Xavier Colás es periodista y corresponsal en Rusia y Ucrania. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó a escribir sobre Europa Central en 1999. Durante 12 años, fue enviado de EL MUNDO en Rusia, hasta que fue expulsado del país en marzo de 2024. Hablamos de su libro “Putinestán”, en el que ofrece una visión detallada del putinismo y la figura de Vladímir Putin.

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¿Cómo es la sociedad rusa?

Como sociedad, la sociedad rusa es muy distinta a lo que nosotros en Europa consideraríamos normal. No existe una sociedad civil y la gente está postrada ante las decisiones de su gobierno. En Europa vemos al gobierno como alguien que trabaja para nosotros y al mismo tiempo nos engaña, al que no podemos obligar a hacer lo que queremos, pero que podemos desalojar del poder. Es decir, infundimos un cierto miedo, en el buen sentido de la palabra, a nuestros gobiernos, y eso hace que los gobiernos tengan una cierta tensión por satisfacernos. En Rusia, lo que hay es un zar redentor que protege de los enemigos externos, como la OTAN y la UE, y de los internos: los homosexuales, los que escriben libros o canciones, los que protestan porque sus maridos llevan demasiado tiempo en el frente, e incluso los que piden que se mate a más ucranianos. Mientras las democracias buscan soluciones, las dictaduras buscan enemigos. Eso no quiere decir que las democracias sean perfectas, pero el paso del tiempo es hacia adelante y los políticos cambian. En Rusia eso es un problema, y es la razón por la que Putin ha ido contra Ucrania, porque Ucrania es un país que ha ido cambiando muy lentamente. Esa es la razón, no es cuestión de la OTAN, ni de la enseñanza del ruso, ni de ninguna otra cosa.

La llegada de Putin es providencial para el KGB porque representa el triunfo de todo ese aparato, y por eso Rusia es un estado policial tan efectivo, porque está construido en torno a los servicios de seguridad

La mayoría de los rusos, individualmente, no están a favor de aplastar a los ucranianos, pero como sociedad no reaccionan a lo que hace su gobierno. Está claro que no viven en una democracia, pero el problema es que como colectivo les cuesta afrontar la realidad y llamar a las cosas por su nombre.

¿Quizás están demasiado acostumbrados a vivir bajo regímenes autoritarios?

Hay una tradición autoritaria en Rusia, como también ha existido en otros países como, por ejemplo, España. Sin embargo, es verdad que mientras que todas las dictaduras crearon sus policías secretas, en Rusia es la policía secreta la que crea la dictadura. El KGB nunca se marchó, lo único que hizo fue cambiarse el nombre a FSB, y, cuando la URSS se acaba, son los que mejor conocen el mundo que viene y cómo va a ser la llegada del capitalismo. El KGB vigilaba al partido comunista y al ejército, como también hace ahora, y con la caída de la URSS y del partido, será el KGB el que mantenga su poder y preparé el camino para hacerse con el control absoluto. La llegada de Putin es providencial para el KGB porque representa el triunfo de todo ese aparato, y por eso Rusia es un estado policial tan efectivo, porque está construido en torno a los servicios de seguridad.

Todos los Estados tienen un servicio secreto, Rusia es un servicio secreto que tiene un Estado.

Exactamente. Es un servicio secreto que crea una dictadura en la que, a diferencia de la URSS, se permiten elecciones y la gente vive un poco mejor, y en la que se encarcela y mata a los que son un estorbo, pero lo que no está en sus planes es abandonar el poder ni que nada cambie. Me decía un disidente ruso que los servicios secretos están para asesinar el futuro, trabajan para el pasado. Los miembros del KGB reaccionan ante cualquier cambio y no conciben que las cosas cambien por sí mismas, que la gente vea las cosas de manera distinta, y piensan que todo se debe a la intervención externa porque es lo que ellos hacen, como ha pasado en Estados Unidos o con el proceso independentista en Cataluña. Por eso su reacción ante los cambios en Ucrania; no lo pueden permitir.

