Wilhelm Nestle en su monumental Historia del espíritu griego presenta un acontecimiento capital en la historia del pensamiento: el paso del mito al logos. Se trató de un cambio de paradigma civilizatorio en la forma de comprender el mundo por la que una explicación sobre natural, antropomórfica y mágica de los fenómenos naturales, sociales y políticos fue remplazada por una visión crítica y racional de los mismos.

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Desde entonces, como expresó Hegel en su metáfora del vuelo de la lechuza de Minerva, la filosofía se ha convertido en sinónimo de pensamiento crítico y destructor de mitos. Una reflexión de segundo grado siempre dispuesta a revisar críticamente los hallazgos de los saberes categoriales. Sin embargo con el advenimiento de la posmodernidad filosófica autores como François Laruelle han puesto de manifiesto que la misma filosofía nace de un momento decisorio de naturaleza no filosófica que supone el tomar partido por una serie de principios axiomáticos. Principios que no se cuestionan y sobre los que se construye todo el sistema filosófico del que se parte. Un orden natural querido por Dios en la filosofía escolástica, el cogito cartesiano, el carácter oscuro del lenguaje natural en la filosofía analítica o el mundo de las ideas platónico son ejemplos de esos axiomas incuestionados desde lo que se han construido muchos sistemas filosóficos en la historia del pensamiento. Se da la paradoja por lo tanto de que un saber que se dice crítico en el fondo descansa en un planteamiento que solo puede ser aceptado por un acto de fe, al estilo del modelo axiomático de Euclides.

Un poco esto pasa hoy en día con la tradicional distinción entre derechas e izquierdas, que tantos ríos de tinta ha hecho correr. Un distinción moderna, cuyo origen se sitúa en la llamada Revolución Francesa y que marcó todo el devenir político del siglo XIX y buena parte del siglo XX. Adscribirse a uno u a otro lado del espacio político suponía aceptar una serie de postulados axiomáticos sobre el individuo, la sociedad y el Estado. Tradicionalmente esta distinción tenía un carácter sustantivo y hacía referencia al posicionamiento político frente a una serie de valores que se consideraban capitales, como la libertad, la igualdad, la responsabilidad individual o la solidaridad. Como consecuencia de la irrupción del posmodernismo que cuestiona la validez de cualquier meta relato explicativo de la realidad política, la distinción izquierda y derecha ha dejado de ser operativa y se ha tornado meramente retórica.

En la actualidad lo que está en vigor es el sistema axiomático socialdemócrata. Se trata de una amalgama de globalismo económico, detrito ideológico nacido del sesentayochismo, posmodernismo feminista a la sueca, y ciertos resabios del materialismo dialéctico marxista que ve en el conflicto el motor de la historia

Anteriormente estaba claro qué era un conservador, un democristiano, un socialdemócrata o comunista. Siempre existieron fenómenos de difícil adscripción política, como el populismo moderno, que a diferencia de lo que nos quieren hacer creer ahora no es algo nuevo, pues ya existía en el siglo XIX con el fenómeno de los Naródniki rusos, o incluso el fascismo que aunaba en su seno elementos conservadores, irracionalistas e incluso cierta influencia de las ideas marxistas. Sin embargo la distinción resultaba operativa y significativa en sí misma.

En la actualidad lo que está en vigor, más allá de los apelativos retóricos que los partidos se dirigen entre sí para captar votos, es el sistema axiomático socialdemócrata. Se trata de una amalgama de globalismo económico, detrito ideológico nacido del sesentayochismo, posmodernismo feminista a la sueca, y ciertos resabios del materialismo dialéctico marxista que ve en el conflicto el motor de la historia. Según este sistema axiomático la economía es un juego de suma cero, lo que unos ganan es a costa de otros, la responsabilidad individual está diluida en fuerzas impersonales que atrapan al individuo y le impiden progresar, el estado es una secularización del Dios providente, el género y el sexo son puramente culturales y convencionales y la democracia se confunde con la oligarquía de partidos.

En este consenso obligatorio viven casi todos los partidos del sistema europeo de partidos hoy instalados. Salirse del mismo es un anatema. Sólo movimientos populistas de extrema izquierda y partidos neoconservadores de naturaleza nacional populista parecen luchar por salirse del guión impuesto por las oligarquías socio-políticas que imponen el pensamiento único. De ahí surge la necesidad de recuperar el mito de la extrema derecha, que recurrentemente aparece cuando se pretende estabilizar el sistema político por “fatiga” de los materiales que constituyen la armazón del sistema axiomático socialdemócrata.

