El anterior artículo trataba del “totalitarismo duro” ejercido por la nueva izquierda en las Universidades, y estudiado en un informe elaborado por Eric Kauffman para el Center for the Study of Partisanship and Ideology (Centro para el Estudio del Partidismo y la Ideología), CSPI. El autor se refería con ello al sectarismo ideológico que desembocaba en la exigencia de adoptar medidas disciplinarias contra los profesores por profesar determinadas ideas; medidas que pueden incluir, y a menudo lo hacen, el despido.
Kauffmann habla de ese totalitarismo duro porque lo quiere distinguir de otras actitudes, no menos sectarias, pero que no llevan a exigir medidas tan directas. Este “totalitarismo blando” actúa en un terreno soterrado, pero que es el de los asuntos propios de la gestión diaria. Incluyen decisiones como “la aceptación de la publicación de artículos, la concesión de becas, las ofertas de trabajo y las promociones, la admisión de alumnos…”. Decisiones en las que, necesariamente, tiene que haber un margen al criterio de los responsables académicos. Y en ese margen el aspecto ideológico interfiere con lo que deberían ser los objetivos puramente académicos. Kauffman también menciona otros elementos de este totalitarismo “blando”, como el acoso laboral, o el sometimiento del pensador independiente al ostracismo, o la invitación a la autocensura: el suicidio intelectual como penitencia y enmienda permanentes, hasta que la muerte libere al reo del tormento de cargar con la culpa de pensar distinto.
Los estudiantes valoran el ambiente hostil de las facultades como uno de los factores que contribuyen a que continúen su carrera fuera del ámbito académico. Así, uno de los motivos para rechazar el camino académico es precisamente ese: su ideología les aleja del ambiente de las facultades
El saber está esperando que lo alcancemos, y para llegar a él tenemos que transitar por caminos nuevos, unos, conocidos e inseguros otros, y aún por veredas horadadas por los pasos de los predecesores y que parecen ya inservibles o conducentes a bosques mil veces transitados. No es casualidad que el término “método” proceda de la palabra camino (hodós). Lo necesario es que su tránsito se haga con plena libertad formal, y sobre todo con libertad de espíritu. El totalitarismo que trata Kauffman ataca la primera, o la segunda. A lo que quiere dar respuesta es a la pregunta: “¿En qué medida los académicos se sienten libres para investigar o participar en un debate público que tenga repercusiones políticas, sin pagar un castigo social o profesional?”.
Esa pregunta es mucho más fácil de formular que de responder. ¿Cómo medimos el ostracismo? ¿Qué métricas nos permiten acercarnos a las decisiones de las revistas de no publicar tal o cual artículo? ¿En qué se miden las actitudes acosadoras hacia los profesores políticamente fuera del consenso por parte de sus alumnos, compañeros y jefes?
Kauffman se ha acercado a la cuestión de un modo ingenioso, pero que puede ser suficiente, y que va más allá de la acumulación diaria de ejemplos. El primer paso consiste en observar si la inclinación política de los profesores ha variado en las últimas décadas. Y ese parece haber sido el caso en los Estados Unidos: En 1989-1990, el porcentaje de quienes se definían como izquierdistas o extremistas se encontraba en la cercanía al 40 por ciento con el de los moderados. Ligeramente por debajo del 20 por ciento quedaban los académicos situados a la derecha.
Desde entonces se produce un aumento de la preeminencia de los profesores izquierdistas a costa de los moderados, hasta 2004-2005. Desde entonces, lo que se produce es también una caída de quienes se declaran a la derecha. Así, en 2010-2011, más del 60 por ciento se declara a la izquierda, poco más de uno de cada cuatro moderado, y poco más del 10 por ciento a la derecha. Desde entonces, y hasta mediados de la década pasada, se produce una cierta corrección.
