Que se hable del PP de Feijóo, como también se habló del PP de Aznar, de Rajoy o de Casado, no es sólo un uso consagrado, sino que encierra una enseñanza política bastante nítida. Este uso nos muestra una dimensión bastante interesante que diferencia a los partidos españoles de sus supuestos homólogos de Europa. Nadie habló ni habla, al menos que yo sepa, del partido conservador de Boris Johnson, ni siquiera del de Thatcher o el de su sucesor John Major, como nadie habla del PSD de Scholz ni se emplea semejante forma de denominación en cualquier ejemplo similar.
La razón es muy simple, en todos esos casos los partidos no tienen dueño, son de sus diputados, de sus militantes o de sus electores, no de un líder cualquiera que, por definición es coyuntural. Para explicar la excepción española se puede tener en cuenta nuestra peculiar cultura política que se viene fijando en el liderazgo de manera intensa desde, por lo menos, la experiencia del franquismo (los más veteranos recordarán la mención a la lucecita de El Pardo, como guía y faro de cualquier aventura ministerial durante la dictadura).
Tanto Casado como Feijóo han escuchado con gran atención y notoria ingenuidad a quienes les aseguraban, y lo seguirán haciendo, que “la alternancia está al caer”, que “no hay que hacer nada”, que “Sánchez caerá como fruta madura”
Al redactar la Constitución se tuvo en mente un modelo ideal de lo que debieran ser los partidos, pero incluso teniendo en cuenta las alevosas y graves cuchilladas que se le han pegado al espíritu y al texto mismo de la Constitución en diversas cuestiones, creo que en nada se ha ido tan lejos de lo que la Constitución establece como en el régimen bajo el que se han acostumbrado a funcionar nuestros partidos.
No sería lógico negar que los problemas que todo esto nos plantea son de muy difícil solución, pero me atrevo a sugerir que en el sector del centro derecha son gravísimos, mucho más letales que en los partidos de izquierda que han tendido con enorme frecuencia a seguir una tradición carismática/caudillista. La razón de esta especial gravedad está en algo tan obvio como la pluralidad cultural e ideológica de los electores que se resisten a votar a las izquierdas, por contraste con el espíritu común y la uniformidad doctrinal de quienes lo hacen, por definición, a la izquierda.
En el PP todavía no se ha corregido la expulsión ideológica y terminante de conservadores y liberales que se llevó a cabo en el lamentable Congreso de Valencia que está en la base de la incapacidad electoral del PP desde el fracaso político del marianismo. La manera de dirigir el PP se define por una cerrazón continuada a escuchar a los ciudadanos con la pretensión, bastante absurda, de guiarse por los análisis y criterios de unos cuantos expertos, que no responden ante nadie, a la hora de definir posiciones.
No estoy hablando del pasado, sino de ahora mismo. Hace pocos días parece que el PP de Feijóo ha decidido dar un giro social a sus políticas. Nadie sabe quién ha decidido tal cosa, sólo se puede dar por cierto que eso le ha parecido bien a Feijóo quien ha decidido, por ejemplo, sorprender al auditorio proponiendo una jornada laboral de cuatro días con argumentos de tipo familiar. Si se escucha a algunos de los insiders del PP se oye también un argumento que suena más o menos así: “lo de la amnistía etc. está amortizado” y otras insinuaciones igual de extraviadas y oportunistas.
El caso es que Feijóo se ha molestado ante ciertas críticas que han surgido desde el sector empresarial que, con bastante lógica, ha decidido preguntarse quién iba a pagar todo esto, que no saldrá gratis para ellos. Pero lo más sorprendente para mí gusto ha sido el tono de la respuesta de Feijóo al afirmar, en un tono muy digno, que no iba a consentir que nadie le dictase al PP, es decir a él mismo, las políticas que debiera adoptar. Cabe deducir, por tanto, que a Feijóo no se le pueden dictar políticas, aunque sí parece factible sugerírselas si tienes un buen contacto o un contrato suculento del propio partido.
Lo insólito del caso es que no se conoce que en el PP haya la menor actividad orgánica para definir las políticas. Los Congresos, que con la ley en la mano tendrían bastante que decir, no se convocan con la frecuencia que ordenan los Estatutos y se atrasan una y otra vez con la disculpa de que de lo que se trata es de ganar las elecciones y de que no hay que distraerse con líos. Toda una lección práctica sobre el valor y la virtualidad de cualquier forma de democracia interna y, por tanto, de participación ciudadana.
La no existencia de actividad política interna, algo muy distinto a las disputas entre facciones y las competiciones en la cucaña, es peligroso desde el punto de vista de la teoría democrática, pero es también gravemente perjudicial desde el punto de vista del objetivo que los que mandan en el PP, Feijóo y media docena escasa de personajes si descontamos los subpartidos regionales, que esa es otra, a saber, ganar las elecciones.
¿Por qué perjudica al objetivo del éxito electoral esa cultura autoritaria y cerrada al debate que caracteriza al PP, y a otros que todavía son peores si cabe? La razón es muy simple, el PP, lejos de ser un partido capilar y abierto, capaz de recoger y sintetizar objetivos políticos satisfactorios para un electorado muy plural y diverso, acaba por convertirse en un núcleo cerrado y diminuto de dirigentes aconsejado por una grey de asesores a sueldo que siguen y siguen colgados de la teta nutricia del partido pese a que han dado pruebas suficientes de ser muy acertados en equivocarse de medio a medio.
Tanto Casado como Feijóo han escuchado con gran atención y notoria ingenuidad a quienes les aseguraban, y lo seguirán haciendo, que “la alternancia está al caer”, que “no hay que hacer nada”, que “Sánchez caerá como fruta madura”, aunque, tras los estragos de Rajoy, Pedro Sánchez lleve ya seis largos años al frente de un Gobierno de gutapercha y afronte otros tres con una razonable esperanza confiando en que el PP volverá repetir su amplio catálogo de errores.
Así que yo le preguntaría a Feijóo, ¿quién le ha dicho a usted que el PP debe patrocinar que se trabaje cuatro días a la semana, por ejemplo? Mientras el partido siga siendo el predio de cuatro gatos y no se disponga a ser un partido de verdad, con liberales y conservadores y con una parroquia todavía mucho más ancha, no tiene la menor lógica quejarse de que existan cerca de dos millones de españoles que prefieran cualquier cosa a que el PP, sólo o en compañía de otros, llegue al Gobierno, que es lo que ha pasado en 2023 y, como reza el expresivo dicho castellano, si Dios no lo remedia acabará por pasar en nuevas ocasiones.
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