En El Maestro ignorante Jacques Rancière hace suyas las experiencias del pedagogo francés del siglo XVIII Jean Jacotot, quien puso en práctica una nueva forma de entender la enseñanza, no autoritaria, horizontal e integradora. Ranciere se basa en las experiencias de Jacotot para denunciar el papel ideológico de la educación, como instrumento al servicio de la dominación de clase y legitimador de esquemas de desigualdad. Frente a la desigualdad, Jacotot propugnaba el “comunismo de las inteligencias”, donde la relación jerárquica entre maestro y alumno es sustituida por una especie de comunidad de iguales donde el profesor no es tanto un transmisor de conocimientos cuanto un mero guía que alumbra las incursiones de sus alumnos por los ignotos senderos del saber.
Las pedagogías comprensivas, herederas del método Jacotot, postulan la igualación por debajo, el desprecio de la meritocracia y privilegian el método por encima del aprendizaje de contenidos. Estas se empezaron a implantar después de la Segunda Guerra mundial en el norte de Europa y en especial en el Reino Unido, donde acabaron por desplazar a las meritocráticas “Grammar Schools” inglesas hasta convertirlas en una “rara avis” en dicho país.
En España las pedagogías comprensivas tuvieron su puerta de entrada con la aprobación de la Ley General de Educación (1970), durante el tardo franquismo y alcanzaron su cenit en la LOGSE
En España las pedagogías comprensivas tuvieron su puerta de entrada con la aprobación de la Ley General de Educación (1970), durante el tardo franquismo y alcanzaron su cenit en la LOGSE, cuya filosofía se basó fundamentalmente en estas ideas contrarias a la selección y al esfuerzo individual en el aprendizaje. Estas ideas suponen la entrada de planteamientos democratizadores en el aula, frente la concepción jerárquica de la docencia que destaca que la superioridad intelectual del maestro sobre el alumno radica en que éste se supone que domina aquello que el alumno se supone quiere aprender.
Tradicionalmente la izquierda siempre vio en la enseñanza un poderoso instrumento de promoción social, de ahí que las escuelas y facultades de países como la antigua Unión Soviética tuvieran un carácter elitista que primaba la calidad sobre la cantidad del alumnado. Incluso un protocomunista como fue Platón intentó en sus diálogos trasplantar el modelo verticalizado de la “paideia griega” al ámbito de la política, de forma que sólo los “sofoi” (sabios) fueran los que dirigieran la sociedad, estableciendo en La República un detallado programa educativo para aquellos destinados a las más altas funciones del gobierno.
Este cambio de paradigma en las ideas educativas de la izquierda se explica por la confluencia de una serie de factores. Por un lado, la difusión de las ideas sesentayochistas que siempre vieron en la meritocracia en la educación un resabio burgués o la influencia de las ideas de la llamada Escuela de Frankurt que denunció el carácter eminentemente instrumental de la educación en el capitalismo, como un simple medio para facilitar la formación de cuadros técnicos especializados en detrimento de una educación que fomentara un espíritu crítico con el sistema. A esto se vino a unir la promoción de la figura del pedagogo por encima de la del profesor en el diseño curricular de los planes de estudios para cambiar los planteamientos educativos tradicionales.
Esta escuela comprensiva, inicialmente pensada para los niveles educativos inferiores, ha ido extendiendo su ámbito de aplicación a ámbitos educativos superiores, en la medida en que nuevas generaciones, educadas en la cultura del no esfuerzo, accedían a niveles superiores. Incluso algunos de los egresados en tan estéril credo pedagógico alcanzaban las más altas dignidades académicas. Se convertían en el ideal de Jacotot, en maestros ignorantes, dispuestos a impartir su docta ignorancia en cátedras universitarias, repartidas por doquier, al amparo de políticos dispuestos a ampliar sus redes clientelares con el mayor número de clientes políticos en el mundo universitario.
La educación superior ha servido de instrumento de propagación de ideas radicales de izquierdas en buena parte de los países occidentales
El escándalo universitario en el que se han visto implicados numerosos políticos españoles no deja de ser un epifenómeno de este proceso de degradación intelectual de la universidad, donde la difusión del saber es menos importante que el adoctrinamiento o el pago de favores a la comunidad universitaria por parte de políticos tan ambiciosos como poco escrupulosos.
La educación superior ha servido de instrumento de propagación de ideas radicales de izquierdas en buena parte de los países occidentales. Los llamados cultural studies han moldeado las mentes de la intelectualidad en los EEUU desde los años ochenta. Una impresionante obra de ingeniería social, que ha servido para difundir ideas colectivistas, hipercríticas con el capitalismo y de la democracia representativa, así como para crear una nueva jerga política entre las nuevas generaciones.
Se pedía eliminar del currículo académico el estudio de ciertos filósofos como Descartes o Kant por resultar demasiado androcéntricos y poco sensibles a la temática colonial
El feminismo radical cultural y los estudios multiculturales se han convertido en materia transversal que moldea la mentes de generaciones enteras de universitarios originando situaciones cercanas al esperpento, como la producida en Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS) de la prestigiosa Universidad de Londres, en la que se pedía eliminar del currículo académico el estudio de ciertos filósofos como Descartes o Kant por resultar demasiado androcéntricos y poco sensibles a la temática colonial. Se da la infeliz circunstancia en muchos campus universitarios norteamericanos de la difusión de los llamados espacios seguros, donde el libre debate o la difusión de idas contrarias a lo políticamente correcto es proscrita en aras de la protección de la sensibilidad de los estudiantes.
La nueva izquierda no parece estar tan interesada en formar como en adoctrinar
El nuevo populismo de izquierdas encuentra, en países como España, Grecia o Italia, un terreno abonado para que sus ideas tengan amplio respaldo. Buena parte de la izquierda ha perdido el norte, en lo que se refiere a la educación. Esta siempre ha constituido el principal instrumento de promoción social (mucho más que la pura transferencia de rentas). Por medio de la educación, personas de orígenes humildes pueden ascender en el escalafón social y económico. La izquierda clásica entendió esto muy pronto, de forma que en la socialdemocracia escandinava se dedicaron ingentes cantidades de medios para proveer una escuela pública de mucha calidad, que permitiera que las capas populares accedieran al saber. También tenían claro que la educación no es sólo cuestión de medios, es fundamentalmente cuestión de principios
La cultura del esfuerzo, la exigencia y el respeto en el aula son tan importantes como una correcta asignación de medios materiales. La nueva izquierda no parece estar tan interesada en formar como en adoctrinar. La trasmisión del nuevo abecedario político es más importante que la geografía, el cálculo, la literatura o las artes plásticas. Uno de los grandes errores que se ha cometido en España ha sido dejar que la “educación” se haya convertido más en un laboratorio de ideas, que en una etapa de aprendizaje. Los valores son muy importantes, pero sin un acervo de conocimientos que proporcionen herramientas críticas, se convierten en estériles consignas. Así se da la infeliz circunstancia de que posiblemente tengamos la generación de políticos más egresada de nuestra historia a la par que la más ignorante.
Foto: Cole Keister