Pocas personas saben que en los últimos años los europeos hemos padecido y seguimos padeciendo el racionamiento de productos esenciales. No me refiero a los alimentos, ni a la ropa, ni siquiera a la energía; tampoco a la escasez de componentes electrónicos que ha obligado a detener líneas de producción en las fábricas de automóviles y de otros bienes, como ordenadores y electrodomésticos. Me refiero a la escasez de medicamentos.

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En Alemania, que es un país con instituciones bastante más transparentes que las nuestras, se ha conocido que el gobierno ha racionado los antibióticos, especialmente los de segunda generación, que son los más eficaces y los más recetados en afecciones como, por ejemplo, la bronquitis aguda. Este racionamiento ha llegado a poner en grave riesgo la vida de numerosos pacientes, entre ellos niños que cursaban bronquitis, porque la escasez de antibióticos adecuados ha llevado a que las bronquitis degenerasen en neumonías.

China controla el 80% de la cadena de suministro de la industria farmacéutica, exactamente igual a como sucede con la industria de los automóviles eléctricos

Puede parecer inverosímil que en la desarrolladísima Europa del siglo XXI el acceso a un bien tan fundamental como son los medicamentos se haya convertido en un problema. Pero, lamentablemente, no se trata de un bulo: es un problema real.

¿Cómo es posible que estemos en esta situación? La explicación es relativamente sencilla. También en la industria farmacéutica China se ha vuelto imprescindible, especialmente en lo que se refiere a la producción de principios activos; es decir, los compuestos que otorgan a un medicamento su efectividad.

En una primera averiguación sobre la distribución geográfica de centros de producción podemos llegar a la equivocada conclusión de que China no supone una amenaza, pues también existen grandes fábricas de medicamentos y principios activos en la India, Estados Unidos y Alemania. Pero esta descentralización es engañosa. Los centros de producción occidentales se han vuelto dependientes de los suministros de China. Y en cuanto a la India, sus centros de producción están controlados por capital chino. Esto significa que China controla el 80% de la cadena de suministro de la industria farmacéutica, exactamente igual a como sucede con la industria de los automóviles eléctricos.

Un plan para quebrar nuestra economía

Cuando adviertes del peligro que supone el auge económico y comercial de China, a menudo me afean la conducta alegando que mi advertencia es injusta, pues el éxito de China sería el resultado de una visión competitiva de largo plazo superior a la del resto. China triunfaría en el mercado global por méritos propios, porque su dirigencia y su modelo político económico serían mejores que los nuestros. Y hasta cierto punto es así. Pero sólo hasta cierto punto.

Es verdad que en Occidente y muy especialmente en Europa se ha impuesto la molicie, aderezada de un estúpido y peligroso sentimiento de superioridad. Nuestros gobernantes han primado la retórica política humanista en detrimento de la competitividad y se han dedicado a regular, a imponer cada vez más exigencias burocráticas y barreras a nuestro crecimiento económico. A esto se añade que, para los europeos, la actividad laboral ha dejado de ser el centro de nuestro universo personal. Ahora damos más importancia a lo que hacemos fuera del trabajo. Trabajamos para vivir, no vivimos para trabajar. Este es nuestro nuevo lema.

Lo único importante para el Partido Comunista Chino (PPCh) es que la economía del país crezca

En China, la mentalidad es la contraria (o al menos lo era antes de su colosal crisis). Sus gobernantes, en vez de poner barreras, hacen la vista gorda en materia de derechos laborales y de control medioambiental. Esto proporciona a su industria farmacéutica una ventaja enorme en comparación con las abrumadoras exigencias que ha de soportar la producción local de los países europeos. Lo único importante para el Partido Comunista Chino (PPCh) es que la economía del país crezca. Por su parte, los ciudadanos chinos consideran el trabajo y la familia claves de su realización personal. Y asumen con estoicismo jornadas laborales interminables que en Europa consideraríamos semi esclavitud con unas remuneraciones mucho peores que las nuestras.

