Estados Unidos ya no está dispuesto a ejercer de policía de Occidente gratia et amore. Ahora exige que sus aliados compartan ese esfuerzo, tanto en el gasto militar como en sus alianzas. Durante décadas, los europeos hemos descontado que seríamos protegidos por los soldados del Tío Sam por una simple cuestión de principios, porque la democracia y sus valores lo merecen. La protección estadounidense debía ser por lo tanto altruista. Nosotros sólo teníamos que declararnos formalmente aliados, aunque en la práctica actuáramos con deslealtad.

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Ahora, los enemigos de los Estados Unidos aprovechan las exigencias de Trump para poner énfasis en su amenazante imperialismo, ocultando el motivo verdadero de su antiamericanismo, circunstancialmente antitrumpismo: el odio a la excepcionalidad americana. Esa singularidad que contiene el germen de la libertad y el control del poder. Ese “Nosotros, el pueblo”, que ahora llaman populismo, con el que arranca la Constitución estadounidense, en oposición al “Yo, el Estado” de los totalitarios.

Dicen que la presión judicial está haciendo mella en el temple del presidente. Y es posible que así sea. Pero, detrás de este aparente nerviosismo, prevalece una actitud desafiante, como si Sánchez guardara un as en la manga

Aquel idílico mundo libre de amenazas totalitarias que se vislumbró a finales del pasados siglo no es que se desvaneciera velozmente, es que desde el principio fue una quimera. La alternativa totalitaria estará siempre entre nosotros como el frío existe porque existe el calor; la luz porque existe la oscuridad y el amanecer porque existe el ocaso. La humanidad se ha dividido desde tiempo inmemorial en dos facciones, aun con diferentes matices: los que temen a la libertad y los que la aprecian.

Así pues, tan descabellado es pronosticar que el totalitarismo se impondrá universalmente como que será erradicado de manera definitiva. Ambas ambiciones pugnarán y coexistirán en un delicado equilibrio que la Guerra Fría, con su división en dos bloques claramente definidos, simplificó. Hoy, sin embargo, si bien esta confrontación sigue siendo igual de inescapable, su percepción es más confusa. Ya no podemos colorear el mundo en rojo y azul porque el muro que separaba a los dos bandos desapareció.

El imperio soviético ha dado paso a una serie de eufemismos geopolíticos, “potencias emergentes”, “multilateralismo”, “mundo multipolar”, “no alineados”, “BRICS”, donde se emboscan las corrientes que desprecian a la libertad. Los dictadores han perdido el miedo al mundo democrático occidental porque ahora pueden sobrevivir a la marginación internacional colocándose bajo el paraguas de estos eufemismos. Se trata de modelos de asociación que, a diferencia de las alianzas políticas y militares del pasado, no opera como un bloque uniforme, sino que es un conglomerado de empresas cuyos vínculos están cimentados por tratos concebidos para neutralizar los boicots occidentales.

Antes, en general, los dictadores adornaban sus regímenes con falsos ideales. Ahora, por el contrario, la opinión internacional les importa exactamente lo mismo que la de sus propios compatriotas, cuyos derechos pisotean. Ya no tienen que esforzarse demasiado en disimular porque, a través de los nuevos modelos de asociación que rellenan el vacío soviético, además de conseguir apoyo político y económico, obtienen un bien mayor: la impunidad.

No les quita el sueño que la opinión pública sepa hasta qué punto pisotean los derechos humanos. De hecho, o bien mienten con un cinismo descarnado, o bien hacen mofa de las críticas y advertencias. Como declaran con descaro los dirigentes chinos, son las democracias occidentales las que deben ser advertidas porque quieren imponer su sistema en el mundo, sus valores. Porque pretenden imponer su agenda, con el diálogo siempre vinculado a los derechos humanos, cuando en realidad el sistema occidental ha caducado.

En este contexto hay que interpretar las acciones, actitudes y aparente temeridad de nuestro presidente, Pedro Sánchez. Su desafío al Estado de derecho, su colonización de las instituciones, la desactivación de cualquier contrapeso y la toma por asalto de empresas y sectores productivos con el sospechoso silencio de los señores del IBEX35. Todo esto, llevado al extremo al que Sánchez lo ha llevado, habría sido impensable hace tan sólo unas décadas.

