Y parió la abuela, dice nuestro refrán. Una traducción muy simple sería ya estábamos bastante mal y de repente se nos apareció Trump en todo su esplendor. En este caso, sin embargo, deberíamos considerar que lo de Trump se venía venir, o sea que el refrán no retrata justamente la situación.
¿De qué manera se veía venir Trump? En primer lugar, la convicción de muchos estadounidenses, que lo transmitían de uno u otro modo, es que lo de los demócratas ya no admitía la menor prórroga y que la vuelta de Trump podría ser no sólo inevitable sino benéfica. Eso creímos algunos, contagiados por ese prejuicio moral según el cual los humanos aprendemos de nuestros errores, lo que implicaba que Trump II sería mejor presidente que Trump I y muchos ciudadanos de los EE. UU. repetían que, payasadas aparte, lo de Trump I no había sido tan malo, visto lo visto.
Los aranceles acaban cayendo sobre el consumidor, lo que es inevitable, del mismo modo que lo hace cualquier impuesto, de forma que hay un enorme misterio en entender cómo es posible que Trump II, su asesor Navarro con su alias Ron Vara y otros genios del ramo, han llegado a entender que podrían favorecer a los estadounidenses aumentando los aranceles sobre las importaciones
El segundo ventano por el que se podía esperar la vuelta de Trump es el que deriva del insólito crecimiento que está experimentando en bastantes lugares la extrema derecha o, dicho de otro modo, el nacionalismo más cerril. Este panorama se acentúa especialmente en las comunidades políticas muy divididas y expresa una convicción profundamente equivocada, la posibilidad de acabar con la política misma y dejar paso libre a una especie de orden natural, absurda quimera que se adorna con un marketing bastante eficaz, que consigue hacer creíble que el castigo, primero, y la eliminación, después, de la clase política dará paso a una cohorte angelical que nos llevará, como es su oficio, al Paraíso.
En el caso de Trump, la comparación con una figura angélica tropieza con algunas dificultades, digamos, teológicas, pero cabe ver al ahora presidente como una realización bastante bien acabada de un tipo de ángel muy especial, el ángel exterminador, una criatura a la que no es fácil conceder buena fama y por eso Trump está empezando, según dicen los papeles, a perder parte de su encanto. Sus primeras rectificaciones le han hecho perder apoyo, al parecer, pero no parece que Trump se haya estado preparando para hacer coas distintas a las que se le han ocurrido hasta la fecha, aunque nunca se sabe.
¿Será posible que Trump acierte?, ¿será posible que rectifique? Que todo un presidente de los EE. UU., que es posible que tenga más asesores que Sánchez, se esté equivocando de medio a medio, que es lo que dice casi todo el mundo, no deja de ser azorante para la mayoría de los mortales que de estas cosas de la economía y del comercio internacional sabemos lo justito, siendo generosos.
Ahora bien, los seres humanos tenemos una capacidad bastante notable para reconocer la verdad, al menos ciertas verdades de buen tamaño y, aunque no seamos capaces de saberlo todo, la conducta de Trump II se nos presenta nimbada por sospechas de buen calibre. La primera cosa que nos llama la atención del nuevo Trump es que pueda decir cosas contradictorias sin experimentar el menor rubor, es decir que no sólo mienta sin que le importe mucho que le pillen en ello, sino que, en horas veinticuatro, pueda llevarse la contraria y desmentirse a sí mismo con absoluta tranquilidad.
Es casi increíble que pueda sostener la idea de que quiere bajar los impuestos y, al tiempo, subir los aranceles (tariffs) como si no fueran impuestos (taxes), o sea un costo que, por voluntad del poder político, se añade al precio de cualquier producto en una operación entre particulares, algo que encarece la mercancía sin mejorar ninguna de sus cualidades. Se dirá que la intención de los impuestos es distinta a la de los aranceles, pero eso supone dar por supuesta la naturaleza angelical de los gobiernos, la creencia en que se esfuerzan al máximo por servirnos, aunque, muy a su pesar, tengan que cobrar mucho por ayudarnos de manera tan generosa.
Los aranceles acaban cayendo sobre el consumidor, lo que es inevitable, del mismo modo que lo hace cualquier impuesto, de forma que hay un enorme misterio en entender cómo es posible que Trump II, su asesor Navarro con su alias Ron Vara y otros genios del ramo, han llegado a entender que podrían favorecer a los estadounidenses aumentando los aranceles sobre las importaciones. Como esto es incomprensible, por ejemplo, para quien se quiera comprar un Iphone, estos sabios se encomiendan al long term ese momento en el que ya estaremos todos muertos, según Keynes.
El segundo motivo para sentirse mosqueado con Trump II es su confianza ilimitada en los poderes del presidente, que no en los de la política que les parece a todos una perversión, algo que le hace pensar, como suelen hacerlo los zurdos, que la economía se puede gobernar a base de decretos.
Las contradicciones son tan evidentes, sin detenernos en sus maniobras delirantes en política exterior, que cabe pensar que en realidad persigue otra cosa, una buena bronca, como esas que se recrean en las pelis del oeste, en las que suele pasar que, al final, el sheriff, auxiliado por sus ayudantes que portan sendos rifles, se acaba imponiendo y todo vuelve al orden natural. Lo incoherente de esta visión estaría en que Trump, tanto I como II, va de pacifista porque, hasta el momento, no ha organizado ninguna guerra y, por fortuna, prefiere jugar al golf que a los barquitos. Pero hay algo más que me llama poderosamente la atención: al menos desde lo de Vietnam, si no desde antes, cuesta trabajo encontrar algún episodio bélico en el que los soldados de los EE. UU. no hayan acabado saliendo por piernas, de modo que tampoco parece razonable pensar que Trump II esté pensando en organizar la Mundial III.
¿En qué piensa, entonces? Wicked problem, que dicen en inglés, no es fácil verle salida al interrogante sin que haya derivaciones que nos pongan los pelos de punta, de manera que, puestos a desear, sería preferible apostar por que Trump II va a acabar tranquilizándose y poniendo cierto orden en sus políticas, a ver si así deja de firmar esos feísimos cartapacios decretales que muestra como si hubiese cazado un gambusino en Pennsylvania Avenue.
Al ocuparse de recuperar, según sus palabras, la grandeza de América, Trump II la ha emprendido contra el comercio, como si ser la mayor tienda del mundo le hubiese causado un daño horrible a los EE. UU., pero puede que eso sea una apariencia engañosa y que, dándole mamporros al comercio, la actividad que favorece más a la convivencia que a la guerra, Trump II esté preparando en realidad una guerra, que cree posible sin cañones ni bombas y que, por supuesto, piensa ganar. Lo que parece seguro es que, si no acierta, y a muchos nos parece imposible que lo haga, las consecuencias que todos pagaremos serán durísimas y muy largas, sin que consigan arreglar nada para que algo quede un poco mejor de lo que está.
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