Con todo, estas ventajas, aunque significativas, no son las razones fundamentales del éxito económico de China. La clave definitiva es la intervención del PCCh con un objetivo: quebrar a sus competidores. Por eso China ha reproducido exactamente la misma estrategia en la industria farmacéutica que la empleada en la industria del automóvil eléctrico y con la que ha colocado al borde del abismo a las marcas europeas: ingentes ayudas estatales, desde la inyección directa de capital por parte de las administraciones centrales y locales, pasando por las subvenciones, hasta la concesión de créditos blandos y exenciones fiscales.

La primera gran derrota

Desde 2009, con la Reforma del Sistema de Salud, China ha puesto especial énfasis en la construcción de grandes parques tecnológicos especializados en biofarmacia, financiados por el Gobierno Central, que ofrecen incentivos a las empresas del sector para establecerse en ellos y colaborar en la estrategia expansiva del PCCh.

Además, el PCCh ha establecido incentivos fiscales para actividades de I+D, permitiendo a las empresas deducir hasta el 75% de sus gastos en investigación y desarrollo. También se han implementado políticas para acelerar la aprobación de medicamentos desarrollados y fabricados en China, ofreciendo ventajas regulatorias y protección de exclusividad para productos biológicos terapéuticos.

Durante décadas Occidente actuó despreocupadamente, ayudando al desarrollo de China con deslocalización de empresas, grandes inversiones y transferencia de conocimientos y tecnologías, sin pensar que esa ayuda acabaría por ser usada en su contra

Aunque no se dispone de cifras exactas sobre el monto total de las ayudas proporcionadas (el PCCh no se caracteriza precisamente por su transparencia), estas políticas han sido decisivas en el enorme desarrollo de la industria farmacéutica china en la última década.

Pero el intervencionismo del PCCh tiene además una característica peculiar. El PCCh no se limita a tabular ingentes ayudas en sus planes quinquenales. Es reactivo y expeditivo. Modula en tiempo real estas ayudas en función de las estrategias de la competencia. Esta respuesta “dinámica” se ha podido apreciar con claridad en el mercado de la cefalosporina, donde las farmacéuticas chinas enfrentaron a la alemana Hertz&Selck GmbH & Co.

La cefalosporina es fundamental para el desarrollo de las llamadas cefalosporinas, que son antibióticos derivados semisintéticos de la cefalosporina C. Estos antibióticos son semejantes a las penicilinas, pero resultan más estables ante muchas infecciones bacterianas y tienen un espectro de actividad más amplio; es decir, las cefalosporinas son antibióticos más eficaces y por lo tanto más demandados.

Hertz intentó inútilmente competir en la producción tanto de estos antibióticos como de su principio activo, la cefalosporina C. Sin embargo, cada vez que Hertz ajustaba sus procesos y márgenes para ser más competitiva, las compañías chinas reaccionaban al instante bajando aún más sus precios… gracias a las ayudas económicas proverbiales que el PCCh les otorgaba justo cuando más las necesitaban. La pugna llegó a un punto en el que se hizo evidente que las farmacéuticas chinas estaban vendiendo a pérdidas… pero podían permitírselo gracias al maná de las ayudas estatales. Sin embargo, Hertz, no tenía el talonario de ningún gobierno detrás, sólo sus accionistas privados. Y estos, claro está, no estaban dispuestos a arruinarse. Así que el desigual combate terminó de la única manera posible: Hertz abandonó el mercado de las cefalosporinas.

Esta estrategia se repite una y otra vez en todos los sectores que el PCCh denomina astutamente “sectores básicos”. Y digo astutamente porque ha evitado calculadamente denominarlos estratégicos para no despertar suspicacias. Al referirse a “sectores básicos”, el PCCh ha trasladado la equívoca impresión de que su agresividad económica tenía un alcance meramente local, es decir, satisfacer las necesidades internas. Más allá de esto, China se conformaba con ser la fábrica del mundo, pero al servicio de las corporaciones occidentales. Ahora sabemos que no era así. Sin embargo, durante décadas Occidente actuó conforme a este guion, despreocupadamente, ayudando al desarrollo de China con deslocalización de empresas, grandes inversiones y transferencia de conocimientos y tecnologías, sin pensar que esa ayuda acabaría por ser usada en su contra.