Explicar este comportamiento en base a su perfil narcisista, sociópata o, incluso, psicópata, es un error. Probablemente Sánchez sea todas esas cosas. Pero no está loco. En todos sus abusos hay un cálculo inquietantemente racional. Sánchez sabe que hoy la impunidad puede comprarse sirviendo a los intereses adecuados.

Dicen que la presión judicial, a propósito de los mil y un escándalos que le acompañan, está haciendo mella en el temple del presidente. Y es posible que así sea. Pero, detrás de este aparente nerviosismo, prevalece una actitud desafiante, como si Sánchez guardara un as en la manga.

«España es una nación BRICS. ¿Sabes qué es una nación BRICS? Lo descubrirás. Si los países BRICS quieren hacer eso, está bien, pero impondremos al menos un arancel del 100% a los negocios que hagan con Estados Unidos», respondió Trump al periodista español David Alandete durante una rueda de prensa. Muchos se apresuraron a señalar el error de Trump, pues creyeron que el presidente estadounidense se había confundido al considerar que la última letra de BRICS se refería a “Spain”. Sin embargo, en opinión del propio Alandete Trump estaba señalando que España está más alineada con los BRICS, con el bloque Rusia, China, India, el tercer mundo y el sur emergente, que con quien debería estarlo.

Como explica Lucas de la Cal, en el diario El Mundo, “Con el imprevisible escenario geopolítico global que se abre ahora tras el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, muchos focos apuntan a las turbulencias que sacudirán las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea. En esta partida está por ver el papel que desempeñará la España que Trump ubicó […] en los BRICS, el grupo de economías emergentes liderado por China; la España de un Pedro Sánchez que parece que aspira a ser el referente del batallón antitrumpista en Europa”. Para algunos analistas, entre los que me incluyo, ese papel parece estar cada vez más claro. España, por decisión de Sánchez, será el Caballo de Troya chino en la UE.

En el mismo artículo, Lucas de la Cal refuerza esta posibilidad aludiendo al aprecio que China, a pesar de algunos desencuentros, ha tenido siempre por Josep Borrell, quien ha sido un «importante guía» para el Gobierno de Sánchez de cara a profundizar las relaciones de Moncloa con Pekín. Cal señala además a otro socialista que ha sido clave para que el gobierno español estreche su relaciones con China, el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, quien, en palabras de Lucas de la Cal, “viaja asiduamente al gigante asiático para participar en conferencias y eventos promocionados por instituciones estatales chinas, donde comparte abiertamente un discurso que se asemeja a la narrativa de la propaganda china sobre el multilateralismo y el fin de Estados Unidos como potencia hegemónica”.

Para finalizar, de la Cal, destaca el inusual trasiego de mandamases chinos que visitaron España en 2024. En febrero, el jefe de la diplomacia china, Wang Yi, se reunió con el Rey Felipe VI. En mayo, otro alto cargo, Yin Li, visitó la sede del PSOE, donde fue recibido por la vicepresidenta primera, María Jesús Montero, y por el secretario de Organización, Santos Cerdán. En noviembre fue el propio presidente chino Xi Jinping quien aprovechó su asistencia a una cumbre en Perú para realizar una escala de 24 horas en Canarias. Después, el presidente de la Asamblea Popular Nacional (APN) Zhao Leji fue recibido en Barcelona por el president de la Generalitat, Salvador Illa. Zhao se vio más tarde en Madrid con Pedro Sánchez, que además tiene previsto viajar a Pekín el próximo otoño. Otra visita fue la de Huai Jinpeng, ministro chino de Educación, que se reunió en Madrid con las ministras Pilar Alegría y Diana Morant para firmar un acuerdo de cooperación educativa.

Esta ajetreada agenda España-China se corresponde con el aumento de la actividad china en nuestro país. De la mano del gobierno de Sánchez, China ha incrementado significativamente sus inversiones en España en los últimos años, abarcando diversos sectores clave de la economía.

En energías renovables, la corporación china Hygreen Energy ha establecido acuerdos con empresas españolas para desarrollar tres megaproyectos de hidrógeno verde en Andalucía, con una inversión total de 2.000 millones de euros. Estos proyectos incluyen la construcción de una planta de electrolizadores en Málaga y otras instalaciones en Huelva y Sevilla. Y energía eólica empresas chinas como China Three Gorges (CTG) han adquirido activos significativos en el sector de energías renovables en España, consolidando así su presencia en el mercado europeo.

