El Papa Francisco anunció en la audiencia general del 28 de agosto pasado que “El Señor está con nuestros migrantes en el mare nostrum, el Señor está con ellos, no con lo que les rechazan”. En la Plaza de San Pedro se oyó con claridad su apelación acerca de la crisis migratoria actual:

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Hermanos y hermanas, en una cosa podremos estar todos de acuerdo: en esos mares y desiertos mortíferos, los migrantes de hoy no deberían estar – y están, desafortunadamente. Pero no es mediante leyes más restrictivas, no es mediante la militarización de las fronteras, no es mediante rechazos como lo conseguiremos. Por el contrario, lo conseguiremos ampliando las rutas de acceso seguras y las vías de acceso legales para los migrantes, facilitando el refugio a quienes huyen de la guerra, de la violencia, de la persecución y de tantas calamidades; lo conseguiremos fomentando por todos los medios una gobernanza mundial de la migración basada en la justicia, la fraternidad y la solidaridad. Y aunando esfuerzos para combatir el tráfico de seres humanos, para detener a los traficantes criminales que se aprovechan sin piedad de la miseria ajena”.

En su discurso fue más allá y afirmó “Hay que decirlo claramente: hay quienes trabajan sistemáticamente por todos los medios para repeler a los migrantes. Y esto, cuando se hace con conciencia y con responsabilidad, es un pecado grave”. En otras palabras, un pecado grave es un pecado mortal. La infalibilidad papal en asuntos de fe no está en cuestión, pero cuando el Pontífice insta a Italia y a otros países a abrir sus fronteras a la inmigración ilegal sin restricciones, Francisco hace política, deja ser de Sumo Pontífice y vuelve a ser Jorge Bergoglio. ¿Es tarea del Papa abogar por asuntos políticos de profundo calado como la gobernanza global o, por ejemplo, debería ocuparse de la evangelización, la salvación de las almas o la defensa de los cristianos masacrados por el solo hecho de serlos? ¿Es justo que afirme taxativamente que Dios está con los ‘sin papeles’ condenando a quienes se oponen a la inmigración masiva sin control?

Cuando no hay cielo ni infierno, ni países ni religión, ni posesiones, y todo se reduce a una utópica fraternidad, las buenas intenciones suelen terminar convirtiéndose en pesadilla, como los experimentos sangrientos colectivistas

Cabe recordar que, según el Catecismo de la Iglesia Católica, un pecado mortal implica la condena eterna del alma humana:

El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior. Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones: Es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento. Elegir deliberadamente, es decir, sabiéndolo y queriéndolo, una cosa gravemente contraria a la ley divina y al fin último del hombre, es cometer un pecado mortal. Este destruye en nosotros la caridad sin la cual la bienaventuranza eterna es imposible. Sin arrepentimiento, tal pecado conduce a la muerte eterna”.

Sin duda, la declaración del Santo Padre ha sido dura, especialmente en estos momentos, ya que adquieren un peso significativo debido a la avalancha de inmigración ilegal que está sufriendo España y los países del sur de Europa. Las cuestiones de fe y de doctrina religiosa pertenecen legítimamente al ámbito del Vaticano, pero con estas afirmaciones por su parte se invaden asuntos políticos y esto no debería suceder.

La cabeza de la Iglesia Católica hace propio el relato de la izquierda y el progresismo comprometiendo a sus feligreses en algo tan delicado como la condena eterna del alma de quienes se oponen a la inmigración ilegal. Llama la atención que el Papa Francisco bendiga la última misión en el mar de la nave Mare Jonio de la ONG Mediterranea Saving Humans. Una vez más, promocionó la organización del activista de extrema izquierda italiano Luca Casarini. Curiosamente, la embarcación fue acompañada por otra financiada por los obispos de la Conferencia Episcopal Italiana.

Queridos hermanos y hermanas, pensad en tantas tragedias de migrantes: Cuántos mueren en el Mediterráneo. Pensad en Lampedusa, en Crotone… Cuántas cosas feas y tristes. Y quisiera concluir reconociendo y alabando los esfuerzos de tantos buenos samaritanos, que hacen todo lo posible por rescatar y salvar a los migrantes heridos y abandonados en las rutas de la esperanza desesperada, en los cinco continentes. Estos hombres y mujeres valientes son signo de una humanidad que no se deja contagiar por la malvada cultura de la indiferencia y el descarte: lo que mata a los migrantes es nuestra indiferencia y esa actitud de descartar.  Y quienes no pueden estar como ellos «en primera línea», – pienso en tantos buenos que están ahí en primera línea, como Mediterranea Saving Humans y tantas otras asociaciones – no están excluidos de esta lucha por la civilización: nosotros no podemos estar en primera línea, pero no estamos excluidos; hay muchas formas de contribuir, ante todo la oración. Y os pregunto a vosotros: ¿Vosotros rezáis por los migrantes, por los que vienen en nuestras tierras para salvar la vida? Y “vosotros” queréis echarles”. Según parece por lo manifestado por Su Santidad, estas ONG de oscuras relaciones con las mafias de traficantes de seres humanos son los buenos samaritanos de hoy.

Nadie bien nacido puede oponerse a la asistencia de una persona que se encuentra en riesgo de vida en cualquier situación, más allá de su origen, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Pero esta crisis migratoria no es el caso. Todo es mucho más complejo y peligroso para reducir el problema entre buenos y malos, santos y pecadores. El Papa, apelando a la caridad cristiana, condena a quienes no aceptan de manera indiscriminada a los ilegales, ya que ahora incurren en pecado mortal.

La reprobación papal y cristiana debería ser para los que han montado una maquinaria delictiva como la de “los criminales traficantes de seres humanos”, para quienes los financian -como él mismo califica a las mafias- y no a quienes las rechazan. “Lo que mata a los migrantes es nuestra indiferencia y esa actitud de descartar”. Con todo respeto no, Bergoglio, lo que mata -no solo a los migrantes que quedan en el camino, sino también a las víctimas inocentes de esta invasión de indocumentados- es la complicidad del poder con el oscuro entramado del negocio de las ONG, mafias traficantes e inclusive gobiernos que financian, callan o miran hacia otro lado frente a la tragedia y el desastre provocado por ellos.

En septiembre de 1971 salió a la venta Imagine, del ex Beatle John Lennon, que para muchos es un himno en favor del amor y la paz universal. La letra habla de imaginar que no hay cielo ni infierno, que no hay países, posesiones ni religión, donde el mundo sea uno, una fraternidad de hombres viviendo en paz. Ese himno de soñadores, de radical chics, pijoprogres y perroflautas en todas sus variantes, prácticamente no se diferencia del pensamiento papal. Cuando no hay cielo ni infierno, ni países ni religión, ni posesiones, y todo se reduce a una utópica fraternidad, las buenas intenciones suelen terminar convirtiéndose en pesadilla, como los experimentos sangrientos colectivistas.

Cuando la Iglesia católica cada día se asemeja más a esa fraternidad distópica del progresismo y el Papa a John Lennon, los pilares de la civilización cristiana, paradójicamente se derrumban por la acción de quienes sentaron su primera piedra. Por eso, como dijo Nuestro Señor, en estos asuntos es mejor dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

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