¿Esa resistencia al cambio es la causa de que grupos de distinto signo, desde conservadores a izquierdistas, hayan sido catalogados como “extremistas” y prohibidos?   

Sí, el hecho de que exista la sociedad civil donde la gente expresa sus ideas es un problema para el putinismo y, de hecho, una de las grandes victorias del régimen ha sido convencer a los rusos de que no se uniesen. Les convencieron de que no había ninguna razón para protegerse del gobierno ni para marcarle límites. Por esa razón, cuando aparecen grupos que defienden unas ideas, incluso ideas que no son mal vistas por el régimen, pero las promueven de forma autónoma y hacen política al margen del gobierno, se convierten en un problema. Todo está centralizado en torno al Kremlin, los servicios de seguridad y el ejército, y no puede haber nada fuera. Lo que se pretende, y en buena medida se ha conseguido, es una sociedad indiferente, conforme, que no se moviliza, y que cree que no es posible cambiar o mejorar las cosas.

Esa desunión es lo que también han perseguido fuera cuando se hace propaganda contra la adhesión de los países de Europa Central a la OTAN. Rusia no quiere que los países se unan para defenderse, quiere países aislados y volver a ese mundo en el que el tamaño importa. Rusia ha vendido a los países de su entorno que no había nada que temer, pero que si se acercaban a la OTAN entonces se convertirían en una amenaza. El tiempo ha dejado claro quién era una amenaza para quién, tanto dentro de Rusia como fuera.

Las asociaciones de madres y esposas de soldados han sido denominadas “agentes extranjeros” y prohibidas prácticamente nada más aparecer. ¿Cree que el Kremlin teme esa clase de movimiento y de ahí su contundente reacción?

Siempre digo que no hay que darle lecciones al Kremlin sobre cómo reprimir o cómo prolongarse en el poder, porque llevan 24 años. El Kremlin actúa de esa manera y reprime cosas que están en un estado incipiente, como las esposas de movilizados que ni siquiera estaban en contra de la guerra, porque atacan los problemas mientras aún son pequeños y no esperan a que crezcan. Muchas veces, cuando han envenenado a activistas, se cuestiona que el culpable sea el gobierno porque el opositor en cuestión tenía muy pocos seguidores, pero la verdad es que prefieren intervenir antes de que la amenaza crezca.

Se ha producido el mayor intercambio de presos entre Estados Unidos y Rusia desde la Guerra Fría. ¿Cómo valora este intercambio?

Lo primero que tenemos que tener en cuenta es el elenco quew viajaba en un avión y el elenco que viajaba en el otro, porque refleja muy bien la situación ahora mismo en Rusia. Por un lado, en su mayoría presos políticos rusos liberados de Rusia y por el otro, sicarios, espías y hackers. Putin no deja atrás a los suyos, a los rusos sí, pero a los suyos no. Todos los que Rusia ha reclamado que vuelvan tienen, de una manera y otra, una relación íntima con el sistema.

Con este canje tan ambicioso, Putin quiere demostrar que Rusia puede negociar mientras sigue invadiendo Ucrania. A Rusia le encanta posar como un país igual que los demas y de vez en cuando realizar operaciones como la de Ucrania que la separan del resto. Lo que queda claro es que la razón por la que murió Navalny es porque Putin consideraba que, a diferencia de disidentes como Yashin o Kara-Murza, que pueden seguir vivos fuera de Rusia, Navalny no podía seguir con vida y para que el canje fuera posible, Navalny tenía que desaparecer de la lista de peticiones. No obstante, creo que es una buena noticia tanto por los norteamericanos como por los disidentes rusos.

Dice que en Rusia la población convive con “mentiras siderales”, ¿cómo es eso?

Esto se divide en dos ámbitos, hacia fuera y en el interior de Rusia. En Europa estamos acostumbrados a reconocer siempre algo de razón en el contrario cuando debatimos con alguien, porque entendemos que la otra parte actúa de buena fe. Frente a las mentiras siderales, conceder algo de razón al contrario es asumir una mentira enorme. Lo vimos con los bio-laboratorios y los murciélagos que distinguían a los ruso-hablantes, eran unas mentiras siderales, pero mucha gente cree que, como poco, ha existido algo.