En automoción y vehículos eléctricos, la empresa china Chery ha establecido una alianza con la española Ebro para producir automóviles eléctricos en la antigua fábrica de Nissan en Barcelona, reforzando la industria automotriz española. Y BYD, a través de QUADIS Dream, ha inaugurado centros en España, como el de Alicante, para la venta y posventa de vehículos eléctricos, ampliando su red en el país.

En logística e infraestructuras, China ha mostrado interés en la terminal ferroviaria de Plaza en Zaragoza, debido a la ubicación estratégica de Aragón en la Ruta de la Seda, facilitando la conexión logística entre Europa y Asia. Y Empresas chinas han invertido en infraestructuras portuarias en España, aprovechando la posición geográfica estratégica del país para el comercio internacional. La empresa china COSCO Shipping Ports posee una participación del 51% en la terminal CSP Spain del puerto de Valencia, uno de los principales puertos de contenedores del Mediterráneo occidental. COSCO Shipping Ports también es el mayor accionista de la terminal portuaria de Bilbao, consolidando su presencia en el norte de España. Y aunque todavía no hay una participación accionarial directa, el puerto de Algeciras ha estrechado lazos con puertos chinos, como el de Ningbo, para fortalecer las rutas comerciales entre China y Europa.

En tecnología y energía las multinacionales chinas Hygreen Energy y Sermatec planean abrir fábricas en Humilladero, Málaga, centradas en la producción de hidrógeno verde y dispositivos de almacenamiento de energía, respectivamente.

Por último, en aviación, Hainan Airlines, la mayor aerolínea privada china, ha mostrado interés en adquirir una participación en Air Europa, lo que podría influir en el panorama de la aviación europea. Se da la casualidad de que Air Europa fue recientemente rescatada por el gobierno de Sánchez con 485 millones de euros en una operación inusualmente veloz, llena de irregularidades y en la que medió Víctor de Aldama.

Cápitulo aparte merece la toma del control de Telefónica por parte del gobierno, porque más allá de previsible saqueo, nuestro buque insignia de las telecomunicaciones queda ahora a expensas de las malas compañías.

Pedro Sánchez, además, cumple todos los requisitos que las asociaciones de “intereses alternativos” exigen para formar parte de su club y disponer de su amparo. Se ha declarado enemigo de Israel, es tolerante con Irán, protege al régimen venezolano y es un excelente cliente de Moscú. Parafraseando a uno de sus ministros más superdotados: “blanco y en botella”.

No hace mucho Europa se habría mostrado alarmada ante los desafíos de autócratas como Sánchez. Hoy, sin embargo, la antaño vigilante UE mira para otro lado, como si el presidente español tuviera alguna clase de bula o un padrino o protector lo suficientemente influyente como para convertirlo en intocable. En este sentido, el bochornoso nombramiento de la negligente Teresa Ribera como comisaria europea dice mucho más de lo que parece, pues la UE tragó con una candidata que no superaba ni el escrutinio más benigno.

En cuanto a los ciudadanos, demasiados contemplan con simpatía el matonismo de Putin o manifiestan una indisimulada admiración por la dictadura china, porque, aparentemente, es capaz de proporcionar orden y prosperidad prescindiendo de la engorrosa democracia.

La simpatía hacia las autocracias se ha visto exacerbada por el estancamiento económico de Europa y la creciente inseguridad. Lamentablemente, este desapego a la libertad se agrava por la falta de cultura democrática. Demasiadas personas no se dan cuenta de que sin bien el autoritarismo puede tener algún recorrido en materia económica en sociedades atrasadas, cuando estas progresan, la falta de libertad siempre acaba aruinándolas. Esto es exactamente lo que está pasando con China. La obsesión de Xi Jinping por el control y el autoritarismo ha terminado por quebrar la confianza de los chinos. Y sin confianza, la economía siempre acaba colapsando. La solución no es, pues, desechar la democracia, sino sanearla para que recupere su vigor.

Es difícil saber si la llegada de Trump a la Casa Blanca será revulsivo suficiente para que Europa, aunque sea a disgusto, se libre del abrazo del oso. Lo que está claro es que, si Pedro Sánchez sigue mandando, España no se librará. Al contrario. Se entregará a él con devoción.

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