Con motivo de la feria taurina de San Isidro, frente a quienes desearían obolirla, la fiesta mantiene una genuina vitalidad en cuanto a la conservación y la transmisión de valores morales de tan grande vigencia como necesaria reivindicación en la España de nuestro tiempo.

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Todos los toreros -incluyendo los novilleros– sin excepción, ofrecen en la calle una pulcrísima imagen, moderna pero ajena por completo a esas modas ¡postmodernas! –piercing, tatuajes, estilo cantinflesco… – que se han adueñado del futbol y la música pop, por ejemplo. Pero, además de sus impecable aspecto físico, todos ellos se suelen expresar con claridad, rigor y respeto lo sucedido en las plazas. Los valores que subyacen en todas las conductas y declaraciones de los  toreros están enraizados en el aprendizaje –frente a la pedagogía sin contenidos–, el respeto a los maestros -a los que llaman siempre de usted-, el esfuerzo –nada viene dado, hay que esforzarse en conseguirlo, el mérito –obtenido en la cara del toro que pone a cada uno en su sitio –, el trabajo bien hecho –no de cualquier manera sino sujeto a cánones, el reconocimiento de los demás –lo contrario de la envidia– , la mejora constante –en todas las facetas del oficio-, el sobreponerse a las dificultades –siempre presentes-,  el  compañerismo –ningún torero habla mal de otro–, el sentido de la responsabilidad -la culpa si las cosas no salen bien no es de los demás-, la valentía para enfrentarse a las dificultades -de los toros y hasta del viento-, la fe hasta el final en sus posibilidades –que permite levantar faenas imposibles–, la capacidad de superación de todo tipo de dificultades -ante el toro, los empresarios, el público-, el trabajo de entrenamiento incluso cuando vienen mal dadas, el  volver a empezar olvidando las amarguras de  los fracasos, ….

Si echamos una mirada a nuestro alrededor, vemos pocos ejemplos de este tipo de ética antigua y seria, antaño asociada a las más diversas prácticas profesionales. Nuestro toreros nos recuerdan que es posible una educación con valores, y un desarrollo profesional basado en el respeto al maestro, el esfuerzo, la superación de dificultades y la creatividad. Si necesitamos ejemplos de cómo se puede alcanzar el éxito por los caminos derechos y sin atajos, es en esos ámbitos donde los  toreros tienen mucho que enseñar.

Parece como si tuviésemos que volver la vista hacia el (humilde) mundo de los oficios para reencontrarnos con los valores que consideramos esenciales para el desarrollo de una sociedad moralmente sana

Tal vez la cocina sea otro de los últimos reductos donde se conservan y cultivan igualmente estas virtudes que tanto se echan de menos no sólo en la vida profesional, sino también en la vida pública y privada.

Los cocineros no sólo no ocultan su iniciación en escuelas y fogones, sino que se enorgullecen de haber sido pinches de este o aquel maestro y exponen sus aprendizajes como muestra de que la innovación no tiene que estar reñida con el conocimiento y la maestría de las artes tradicionales. Más bien lo contrario.

De manera que parece como si tuviésemos que volver la vista hacia el (humilde) mundo de los oficios para reencontrarnos con los valores que consideramos esenciales para el desarrollo de una sociedad moralmente sana.

Y todo esto resulta particularmente relevante cuando observamos el estado de los sistemas educativos y la situación de los maestros y de los profesores.

Novilleros, pinches y aprendices nos recuerdan que es posible una educación sustentada en principios éticos y un desarrollo profesional basado en el respeto a los valores ancestrales de nuestra civilización cristiano occidental que han respaldado los mejores logros de la humanidad.

Si necesitamos ejemplos de cómo se puede alcanzar el éxito por los caminos derechos y sin atajos, es en esos ámbitos donde los encontraremos.

Y no estaría de más que ésos fuesen precisamente los ejemplos que se propusiesen desde los medios de comunicación en lugar de los que se proponen y que a menudo pertenecen al mundo de los ‘ni-nis’.

Si los jóvenes españoles adoptasen para su periodo de formación personal y profesional el modelo novillero o pinche –tan bien establecidos en nuestra sociedad, por otra parte–, aprenderían a practicar unas virtudes cuya extensión es tan necesaria.

Y si ese espíritu del aprendiz se extendiese, otro gallo nos cantaría.

Foto: Giovanni Calia


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