La Fundación Villacisneros convocó en Madrid un acto bajo el título, a modo de paraguas, de Leyes ideológicas. Vaya lo del paraguas por la que está cayendo, a la vista de que la izquierda ha asumido por completo la pretensión de que las leyes son instrumentos de coacción para transformar la realidad para asemejarla a un ideal progresista, y de que la derecha también lo ha hecho suyo. Bajo el encabezamiento de las leyes ideológicas colgaban un par de ejemplos, la de Violencia de Género y la de Memoria Histórica, como muestra de un manojo de normas “transformadoras”, como se dice sin empacho.

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Tres fueron los invitados a compartir sus ideas sobre este mundo proceloso y turbio, y los tres demostraron conocerlo sin mancharse. De izquierda a derecha, las del espectador, Francisco José Contreras, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Sevilla, Alicia Delibes, profesora de matemáticas y masa gris detrás de la política educativa del Partido Popular en la Comunidad de Madrid, y Miguel Ángel Quintana Paz, profesor de Ética y Filosofía Social en la Universidad Europea Miguel de Cervantes, en Valladolid. Repartió juego el periodista Hermann Tertsch.

Abrió la jornada Alicia Delibes y, espoleada por Tertsch, comenzó a hablar de educación. Mencionó a Anthony Crosland, cuyo libro El futuro del socialismo colocaba al mismo en la ocupación de las tiernas mentes de los estudiantes. Se les inculcaría la falaz y atractiva idea de la igualdad de condición social, por medio “de un igualitarismo exacervado”, una concepción según la cual “no se puede permitir que unos adelanten a otros”.

Francisco José Contreras hunde las pretensiones de la izquierda actual en el fracaso sin paliativos del Socialismo. En el fracaso histórico de 1989, que aconseja a una izquierda desorientada, sin referencias políticas totalitarias a las que abrazarse, golpeada sin paliativos por una explosión de libertad, a reunirse en el Foro de Sao Paulo 1992. Pero sobre todo en un fracaso anterior.

El movimiento socialista se da cuenta muy pronto de que las previsiones de Marx no se cumplen, las masas progresan con el capitalismo, y el proletariado adquiere la “falsa conciencia” de querer ser un burgués. “Ha ganado y ya tiene qué perder”, dice Contreras. El mecanicismo materialista (económico) no ha funcionado. Pero el ancestral odio a la sociedad abierta sigue ahí, y hay que encontrar nuevas grietas para hacerla estallar. Y es entonces cuando se mira a la cultura.

El marxismo, que ha sacado de sus entrañas el esqueleto estrictamente marxista, sobrevive como una masa informe pero no sin propósito: destruir la sociedad actual. Sin el proletariado, “se queda sin actor revolucionario”, dice Contreras: “Lo vieron la escuela de Frankfurt y Marcuse en El hombre unidimensional (1964). Los trabajadores ya no pueden hacer el gran rechazo y hay que buscar otros actores: mujeres, razas, sexos…”.

Por eso la izquierda, que en otra época había dicho “trabajadores del mundo, uníos”, hoy disuelve la sociedad en una miríada de particularismos políticamente aprovechables. Alicia Delibes cree, no obstante, que sobre una base ideológica compartida, hay un intento de coser un gran bloque de izquierdas.

Entonces, se quiebra la sociedad en nuevos estamentos. Se vuelve a la sociedad estamental medieval, pero con nuevos actores útiles para los propósitos de la nueva izquierda. De la mano del liberalismo “logramos superar el estamentalismo”. Para el liberalismo, la ley habla de un individuo sin atributos, sin condición social ni raza, sin sexo ni edad, pues entiende que con igual consideración para todos, la sociedad, cambiante, abigarrada y libre, se organizará del mejor modo para todos.

Así, “el antirracismo y demás movimientos, que debieron morir de éxito”, han vuelto como instrumentos para señalar que la sociedad libre es, en realidad, injusta, y debe destruirse ella misma.

