Una de las cosas más seguras que se puede decir sobre Sánchez es que le va a dejar a su sucesor una serie dramática de grandes embrollos, pero le dejará también un regalo nada desdeñable porque al nuevo primer ministro de España no le resultará difícil obtener una imagen pública mucho mejor que la de Sánchez.
La política siempre deteriora, está en el sueldo, pero es difícil encontrar un caso tan notable de destrucción de una imagen política como el que está soportando el solitario de la Moncloa. Recordemos al primer Sánchez, altivo, guapo, ambicioso, casi heroico y comparemos esa imagen con la del demacrado personaje que se esconde de las cámaras, no puede salir a la calle y está soportando el tormento de no conocer a ciencia cierta cuál puede ser su final porque ha perdido por completo el control de su destino.
Como personaje público, su imagen se está desmoronando de manera incesante desde perspectivas muy diversas y ha perdido el menor aliento de frescura y nobleza al no poder soportar las profundas contradicciones de su conducta.
Es evidente que los españoles no asistimos complacidos a las continuas concesiones de Sánchez ante quienes pretenden aplicarnos una regla demencial, que unos pocos puedan ordenar los asuntos de todos nosotros y que, al tiempo, renunciemos a cualquier intento de que se les puedan aplicar las reglas comunes
En el ámbito internacional su trayectoria está siendo entre siniestra y ridícula porque ha sido incapaz de mantener una mínima coherencia entre sus proclamas más pretenciosas y oportunistas y su apoyo efectivo y constante a las consignas del grupo de Puebla bajo las órdenes de Rodríguez Zapatero como Pigmalión, por no mencionar su cobarde sumisión ante el Sultán. En el plano nacional es bien sabido que no puede salir a la calle y que es un puro rehén de quienes supone sus socios en la ensoñación de una España tan imaginaria como imposible. En lo que se refiere al PSOE se ha convertido en el ángel exterminador y los candidatos a la decapitación ya han empezado la cuenta atrás para tratar de librarse como fuere de un personaje tan destructivo de vidas y haciendas políticas y muchos lo ven ya, irremisiblemente, como el enterrador de unas siglas centenarias.
En su entorno más inmediato, familia y amigos, se ha alcanzado un nivel de incompetencia y desfachatez que produce más compasión que irritación o escándalo con ser estos notorios. Todo ha conducido a que Sánchez se haya convertido en el político español que ha dado pie a las más complejas teorías psicológicas, a tratar de encontrar en su carácter la razón de tan extravagantes comportamientos.
Me parece que todo esto requiere una explicación política pero que eso no basta, que hay algo profundamente perturbador en la conducta de Pedro Sánchez que va más allá del oportunismo político y la irresponsabilidad histórica que, en todo caso, le son atribuibles.
Según la IA Gemini, “el síndrome de Estocolmo es un fenómeno psicológico en el cual una persona cautiva desarrolla sentimientos positivos, como empatía, lealtad o incluso afecto, hacia su captor. Este síndrome se observa en diversas situaciones, incluyendo secuestros, abusos, y relaciones tóxicas. La persona se siente emocionalmente ligada al captor, a pesar de la naturaleza abusiva de la relación”.
Esta somera descripción de un síndrome tan poco frecuente como escandalosamente llamativo creo que cuadra francamente bien con la aguja de marear de Sánchez en su indiscutible propósito de mantenerse en el sillón cuasi blindado de la Moncloa. Lo que no creo que se pueda saber es hasta qué punto esta conducta está motivada en un trauma, pues quien padece el síndrome actúa de manera contraria al sentido común, o es, de modo más simple, una muestra más de la carencia de principios que muchos le imputan, no sin motivos, ciertamente.
¿Cómo se explica que Sánchez se entregue claramente al ridículo, por ejemplo, de defender que la UE adopte como lengua de uso el catalán sin caer en la cuenta de que esa petición no puede ser vista sino como una terrorífica debilidad política de quien la promueve?
Aznar llegó a declarar en una ocasión que hablaba catalán en la intimidad y eso que fue considerado, justamente, como una ridícula confesión de impotencia es apenas una broma entre amigos en comparación con la pretensión bruselense de España, como enfáticamente repiten los subalternos de Albares, para que los poderes de la UE entren en razón y acepten pulpo como animal de compañía.
¿Qué decir del apaño retórico con que se presenta un acuerdo entre la Generalidad de Cataluña y el Gobierno español, ambos carentes de competencias en el asunto, para otorgar un trato fiscal singular a Cataluña que será, al tiempo, la matriz de un esquema general de financiación aplicable a toda España? ¿Es tal la sumisión de Sánchez a la voluntad de Junts que le hace olvidar que singular y general son, a este propósito, términos contradictorios? La actitud servil de Sánchez ante sus supuestos socios resulta tan notoria que ni siquiera le deja entender que su sumisión va a ser respondida con una nueva patada en la boca, aunque no sé si entre las pautas de comportamiento de quienes padecen el síndrome de Estocolmo, que fue primeramente descrito para ser aplicado a la conducta de las víctimas de un atraco en la capital sueca, cabe considerar la sumisión absoluta y placentera a la conducta sádica del puto amo.
Sea cual fuere el caso es evidente que los españoles no asistimos complacidos a las continuas concesiones de Sánchez ante quienes pretenden aplicarnos una regla demencial, que unos pocos puedan ordenar los asuntos de todos nosotros y que, al tiempo, renunciemos a cualquier intento de que se les puedan aplicar las reglas comunes, un caso de la ley del embudo de dimensiones colosales. Pues Sánchez sigue mostrándose obsequioso con los apóstoles de la ordinalidad y pretende sacrificar en el altar de la más grosera insolidaridad la tradicional oposición, al menos retórica, de la izquierda ante la desigualdad.
La pobre Patty Hearst, nieta del famoso magnate que fue sometida a la disciplina del “ejército simbiótico de liberación” que la secuestró, era una aprendiza en estas cosas de hacerse pasar por amigo de quien te pisa el cuello, claro que en el caso de Sánchez el cuello lo ponemos los demás.
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