En uno de sus libros, el filósofo marxista francés Louis Althusser señalaba que Antonio Gramsci, en su teoría de la hegemonía, debía mucho más a Benedetto Croce, Giovanni Gentile y Gaetano Mosca, es decir, al conjunto de la derecha intelectual italiana, que a Marx, Engels o Lenin. Un hecho que ha sido recordado recientemente por el joven filósofo Diego Fusaro. Incluso, en el tema de la hegemonía ideológica, podríamos remontarnos, como han hecho algunos gramscianos en Italia, a los trabajos del monárquico y conservador Agustín de Cochin, recuperados hace ya varios años por François Furet, sobre la influencia de las “sociedades de pensamiento” en el desarrollo de la Revolución francesa.
En realidad, el hecho no era nuevo. El propio Karl Marx debía no poco, en su interpretación de la sociedad, a Lorenz von Stein, teórico de la Monarquía “social” y uno de los pensadores políticos que más influyeron en la política asistencial de Otto von Bismarck. Hace ya muchos años, en enero de 1977, el periodista Paul Thibaud señaló en Le Monde Diplomatique que, por aquellas fechas, se estaba produciendo en Francia un auténtico “saqueo” doctrinal de la derecha por parte de las izquierdas. Un fenómeno que se producía igualmente en Italia, como lamentaba Norberto Bobbio, que denunciaba la amalgama de Antonio Gramsci y Carl Schmitt defendida por algunos representantes de la izquierda radical.
Y es que el caso paradigmático de este “saqueo” ha sido el de Carl Schmitt. Como es de sobra sabido, Schmitt ha sido considerado un crítico de derechas de la sociedad liberal-burguesa, un pensador conservador que considera los triunfos de la Ilustración como errores gravemente peligrosos para la Humanidad. Por otra parte, su circunstancial adhesión al régimen nacional-socialista contribuyó al rechazo, al menos durante algún tiempo, del conjunto de su obra. Sin embargo, como señaló el siempre lúcido Raymond Aron, en sus Memorias, Schmitt nunca fue ni podía ser un auténtico nacional-socialista, porque era un “hombre de gran cultura”, “un jurista de talento excepcional”, víctima de las contradicciones de la República de Weimar.
Un sector importante de la izquierda radical ha optado por el realismo político y una perspectiva crítica hacia la democracia realmente existente. Por ello, sería igualmente pertinente que algún sector de nuestra derecha, hoy intelectualmente anquilosada, fuese capaz de actualizar y reinterpretar algunos de sus clásicos
En ese sentido, es preciso tener en cuenta la ubicuidad y la transversalidad del pensamiento schmittiano, algo que le hace transcender de la dirección ideológica que el propio autor quiso darle en un momento particularmente trágico de la historia alemana y europea. En el fondo, fue un heredero de Thomas Hobbes, Jean Bodin, Juan Donoso Cortés, Joseph de Maistre, Max Weber, Karl Marx, y de Agustín de Hipona. Su crítica al normativismo de Hans Kelsen, su disección del “Estado burgués de derecho”, su insistencia en factores de orden infraestructural a la hora de analizar los contextos políticos, su crítica a la Ilustración mediante su concepto de “teología política”, su capacidad a la hora de incidir en las contradicciones del liberalismo y del sistema parlamentario o su concepción de lo político como distinción amigo/enemigo, lograron fascinar a políticos y pensadores tanto de derecha como de izquierda.
En la época de Weimar y luego durante el III Reich, Schmitt fue alabado y criticado, a la vez, por Walter Benjamin, Georg Lukács, Jacob Taubes, Karl Korsch, Ernst Bloch, Hermann Heller, Franz Neumann y Otto Kischeimer. Tras la Segunda Guerra Mundial, a pesar del ostracismo a que fue sometido, Schmitt mantuvo correspondencia y relaciones intelectuales con Norberto Bobbio, Alexander Kojève, Ferenc Feher, Agnes Heller o Jurgen Habermas. España no fue una excepción, sino más bien una nación pionera. Entre los simpatizantes y críticos izquierdistas españoles de Schmitt se encontraron Francisco Ayala –traductor al español de su Teoría de la Constitución-, Manuel García Pelayo, Enrique Tierno Galván, Raúl Morodo, Elías Díaz, Francisco Fernández Buey, Francecs de Carreras, Ramón Cotarelo, Pedro de Vega, Germán Gómez Orfanel o José Luis Villacañas. En general, estos autores rechazaron sus críticas a la democracia o su conservadurismo político, pero asumieron su rechazo del positivismo jurídico de Kelsen y del iusnaturalismo, su tesis sobre la autonomía de lo político, su disección del “Estado burgués de derecho” y su concepto de lo político.
En la actualidad, Schmitt ha seguido ejerciendo influencia en la izquierda radical europea, como Giorgio Agambem, Daniel Bensaïd. Toni Negri, Etienne Balibar o Mario Tronti, que recurren a su pensamiento en un intento de refundar la crítica teórica al liberalismo y al capitalismo, sobre todo en lo que se refiere a la tesis de la autonomía de lo político.
Otro representante de la izquierda radical, Slavoj Zizek, considera a Schmitt un crítico agudo del formalismo democrático-liberal, un autor “crucial para detectar los puntos muertos de la tolerancia liberal postpolítica” y que representa “el regreso de lo político propio”. En un sentido muy próximo, se expresan los teóricos del neopopulismo de izquierda, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, quienes realizan una reinterpretación del concepto schmittiano de lo político, a la hora de fundamentar su teoría “agonística” o “radical” de la democracia, no basada en el consenso liberal, sino en la relación amigo/adversario, en “la necesidad de ofrecer distintas formas de identificación colectiva en torno a alternativas claramente definidas”. La perspectiva neoschmittiana supondría el “retorno de lo político”, frente a una pretendida edad postpolítica o de fin de la Historia. Las tesis de Laclau y Mouffe han influido claramente en la concepción de lo político defendida, entre otros, por José Luis Moreneo Pérez, Pablo Iglesias Turrión e Iñigo Errejón, éste último muy ligado a la figura de Chantal Mouffe, con quien editó una obra titulada Construir pueblo.
Como hemos visto, un sector importante de la izquierda radical ha optado por el realismo político y una perspectiva crítica hacia la democracia realmente existente. Por ello, sería igualmente pertinente que algún sector de nuestra derecha, hoy intelectualmente anquilosada, fuese capaz de actualizar y reinterpretar algunos de sus clásicos.