Leía recientemente que, en el colmo de la estulta ignorancia de esta semana, abanderados de la cultura woke, deeply concerned ellos, como no puede ser de otra manera, habían forzado la cancelación de una representación de “El mercader de Venecia” de Shakespeare. No es de recibo, bajo su experto y despierto punto de vista, el trato que dispensa en la obra a todo el pueblo judío, representado en la figura del mercader, el bardo de Avon. Ya tenía decidido que les iba a contar en mi pieza, pero la verdad es que me ha venido de perlas para ilustrar, como entradilla, la tesis de estas líneas.
Cuando uno se acaba de levantar, le lleva unos segundos poner el organismo a pleno rendimiento. Hay quien sale de la cama de un salto, pero convendrán conmigo en que de tanto en tanto, vale la pena tomarse cinco minutitos más. El mundo occidental acaba de despertar. Llevábamos demasiados años en una duermevela político y social donde los sueños, que son sueños como bien decía Calderón, se habían transformado en realidad, o casi. El mundo ecosocialista, donde los perros se atan con placas solares y los coches son alfombras voladoras estaba a la vuelta del 2030. Entonces llegó Vladimir a despertarnos de golpe y, cuando nos quisimos dar cuenta, no teníamos los deberes hechos.
A Putin, por cierto, hay que darle el crédito que merece. Las nimiedades vuelven a parecer lo que son. Ha conseguido eliminar una pandemia de golpe. Lástima el precio tan alto que nos cobrará
Nadie puede negar, aunque muchos hipócritamente se empeñan, que el presidente ruso lleva años financiando movimientos desestabilizadores en occidente, sin importarle demasiado el color, mientras mantengan entretenida a la prensa y a los crédulos gobiernos europeos. Los avisos estaban sobre la mesa.
Si hemos descontextualizado de manera tan desproporcionada las obras de Shakespeare, Orwell o Victor Fleming, hasta el punto de forzar su desaparición del mapa cultural, nos será prácticamente imposible encontrar a nadie que recuerde que la principal causa para la caída de un sistema social, bien sean los imperios de antaño, bien nuestra adocenada democracia, tiene mucho que ver con olvidar los principios que pusieron a aquella sociedad en lo más alto del podio. Mirarse el ombligo está bien, siempre y cuando no sea más tiempo que el de sacarse la pelusilla.
Y se preguntan cómo pueden pasar estas cosas en pleno siglo XXI. Estás cosas no han dejado de pasar desde que el mundo es mundo y las personas estamos en él. Que aún no nos hayamos lavado la cara y tengamos los ojos llenos de legañas, no significa que el sol no haya salido o los bombazos de contumaz espía, reventado. Parecen lejanísimas las imágenes de la reunión entre Macron y Putin, en aquella mesa hecha aquí al lado. Entonces muchos decían que era imposible una guerra de este calibre en el 2022.
A Putin, por cierto, hay que darle el crédito que merece. Las nimiedades vuelven a parecer lo que son. Ha conseguido eliminar una pandemia de golpe. Lástima el precio tan alto que nos cobrará. Si aprendemos algo será, por desgracia, por las malas. Esto va de energía, de suministros, de PIB. De mantener el poder a costa de lo que sea y, por qué no, de dejar su impronta en la Historia. Cosas de la megalomanía. Otros muchos jugaron la misma partida y, curiosamente todo está escrito, hoy a golpe de click. Solo bastaba echarle un ojo de cuando en cuando en lugar de centrarnos en poner adjetivos a todo.
Todo estaba ahí, pero nada de esto podía pasar en pleno siglo XXI. A ver si vamos tomando ya el café, que hay mucho tajo por delante y el futuro cercano va a ser muy complicado. Además, la semilla del hijo de puta, esa, no se acaba.
Foto: Hasan Almasi.