Jeremy Meeks, detenido en California por posesión ilegal de armas, pertenecía a una banda armada y participó en varios tiroteos y robos, pero fue nombrado  el “delincuente más guapo.” Obtuvo más de  4.500 dólares de sus fans para pagar la fianza que le exigían, un millón de dólares. Todo empezó cuando el 19 de junio del 2014,  el Departamento de Policía de Stokton (California) publicó su ficha policial en Facebook, 100.000  “me gusta” lo entronizan en las redes. “Merece ser libre por ser guapo expresaba una de sus fans.

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El narcisista, es una de las profesiones más antiguas, necesita satisfacer su vanidad, ser admirado en sus propios atributos físicos e intelectuales, aunque el culto al yo no es nuevo, sí ha crecido. La inquietante novedad es  el poder amplificador que tienen las redes sociales. Una sociedad cada vez más propensa a aceptar solicitudes de amistad de desconocidos y a buscar la aprobación social, aunque menos a proporcionarla.

Siempre disponible un botón que permite el on o el off, para hacer amigos y ganar sonrisas,  y si no una pastilla para evitar o reducir la molestia y el problema. Millones de estadounidenses abusan de los opiáceos, a finales de los noventa las empresas farmacéuticas,  un potente lobby mundial, lanzaron una campaña para convencer a los médicos y hospitales de las bondades de los medicamentos para aliviar el dolor. En España, el consumo de antidepresivos se ha triplicado en 10 años, hasta alcanzar las 26 dosis por cada mil habitantes, según los datos publicados por la Agencia Española de Medicamentes y Productos Sanitarios. Se trata de sentirse siempre bien y parecerlo.

Mientras la vida se alarga y nos hacemos más longevos, se entroniza la eterna juventud, guapa, moderna y muy cool. Cuando aparece la muerte en los informativos es estilizada o banalizada, desde el cortejo de la lágrima fácil que hurga en la fibra morbosa y pretende la empatía barata. Los mayores solo “son” los que salen en las manifestaciones pidiendo más pensiones, y la muerte solo existe en la sección de sucesos, convertida en un permanente reality show.

Estamos en el anfiteatro del espectáculo, celebración diseñada para el postureo con la sonrisa feliz como logo permanente.  O bien con las confesiones de los concursantes del show, que muestran sus talentos, o desnudan sus vidas al mundo en busca de su minuto de gloria. Un ritual del status y la apariencia Occidente entró por la puerta grande de su infantilización, “la juventud se ha convertido en icono de culto, objeto de incesante alabanza, de veneración”. Eterna juventud que desean los padres que se quieren parecer a sus hijos, los profesores  que pretenden hacerse colegas de sus alumnos. Y la búsqueda del cuerpo 10, muy hormonado en los gimnasios, hoy icono posmoderno en la oferta de la tiranía estética que marca estilo.

“El reloj ha perdido las horas” recuerda Huidobro. Lo novedoso es lo bueno, lo emocionante lo auténtico. No hay tiempo para el poso, tampoco para el aburrimiento. Todo es cultura, nada es cultura, fagocitado por el entretenimiento. Cuesta cuestionar lo establecido, problematizar lo obtenido, apostar por el esfuerzo y el error como base para la superación. Es la tendencia, políticos, artistas, novelistas, periodistas, atrapados en sus espejos.

¿Te haces un «selfie»?, no es una pregunta retórica. Para muchos responde a la construcción de una identidad

¿Te haces un selfie? No es una pregunta retórica. Para muchos responde a la construcción de una identidad, la búsqueda ansiosa de una palmadita social a través de una puntuación. El culto al yo cabalga en un hiperpresente, en el que la gratificación es siempre inmediata, no hay tiempo para la espera, y no hay lugar para el aburrimiento.