En el Reino Unido, el 35 por ciento de los académicos votó conservador en 1964, por el 47 por ciento que optó por el Partido Laborista, y el 17 a los Liberal-Demócratas. El voto en el ámbito universitario va decantándose hacia los Liberal-Demócratas, que alcanzan el 35 por ciento en 1989, a costa del Partido Conservador (18 por ciento), y de los laboristas, que reciben de ese nicho un 37 por ciento de los votos. Pero desde entonces, la situación ha cambiado mucho: en 2015 votan al Partido Laborista más de la mitad (el 55 por ciento), más un 13 por ciento a los Verdes, y liberales y conservadores son ya un 14 y 15 por ciento, respectivamente.
Hay una gran diferencia entre el voto general y el de la academia. Incluso hay diferencias dentro del ámbito de la enseñanza, ya que (en el Reino Unido) los profesores universitarios están mucho más a la izquierda que los de enseñanzas medias o básicas.
Esto podría interpretarse de diversas formas. Una de ellas es que son personas más preparadas, y su superior formación les conduce casi necesariamente a posiciones izquierdistas. Pero también hay otras interpretaciones posibles.
Una de ellas es que los puestos académicos están en instituciones que reciben dinero público, “y en consecuencia tienden a estar económicamente a la izquierda”. Hay un refuerzo positivo entre el predominio de las ideas izquierdistas, y el aumento del presupuesto público, ya que son estas ideas las que lo favorecen. Pero tampoco parece suficiente para entender qué ha ocurrido. Kauffman se acerca, haciéndonos ver que hay una relación muy clara con la edad: cuanto más jóvenes son los profesores, más predominio hay de la izquierda. ¿Qué puede explicar todo ello?
Kauffman observa que los doctores en disciplinas científicas (STEM) tienen una probabilidad de estar a la izquierda 16 puntos menor que los de las ciencias sociales en los EEUU, y 13 puntos en el Reino Unido. Una interpretación es, claro, que la implicación política de las ciencias sociales es mayor, y es más fácil que funcione allí la autoselección de los afines dentro de la izquierda.
El investigador también halla una diferencia que es muy significativa: “También sabemos que hay una importante brecha política entre los titulados que trabajan en la academia y los que trabajan fuera de ella, que se ensancha con edad. Esto apunta al contenido y ethos de las facultades de ciencias sociales como un factor importante. ¿Cuánto de ello es legítimo? (los problemas sociales atraen naturalmente a los izquierdistas) o ilegítimos (universidades y especialmente los departamentos de ciencias sociales son hostiles entornos para los conservadores)?”.
El autor señala, basándose en un estudio, que se da un doble proceso. Por un lado hay una auto selección de los estudiantes conservadores, que tienden a rechazar no sólo a los profesores que tienen ideologías distintas a la suya, sino a rechazar también esas materias. Pero asimismo, los estudiantes valoran el ambiente hostil de las facultades como uno de los factores que contribuyen a que continúen su carrera fuera del ámbito académico. Así, según un estudio conducido por el propio Kauffman muestra que uno de los motivos para rechazar el camino académico es precisamente ese: su ideología les aleja del ambiente de las facultades.
Sin embargo, no hay motivo para pensar que, por ejemplo, las bajas remuneraciones u otras condiciones del mundo académico les retraiga en su decisión de seguir una carrera en la Universidad. Los conservadores aprecian más cuestiones que pueden ser compatibles con el desempeño intelectual institucionalizado, como la estabilidad geográfica o poder compatibilizar el trabajo con la vida familiar. Y son quienes más a la izquierda están los que dicen no tener una personalidad proclive a ello.
Todo ello apunta a una auto selección ideológica del ámbito universitario, que conduce a un creciente predominio de la izquierda por motivos distintos de los puramente intelectuales o sociales.
Con todo, hay algo que se le escapa al estudio, y es dar respuesta a la cuestión de por qué este fenómeno es tan generalizado. Es decir, en principio puede haber instituciones educativas que se hayan decantado hacia la derecha, o que fueran concebidas con ese sesgo. Pero eso no suele ocurrir. Lo que sí explica es cómo, en aquellos ámbitos en los que la izquierda era preponderante, que es en casi todos, esa ventaja haya crecido con el tiempo.
Foto: Cole Keister.