Un arma de guerra

Con la llegada a poder de Xi Jinping, el PCCh se alejó de los postulados reformistas de Deng Xiaoping. Dejó de contemplar el aperturismo económico como un estímulo para el desarrollo económico del país, la reducción radical del índice de pobreza y la estabilidad política, y empezó a entenderlo como un arma para una guerra incruenta (aunque no del todo) pero que, como todas las guerras, buscaba una victoria aplastante y el sometimiento absoluto de los adversarios. Xi Jinping nunca ha entendido el desarrollo económico como un medio para el progreso y el bienestar de sus compatriotas, para él es un medio de dominación global, una herramienta para el establecimiento de un renacido imperio chino.

La Nueva Ruta de la Seda es un ejemplo paradigmático de esta visión imperialista. Si bien inicialmente este colosal proyecto está proporcionando a numerosos países valiosas infraestructuras, lleva aparejada una trampa: la trampa de la deuda.

La actitud beligerante de Xin Jinping no sólo se refleja en su intervencionismo económico, también se manifiesta en su retórica, por ejemplo, en su empeño por proclamar que los derechos humanos obedecen a una visión occidental con la que el imperialismo del “mundo libre” trata de imponerse globalmente

Esta trampa funciona de la siguiente manera. Para acceder a costosas obras de ingeniería, los países beneficiarios han de recurrir a la financiación que proporcionan los grandes bancos estatales chinos, quedando fuertemente endeudados y a expensas de la “magnanimidad” del PCCh. Cuando el riesgo de impago aparece, la situación se resuelve de dos formas, o bien China obtiene como compensación una mayor influencia en la región a través del gobierno local, o bien el país endeudado cede la explotación de las infraestructuras, y consiguientemente sus beneficios, a empresas concesionarias chinas. Así lo que consiguen estos países es endeudarse sin apenas contrapartidas, mientras que para China el negocio es casi redondo.

Pero la actitud beligerante de Xin Jinping no sólo se refleja en su intervencionismo económico, también se manifiesta en su retórica, por ejemplo, en su empeño por proclamar que los derechos humanos obedecen a una visión occidental con la que el imperialismo del “mundo libre” trata de imponerse globalmente. Frente a esta visión imperialista de occidente, Xi Jinping contrapone sus propios valores y principios. Y el principal de estos principios es que los objetivos políticos nacionales están por encima de los derechos de las personas.

Así pues, para entender la estrategia arancelaria del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, hay que ponerse las gafas del realismo político y evitar caer en un debate retórico de liberalismo sí, liberalismo no. Xi Jinping ha estado jugando al ajedrez todos estos años, mientras que Occidente, y muy especialmente Europa, ha jugado a las damas o muy probablemente algo peor, pues la alargada sombra del cabildeo chino se proyecta sobre las políticas auspiciadas por Bruselas que han dejado a los europeos a los pies de los caballos.

Con sus amenazas arancelarias, Trump buscaría por un lado asestar el golpe de gracia a un Xi Jinping en apuros y cuestionado dentro del propio PCCh por culpa de la colosal crisis china que él mismo ha provocado. Y por otro, forzar a los países occidentales, antaño aliados de EEUU, a que giren 180 grados en sus preferencias de cooperación, inversión y deslocalización.

Donald Trump, cuando menos, ya ha conseguido que Xi Jinping se quite la careta y amenace abiertamente a los Estados Unidos y Europa con utilizar su posición dominante en el suministro de ciertos recursos estratégicos como herramienta de presión, limitando el acceso a minerales y materiales críticos, como las tierras raras.

Pero China ahora también tiene una posición dominante en la producción de principios activos farmacéuticos (APIs, por sus siglas en inglés), incluidos antibióticos clave como la cefalosporina C y otros medicamentos esenciales. Y Xi Jinping está dispuesto a utilizar esta arma. Al fin y al cabo, desde el principio ese fue el plan: someter a Occidente mediante una guerra de suministros básicos una vez que China los hubiera acaparado.

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