En el interior, lo que consiguen es que los rusos no crean en nada, por eso la propaganda rusa es a veces tan absurda, porque no pretende convencer, busca que la gente dude. Aunque eso también ha causado complicaciones al régimen como, por ejemplo, cuando durante el Covid los rusos no creyeron en la vacuna que les ofrecía el gobierno. En el fondo siempre ganan, porque lo que consiguen es que las mentiras sean una opinión. Con su arrogancia a la hora de mentir consiguen un cierto estatus y siguen defendiendo su posición, como cuando acusan a los ucranianos de los crímenes de guerra que Rusia prácticamente comete a diario, porque lo que importa no es convencer, lo importante es no callar jamás.

Ha mencionado la vacuna. En el exterior, los medios rusos vendieron un discurso antivacunas, pero en Rusia, manifestarse en contra de la vacuna implicaba graves problemas. Es decir, un discurso en casa y otro fuera.

Sí, es un cinismo que se da en muchos otros asuntos. Por ejemplo, hacia afuera se acusa de belicismo a Ucrania y a Estados Unidos, y se dice que hay que buscar una paz negociada con Rusia, pero hacia dentro que no se te ocurra en Moscú pedir la paz o una negociación, sólo se puede abogar por la victoria total y la rendición de Ucrania. Dentro es un belicismo insolente y soberbio, y fuera juegan con la idea de la paz.

¿Cómo era trabajar como corresponsal en Rusia?

Siempre fue difícil para mí y para los demás corresponsales trabajar allí. En los últimos años nos trataban como enemigos y teníamos unas condiciones de entrada y salida muy complicadas. La presión era palpable, porque hablábamos abiertamente de guerra en un país en el que no se permite decir que hay una guerra, y entrevistando a gente que no podía salir en los medios de comunicación rusos. Cada vez era más difícil pasar desapercibido porque se habían marchado tantos periodistas independientes que destacabas aunque no quisieras, incluso me citaban en los medios rusos. No obstante, seguí haciendo mi trabajo igual que siempre hasta que no me permitieron continuar en Rusia.

¿Putinistán morirá con Putin?

Sí, creo que no conseguirán hacer una transferencia de poder satisfactoria. Tienen alguna posibilidad de hacerlo, pero es muy difícil y creo que va a existir una ventana de oportunidad.  Veremos cómo es la sociedad rusa en realidad y cómo son los rusos cuando Putin muera. Las dictaduras tienen mandatos largos, pero el régimen no suele sobrevivir al dictador.

¿No hay nadie que pueda sucederle?

No hay un delfín porque no interesa que lo haya. Putin no quiere que nadie pueda hacerle sombra, nadie que en un momento dado pueda reemplazarle. Ese es el problema de las dictaduras, que tienen muy difícil hacer una sucesión. Y la dictadura de Putin ya está en la fase final. Cada vez tiene que quemar más libertades, matar a más gente, encerrar a más disidentes, perturbar más a los rusos y arrojar más leña al fuego para que todo siga igual que antes. El esfuerzo del régimen para mantenerse en el poder cada vez es mayor. El Kremlin es enemigo del futuro y es cada vez más agresivo ante los cambios. Por ejemplo, el primer gran enemigo de Putin, Mijaíl Jodorkovski, estuvo diez años en la cárcel, pero el último gran enemigo de Putin, Alekséi Navalny, no ha salido vivo de la prisión. El gran crimen político que yo cubrí en Rusia fue la muerte de Borís Nemtsov en 2015. Entonces hubo una enorme manifestación autorizada por todo el centro de Moscú, pero nueve años después, la policía ha detenido a todos aquellos que esporádicamente ponían unas velas en monumentos improvisados a Navalny. El régimen de Putin ha cambiado, no es el mismo de hace unos años, se ha endurecido muchísimo y eso es una muestra de que está en una fase terminal.

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