estudios del Pew Research Center indican que las tres cuartas partes de los estadounidenses han leído un libro en cualquier formato en los últimos doce meses. Cifra que se ha mantenido sin cambios desde 2012 hasta hoy. Los libros impresos continúan siendo el soporte más popular para estos lectores y el 73% leyó un libro impreso el año pasado. El promedio de lectura desde 2011 hasta hoy es de doce libros por año.

Si consultamos el Informe Hábitos de lectura y compra de libros en España 2017, observamos que en España también ha crecido. El 59,7% mayor de catorce años lee un 5% más que hace diez años. La lectura de contenidos digitales en cualquier soporte aumenta de un 58% en 2012, a un 76% en la actualidad. Una vez más constatamos que la alarma creada sobre la decreciente lectura no tiene fundamento. Los datos aportados corresponden a los últimos siete años, en los que las denostadas redes sociales, mucha nacidas antes, han experimentado un notable crecimiento durante estos años.

Hemos pasado de una lectura fija, profunda, lineal y continua en un único soporte a otra no lineal, discontinua, ubicua, en múltiples soportes

Por tanto, no se lee menos que antes. La cuestión es que se lee de un modo diferente.  Hemos pasado de una lectura fija, profunda, lineal y continua en un único soporte (impreso) a una lectura no lineal, discontinua, ubicua, en múltiples soportes.

El orden tradicional de la lectura consistía (y consiste) en un repertorio único y jerarquizado de textos legibles y «leyendas», con determinadas liturgias del comportamiento y uso de los libros, que necesitan ambientes convenientemente preparados. Así lo recoge la milenaria historia de la lectura, que siempre diferenció las prácticas rígidas y profesionales, de las libres y no reglamentadas. Las reglas cortesanas marcaron una lectura sentada, con espalda recta, brazos apoyados en la mesa, en máxima concentración, máximo silencio. Con orden en la estructura de la escritura y en el paso de página. Así se creo el canon de las public libraries anglosajonas.

La pantalla impone distintas condiciones

Como se escribe en la web describe el cambio de soporte, medio y mentalidad en el ejercicio actual de la lectura y escritura. La pantalla impone otras condiciones al ojo, y dicta otros trazados en la redacción, leer y escribir en la web no es igual que hacerlo en papel. Jacob Nielsen, establece los cánones de lectura en pantalla en el llamado patrón F. Sus estudios de eyetracking demuestran que la mirada dibuja una ruta de lectura en forma de F cuando lee la pantalla. No existe una lectura lineal, como domina en la lectura impresa. El ojo realiza un trazado que sigue la línea horizontal superior de la pantalla, a continuación, traza una segunda línea horizontal más corta, para finalmente deslizar la mirada por la línea izquierda de la pantalla. Dicho de otro modo, el ojo no lee, escanea.

La comprensión y aceptación de otros modos de lectura significa que los usuarios no leen el texto completo, palabra por palabra, que los dos primeros párrafos recogen lo más importante, primando la lectura del primero sobre el segundo, y que lo  escrito al inicio de frase, fijará el reposo del ojo.  Escribir bien, correctamente, es una necesidad ahora y antes, sea el soporte que sea. Pero es evidente que el hábito de lectura ha cambiado. Y que escribir en la web no significa “volcar” lo que ya se había pensado y escrito para el papel.

La historia de muchas editoriales, periódicos y revistas está plagada de casos que ejemplifican la exportación literal de un texto impreso a un texto digital. Pocas cosas hay más aburridas y prescindibles como un PDF en pantalla. A poco que preste atención el lector observará las grandes diferencias entre los periódicos que pasaron del papel al digital, y lo que son nativos digitales. Escribir en la web es pensar para la web y pensar en la lectura en pantalla.

Ojos que rastrean pantallas, que «no leen” sino que “ven”. Ojos que escanean y brincan entre palabras y líneas. Sólo se detienen en algunas y pocas palabras.  Los motores de búsqueda en general y Google en particular pulsan la “zona izquierda,” como de hecho ocurre en la lectura y escritura occidental. El reto es acortar el texto sin perder profundidad. La escritura en la web dispone de recursos que en la mayoría de los casos permanecen en el olvido o se utilizan mal.

El problema de la mala escritura

No es un problema la lectura en sí, aunque existen muchos y diversos soportes, sino la mala escritura. Dicho en claro, escribamos con la normativa perceptiva y de usabilidad que exige la web, y facilitaremos la lectura y la comprensión.

Cuando se tacha la lectura en la web de más superficial, solo hay una parte de razón

Cuando se tacha la lectura en la web de más superficial, solo hay una parte de razón. Es cierto que es discontinua y fija menos tiempo el ojo en cada palabra, pero también dispone del hipertexto para facilitar distintos itinerarios en la lectura del usuario. Cuando existe un buen diseño de la escritura, estamos ante una lectura a la carta, cada uno, según su interés, podrá navegar por un enlace o por otro, profundizando en la información que le interesa.

Si queremos que nos lean hay que ponerlo fácil, lo que no significa que escribamos mal y que leamos superficialmente. Algunas claves son el inicio con subtítulos, párrafos, imágenes o viñetas  que apoyan el arranque de la lectura desde el ángulo superior izquierdo para seguir el rumbo de la F. La tercera palabra siempre se leerá menos que las dos primeras palabras.

Podemos pensar que siempre existieron los puntos y las comas pero no es así. Aristóteles marcaba sus textos, los escribanos ponían un punto en lo alto para marcar el final de un párrafo, medio punto para separar unidades gramaticales, y un punto bajo para separaciones menores. Tuvo que llegar Nebrija primero y la Real Academia Española después para establecer la puntuación que ahora conocemos. La normativa siempre fue detrás del uso, pero el uso está cambiando. La experiencia de leer un libro es algo muy diferente, muy sensorial, muy tangible.  Una lectura que coexiste con otros modos y hábitos diferentes.

El placer de la lectura no es un patrimonio del papel, y menos del negocio de las editoriales que constantemente lo reclaman. Lo paradójico es que mientras la industria editorial ha torpedeado el contenido en la web y criticado el formato y soporte digital, durante demasiado tiempo ha “volcado” sus contenidos impresos en la pantalla. Las mochilas de los escolares pesan mucho con los sus libros, pingüe negocio para sus editoriales. Esas mochilas podrían pesar mucho menos, tanto para sus espaldas como para su bolsillos, pues la información ya está en Internet. Pero hay que enseñar su acceso y procesamiento, para empezar el aprendizaje.

Foto Dmitry Ratushny


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