Tomo el título de la novela, después llevada al cine, del gran Fernando Fernán Gómez, que retrata el melancólico deambular de unos cómicos en la España de la postguerra española, un momento en el que las esplendideces del cine hacen que, hasta en los pueblos, la gente ya no quiera ver teatro. Aunque sin la menor gracia, me parece que la legislatura que se empezó con el grito de “somos mayoría” dibuja un panorama tan sombrío para el jefe de tropa como el de la excelente fábula literaria.

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Sánchez no resulta atractivo para nadie y hasta sus aliados más venales, aquellos que no le compraron ningún quimérico proyecto progresista, sino que vieron una oportunidad de negocio, de negoci en catalán y de negozio en vasco, están echando cuentas para que no les pille con mal pie el hundimiento definitivo. A Sánchez no le resulta rentable su estratagema favorita de echar la culpa a los sospechosos habituales y sólo una selecta grey de fanáticos le hace la ola ante las desventuras que él quiere convertir en hazañas de fantasía. Cómo será el desastre que Sánchez, como si de un teócrata se tratase, se encomienda a la verdad y al futuro para encontrar un asidero en el que reposar de los varapalos que la realidad más modesta le arrea día tras día.

Sánchez está poniendo a prueba su tirón, pero está tan ciego que cabe dudar de que sepa sacar las consecuencias que sacaría cualquiera, que el viaje a ninguna parte ya ha concluido hace tiempo

Su famosa resiliencia, un término, casi un neologismo, en el que se ha refugiado para disfrazar su supuesta batalla con molinos de viento que siempre ha acabado con palizas que envidiaría cualquier mal imitador de Don Quijote, se ha quedado en pura muestra de tozudez y falta de seso porque, por lo que se ve, nadie de su entorno se atreve a decirle hasta qué punto está haciendo el ridículo, porque ese ejercicio de supuesto empecinamiento en su misión supone ejercer el papel de bobo presuntuoso que ningún español verá nunca con la menor simpatía.

Defender la laboriosidad de su hermano, la inmaculada inocencia de su consorte, la opacidad absoluta ante sus ojos atentos de la vida privada y las mangancias de sus colaboradores más inmediatos, la indignidad con la que se humilla y pide perdón a Puigdemont, esperando que éste sea tan tonto o tan cutre que se vuelva a prestar a sus engaños, la amistad con Marruecos, siempre  sin que nada trascienda sobre lo que concede y sin que nadie vea ninguna de las ventajas que asegura haber logrado, o hacernos creer que no felicita a María Corina Machado la líder venezolana que ha obtenido un Nobel porque no suele hacerlo en tales casos, al tiempo que asegura que el papel exterior de España es el más importante de su larga historia y el sinfín de embrollos y trapisondas con los que la prensa canallesca, como decía Blas Piñar, el fundador de Fuerza Nueva que creía que Franco se había convertido en un peligroso centrista, nos deleita cada día han ido dibujando en el sentido común de una inmensidad de españoles la figura no ya de un mentiroso o un hipócrita sino la de un charlatán empalagoso sin la menor credibilidad. Y eso, por no hablar de la extrema diligencia que Sánchez impone en su partido para poner coto a las salerosas bromitas machistas con las que cualquiera de sus coroneles haya tenido a bien  cortejar a las mujeres a sus órdenes.

Todo indica que nuestro todavía presidente no sabe cómo llegar a buen puerto, aunque todavía parezca creer, gracias a tipos como Tezanos y los periodistas de cámara, que hay una mayoría que lo considera el Cristóbal Colón de la España del siglo venidero. Nuestro problema es que, en su papel de gran timonel, con la insólita prerrogativa de que él mismo sea el único que pueda despedirle, nos puede causar mucho mayor daño que el hecho hasta ahora, nada menor por descontado, porque en su obcecación puede creerse Sansón y tratar de derribar las columnas del templo constitucional, ya maltrecho gracias a sus abundantes fechorías políticas, sobre todos nosotros en la creencia de que los supervivientes gritarían al unísono aquello de “Sánchez es nuestro salvador, nada hay que temer”.

El mundo entero lo mira con una mezcla de extraña curiosidad, reflejo de aquel “Spain is different” que inventaron los propagandistas de la dictadura, y con un no pequeño asombro por nuestra bien probada paciencia. ¿Cómo no admirar al líder valiente que envío un buque de guerra a escoltar la flotilla pacifista que iba a denunciar el genocidio en Gaza? ¿Cómo no ensalzar su prudencia al ordenar al buque que no abriese fuego contra las hordas genocidas para evitar males mayores?

Si algo caracteriza todavía a los españoles es el acusado sentido del ridículo y Sánchez está empeñado en que todos nos olvidemos de nuestra manera de enjuiciar a los timadores pedantes y abracemos decididamente la sensibilidad exquisita de la ministra de Hacienda cuando comenta las jugadas de su jefe, su entusiasmo ilimitado ante los enormes y continuos aciertos que salen de las manos y, sobre todo, de la boca de Sánchez.

Con las apestosas noticias de estos días hay quienes se imaginan a Pedro Sánchez como un jabalí herido capaz de cualquier cosa y no está mal la metáfora porque esa especie de animales nunca sabe muy bien  por dónde va a acabar saliendo y pueden ser un peligro cierto para los viandantes; yo, si me permiten los lectores, prefiero una imagen menos veterinaria y más cinematográfica, aquella memorable escena en que Peter Sellers interpreta, en El guateque, a un actor de reparto que hace de corneta herido en una batalla y que no sabe que tendría que caer muerto porque ha sido ametrallado por lo que se empeña en seguir soplando la trompeta para desesperación general.

Esa llamada a la bravura del corneta despistado es la que va a representar estos días Sánchez en Extremadura para acabar de hundir en la desesperación a sus huestes ya muy maltratadas por la inverosímil defensa que han debido hacer de la plaza de coordinador de conservatorios que se otorgó a David Azagra, dilecto hermano del número uno. Pero con un cierto sadismo, que siempre supone una carencia absoluta de sensibilidad, Pedro Sánchez pretende que gane las elecciones el personaje que hizo de Chisgarabís o Chiquilicuatre en esa comedia bufa. Sánchez está poniendo a prueba su tirón, pero está tan ciego que cabe dudar de que sepa sacar las consecuencias que sacaría cualquiera, que el viaje a ninguna parte ya ha concluido hace tiempo.

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web