La epidemia de los rasgos ególatras

Algunos investigadores alertan del aumento de estos comportamientos con rasgos ególatras. La profesora J.M. Twenge  publica “The Narcissism Epidemic: Living in ghe Ages of Entitlement,” publica un estudio con entrevistas a 37.000 estudiantes universitarios, la mitad seleccionan cuestiones repletas de ego. Describe un desfile de ricos falsos (hipotecados y endeudados), falsos atletas (dopados hasta las cejas),  en pos de la belleza postiza (hartos de cosméticos y producto de quirófanos).  Jean-Charles Bouchoux  ha vendido más de 250.000 ejemplares de “Los perversos narcisistas”, un best seller que refleja muy bien el culto al yo socialmente aceptado, donde el tú lo vales, se afirma en el tú eres peor.

La necesidad de escaparatismo presenta una plaza pública y publicable permanente, sensible a la exposición de las vivencias, muy ostensible en la manifestación de las emociones, aplaudida en las redes sociales. Se comprueba que los usuarios que generan contenidos positivos son más aceptados. La sonrisa vende bien, aumenta los amigos de Facebook y despierta la curiosidad en Instagram. El ágora del éxito premia los “me gusta” y retuits y castiga las negativas con el silencio y unfollows“Mira mi mundo. Mírame”, es una de las invitaciones que hacía un adolescente a través de su fotolog.

YouTube, Instagram, Facebook son un escaparate global de testimonios donde los jóvenes exhiben sus cuerpos y sus sueños

YouTubeInstagramFacebook son un escaparate global de testimonios donde los jóvenes exhiben sus cuerpos y sus sueños. El nuevo milenio exhibe un individualismo conectado, las nuevas generaciones son sensibles a la erótica de la pantalla global, las relaciones en la Red son instantáneas, rápidas, intensas y hedonistas. Usuarios –debidamente infantilizados-  que son y existen en la medida en que se exhiben y son vistos.

Es fácil encontrar un narcisista, y es fácil su identificación. No es un comportamiento individual, ni aislado, se extiende por lo ancho de la geografía. Aumenta en nuestra sociedad al mismo ritmo que lo hace la obesidad. Caprichosa coincidencia en el universo de las pantallas, que engordan no sólo físicamente. El escenario tecnocrático del selfie, en el que todo lo merece para la construcción de un ego grande pero frágil. Una vida de escaparate siempre externa, una vida hacia afuera, intolerante a la frustración, incapaz de afrontar un problema. Todo es muy breve, también las relaciones, los compromisos y sus vínculos.

Al alcance del bolsillo una industria cosmética que convierte las arrugas en piel tersa. Siempre a mano ese frasquito de “exquisita combinación de aceites vírgenes orgánicos de Pepita de Higo Chumbo, Comino Negro, Baobab y Aguacate”, como reza la publicidad, eso sí, “enriquecidos aromatológicamente.” Por si no fuera suficiente, las pretensiones sociales de permanente belleza disponen de un sinfín de antioxidantes y el perfecto resveratrol con su milagrosa molécula de eterna juventud.

El culto al cuerpo se prodiga en los gimnasios, en las series, en la publicidad,  este nuevo “star system” ubicuo y móvil,  bien diseñado alrededor de una potente industria asociada al deporte, con los fabricantes de prendas, empresas que regentan gimnasios, academias y asesorías de medicina deportiva. Una sociedad y un mercado plagado de  distorsiones corporales, como  la vigorexia y ortorexia, así como la obsesión por el bronceado y los dientes relucientes, hasta llegar al infierno de la anorexia y la bulimia. Parece que este mercadillo es una expresión más de las ansías que buscan fuera, lo que no se encuentra dentro.

El infantilismo social imperante dibuja el perfecto escenario en el que muchos padres se sienten desbordados por sus hijos que ven y sienten frágiles y necesitados de protección. Muchos maestros carecen de autoridad, bien por la presión social, institucional, familiar, o dejación propia. Fuera de la familia y de la escuela un escaparate mediático en el que las emociones son un constante ejercicio de compraventa de audiencias y deseos, el que el esfuerzo solo se vende en la sonrisa de los vencedores.

Foto Julian Gentilezza


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