Pocos conceptos hay menos precisos en ciencia política como el de extrema derecha. Inicialmente hacía referencia a aquellos partidos posteriores a la Segunda Guerra Mundial como el Movimiento Social Italiano que se mostraban nostálgicos del fascismo italiano. Un partido que alcanzó cierta relevancia en Italia durante los años 60 y 70. Su ideario era una amalgama de referencias a la obra del segundo Mussolini, el de la República Social Italiana de Saló, y a la obra del pensador conservador Julius Evola, un nietzscheano que defendía el elitismo político, afirmaba la decadencia de la civilización occidental derivada del cristianismo, la ilustración y la democracia de masas y que postulaba la defensa de un orden nuevo de corte aristocrático. Junto a este primer partido de corte reaccionario surgieron otros, en algunos casos como el Partido Socialista del Reich, ilegalizado en la República Federal de Alemania, con claros resabios de la ideología nacionalsocialista. Sin embargo el recorrido de estos partidos fue más bien escaso debido al enorme estigma que suponía entroncarse con partidos responsables de uno de los mayores dramas de la humanidad como fue la Segunda Guerra Mundial.

El 68 francés y sobre todo el auge de las ideas neoliberales supusieron un renacimiento de las ideas conservadoras en Francia, donde se desarrolló una nueva derecha a partir del pensamiento de autores como Alain de Benoist o Guillaume Faye, autores capitales en el desarrollo del GRECE (Groupement de recherche et d’études pour la civilisation européenne), un movimiento político destinado a configurar un pensamiento metapolítico que fuera capaz de suponer un contrapeso tanto al liberalismo conservador euroatlántico, como al renacer del pensamiento marxista en la forma de la New Left. Este movimiento, creado en 1968, pretendía constituirse en un verdadero Think Tank que llevara a cabo una Konservative Revolution basándose en el pensamiento de autores del conservadurismo alemán del periodo de entreguerras como Carl Schmitt, Ernst Jünger o Moeller van den Bruck, pensadores existencialistas conservadores como Martin Heidegger e incluso la reapropiación del sentido conservador del pensamiento de Nietzsche, secuestrado por el post-estructuralismo francés.

La idea capital de estos autores era recuperar el vigor de una Europa en decadencia por el triunfo del parlamentarismo liberal, la globalización americana o la crisis de valores derivada del hedonismo posmoderno. Sin embargo la cuestión étnica sobre la esencia de lo europeo, con la deriva xenófoba que llevaba aparejada la idea, originó pronto escisiones dentro del propio grupo. La llegada masiva de inmigrantes de religión islámica y la cuestión del fracaso del multiculturalismo en la integración de los nuevos europeos también se convirtió en capital para dicho grupo. Sus planteamientos propiciaron la creación de partidos como Front National, Rassemblement National desde el 2018, o el antiguo Vlaams Blok, que tras ser ilegalizado en Bélgica renació como Vlaams Belang en 2004. En general estos partidos hicieron del discurso anti-inmigración (no control inmigratorio) su sello de identidad.

La tercera ola de lo que se ha llamado extrema derecha ha venido de los antiguos países del bloque del este. En general se trata de partidos de carácter nacionalista, de furibundo anticomunismo y que entroncan con los antiguos partidos agrarios conservadores del periodo de entre guerras. La reciente crisis migratoria en Europa, derivada de una llegada masiva de inmigrantes de países islámicos, la dubitativa y contradictoria política de la Unión Europea en la materia, así como la creciente burocratización de la UE, reconvertida en una especie de Imperio de la socialdemocracia, han propulsado electoralmente a estos partidos, como el Fidesz húngaro o el Prawo i Sprawiedliwość (Ley y Justicia) polaco.

En general la lucha que mantienen contra las instituciones europeas recuerda al cambio de paradigma del sistema de relaciones internacionales en el siglo XVII, cuando, con ocasión de las guerras de religión, el sistema de Imperio-Iglesia Universal cedió en favor de los estados nación. El nuevo Imperio socialdemócrata europeo, simbolizado en la UE, no quiere que se recupere el paradigma de los estados nación federados en condiciones de igualdad, mas bien prefiere  la subordinación de éstos a unos burócratas europeos. Aun así  las particularidades de cada uno de los países hace muy difícil establecer un mínimo común denominador de todos y cada uno de los partidos que la intelligentsia europea cataloga de extrema derecha. Por tomar un ejemplo el programa económico de un partido, como el español VOX, en casi nada se parece al colectivista programa del RN francés.

Lo que sí parece unir a todos los partidos europeos, que mantienen posiciones nacionalistas frente a los dictados de Bruselas, es ser víctimas del relato del mito de la extrema derecha que la axiomática socialdemócrata parece querer construir discursivamente para presentarse como una especie de “Katechon” que frene una supuesta vuelta al fascismo. El Katechon, término griego que significa barrera o freno, es un concepto político secularizado que puso en boga Carl Schmitt después de la Segunda Guerra Mundial y que tomó de la segunda epístola a los Tesalonicenses del apóstol San Pablo. Para éste el Katechon era lo que impedía la llegada del anticristo antes del tiempo convenido por la parusía y que el identificaba con la Iglesia de Cristo. Schmitt amplía el concepto para incluir al derecho público europeo como última barrera que frene el triunfo del mal y de la anomia.

El discurso imperante sobre el peligro de la extrema derecha tiene ciertos paralelismos con la idea del Katechon, pues pretende presentar a la Unión Europea como el último baluarte frente al peligro del retorno de la barbarie fascista.


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