El artículo de Julio Llorente que mencionaba en mi primera respuesta ha recibido otras contestaciones en la prensa. Como se dice popularmente, le hemos dado todos en el mismo lado. Quizás no sea mala idea que se mire por esa vertiente. Quizás no cambie de posición, no tiene por qué hacerlo. Pero quizás sí le dé la oportunidad de considerar que el respeto a la opinión del otro no es incompatible con el mensaje de Cristo.

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Julio Llorente nos muestra un negativo, y nos lo niega. Negar un negativo, ese es el argumento de Llorente. Rechaza una determinada posición, el liberalismo, en cuanto que ésta defiende la tolerancia y el respeto hacia credos distintos del catolicismo. Pero no se atreve a revelar el negativo y mostrarnos la foto de lo que desea, con sus verdaderos colores: la imposición del catolicismo. Esto le obligaría al autor a enseñarnos el camino: el camino del acallamiento de los otros.

El liberalismo no es indiferencia. Tampoco es relativismo. Es respeto. El respeto prepara el terreno de la paz. Y la paz, el del entendimiento

Entiendo que el fuego del dogma, ¡del dogma social, ojo! es muy poderoso. También observo que el uso del término “bien común” endulza hasta las pastillas más difíciles de tragar. Uno puede enamorarse de su propio mensaje, sobre todo si es de Otro. Pero el mensaje de Cristo tiene poder por sí solo. No vamos a regar las calles con la sangre de los mártires para que se extienda. Pero tampoco necesita de nuestras intolerancias para ganar las mentes y, por qué no, las almas.

Javier Benegas lo expresó con precisión y fuerza en su respuesta a Llorente. El liberalismo no es indiferencia. Tampoco es relativismo. Es respeto. El respeto prepara el terreno de la paz. Y la paz, el del entendimiento. ¿No es la paz parte del mensaje de Cristo? ¿No será la Palabra de Dios lo suficientemente poderosa como para triunfar en un entorno de paz?

Creo que aquí hay dos confusiones fundamentales. Una, sobre el catolicismo. Ya mencioné, en el primer artículo el ejemplo de Cristo. Su arma era su Palabra. Empujarla con violencia supone degradarla. Entramos en el terreno de la herejía.

No mencioné las palabras de Cristo sobre Dios y el César, pero sí quiero recordar la doctrina de las dos espadas de Gelasio, uno de los “muchos pontífices” en los que quizás no encontró Julio inspiración. La doctrina distingue entre la espada terrenal, que es la que se blande en el campo de la política, y la divina, que cae dulcemente sobre el alma.

Quizás el autor se haya dejado llevar por el agustinismo político, que unifica ambas espadas. Es un camino seguro; nos lleva con seguridad al desastre. Miremos a Lutero, agustinista máximo. A Hegel, luterano y agustinista egregio. Y a sus discípulos en el siglo XX.

La otra confusión fundamental es sobre el liberalismo. Esta confusión es comprensible. Friedrich A. Hayek intentó distinguir entre dos tipos de individualismo, de liberalismo diríamos hoy, que no sólo se distinguen, sino que se oponen. Si uno no tiene el cuidado de identificarlos y separarlos, puede zaherir al verdadero individualismo en nombre del falso. La verdad es que no creo que Julio Llorente sepa de esta distinción. Otros quizás la conozcan, y como abominan de ambos individualismos, prefieren conjuntarlos para facilitarse la tarea.

Un individualismo, el verdadero, tiene una visión trágica del hombre, indistinguible de la que tiene el cristianismo. El hombre es falible, proclive al pecado pero dispuesto a la redención. Está dotado de razón, con la que comprender las obras de Dios. Pero esa razón no es tan poderosa que pueda substituirle, e intentar crear una nueva sociedad. No. Separados somos débiles, pero coordinados en el cuerpo social somos capaces de salir adelante e incluso prosperar. Es el liberalismo de Adam Smith y Edmund Burke y Alexis de Tocqueville y Lord Acton, de Friedrich A. Hayek y Wilhelm Röpke, por ejemplo.

El otro individualismo lo hemos apuntado ya. Se asienta sobre un racionalismo extremo y, en verdad, poco razonable. Sólo ve la potencia de la razón, pero no sus limitaciones. Puede encontrar cobijo en el principio de libertad, pero habitualmente cae en la soberbia de ordenar cómo debe ser la sociedad. Un mal intelectual y moral que, por cierto, comparten quienes quieren imponer el catolicismo a empujones.

Este otro individualismo, falso, sí se reconoce en algunas de las frases de Julio Llorente: “El individuo liberal, señor de sí mismo, artífice de su propia ventura, decide autónomamente los horizontes a los que encaminarse”. “Emancipado de la comunidad”. “Atolladero anómico”…

García-Máiquez, en el artículo que ya referí, lo dice expresamente: hay dos liberalismos. Sobre el verdadero, citaré la cita del poeta gaditano, quien recupera estas palabras de Nicolás Gómez Dávila: “Ninguna especie política me seduce tanto como la de esos aristócratas liberales, cuyo agudo sentido de la libertad no proviene de turbios anhelos democráticos, sino de la conciencia inalterable de la dignidad individual y de la lúcida noción de los deberes de una clase dirigente. Tocqueville es su más noble representante”.

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