Quintana Paz dice que para la izquierda “ley ideológica” es un pleonasmo. Toda ley es ideológica, pues cualquier norma recoge y transmite el trasfondo ideológico de esta sociedad. Que todo sea ideología, que la realidad no juegue más papel que ocupar una entrada en el diccionario, tiene un nombre: relativismo. Tú ves el mundo según tu ideología, yo según la mía. Es la posmodernidad. Es el “pensamiento débil”. “En principio”, señala el profesor, “esto llevaría a la tolerancia”. Pero no es así. Y hay un buen motivo para ello: si perdemos el contacto con la realidad, advierte, “al final la lucha no puede remitirse a algo común”, no puede haber un entendimiento sobre una base que está ahí, es externa a nosotros y nos permite aferrarnos a ella aunque sea desde distintos sitios. Carentes de ese terreno común, la lucha política es encarnizada. Hay un poder que controlar, y o lo haces tú o lo hago yo.

Este caldo es en el que se ha cultivado la intelectualidad en los Estados Unidos que es el país que lidera el cambio ideológico por encima de Europa o cualquier otro país o continente. Paz dice que esa ideología “ha tomado el castillo de las Universidades. En los Estados Unidos, la izquierda es la ideología del 96 por ciento de los profesores de Humanidades”. E “izquierda”, en la actualidad, quiere decir esta nueva izquierda culturalista, que en palabras de Delibes “quiere crear un conflicto social”, no sabemos con qué proyecto ulterior.

Todo ello mueve las leyes ideológicas. Contreras señala, por ejemplo, que “hay una vuelta al pasado, que se ve en las leyes de la memoria. A un pasado elaborado orwellianamente”, reconstruido sobre la base de lo que debió haber sido, o lo que conviene que hubiese sido, y no lo que fue. Un pasado descompuesto en infinidad de añicos, como un jarrón que se lanza contra el suelo con toda violencia, y que se reconstruye en forma de historias particularistas, como los estudios sobre la mujer, o los afroamericanos en los Estados Unidos, o los estudios indigenistas.

Del presente se reconstruye el lenguaje. También siguiendo a Orwell, como si fuera un profeta y no un augur, se crea un neolenguaje. Como dijo Alicia Delibes, “creas un nuevo lenguaje, que sólo tú entiendes”. Y lo impones, de modo que “la gente ya no se atreve a hablar normal ni a decir lo que piensan”. Porque los nuevos términos destruyen lo que pensamos sobre la realidad, y obligan a asumir nuevas concepciones sobre cómo son las cosas. Se inocula el nuevo lenguaje “como el arsénico, gotita a gotita”, sin efectos aparentes, hasta que sus efectos retuercen el cuerpo envenenado.

Contreras es muy crítico con la derecha que aún no ha despertado ante la nueva amenaza, y sigue aferrada a la economía como gran argumento. Y dice que el éxito de la “nueva derecha”, con un ojo puesto en Washington y el otro en Brasilia, “es que se enfrenta de verdad a la izquierda en el nuevo tablero”. Pero el objetivo de la izquierda no es el liberalismo o la derecha, advierte Delibes, sino nuestra civilización. Ella es el objeto de sus odios, nada secretos, y por ello encaminan sus esfuerzos hacia la educación como instrumento primordial, al que siguen todos los demás.

Por otro lado, el profesor Quintana Paz señala que las tensiones dentro del bloque de izquierdas son muy fuertes, y sus alianzas son frágiles. Como la alianza con el Islam, que ya ha señalado Delibes, y que funcionará mientras sobreviva nuestra civilización, pero que a largo plazo es insostenible. También supone un freno para esta oleada izquierdista la propia realidad, a la que desprecian porque quieren transformarla.

Coherencia propia con la realidad, y divergencias entre quienes quieren asaltarla y destrozarla para crear un nuevo paraíso. Estas son las conclusiones de la animada charla en la Fundación Villacisneros.

Foto: Emiliano Vittoriosi


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