Estatistas, intervencionistas, conservadores de clóset, socialistas, socialdemócratas, “libertarios” inconsecuentes, xenófobos, derechistas, nacionalistas, nativistas, colectivistas: Vengan y miren. Esto es lo que sus políticas crean y seguirán creando.
El mundo se horrorizó en 2015 por la muerte de Allan Kurdi en una playa turca. En contraste, México ni se inmuta hoy con la muerte de los salvadoreños Óscar Alberto Martínez y su hija Valeria, de 23 meses. Ambos murieron a principios de la semana pasada, ahogados, después de que los agentes fronterizos estadounidenses les impidieron ingresar a EEUU para solicitar asilo, lo que motivó al padre, que ya había viajado más de 3,000 kilómetros, a tratar de nadar a través del Río Bravo (límite natural entre México y EEUU) para arribar a suelo estadounidense. En tal sentido, es una muerte directamente atribuible al reciente acuerdo migratorio entre Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador. Un acuerdo que muchos aplaudieron como muestra de “pragmatismo” y “madurez”. “Pragmatismo” y “madurez” que, ya vimos, mata.
Esto nos debe recordar lo fundamental: Estar en un país, sin permiso estatal, no debiera ser un delito. Y que la presión de grupos de interés (sindicatos principalmente, partidos, grupos que ven amenazados privilegios, etc.) está detrás de cada política migratoria restrictiva. En tal sentido, una política de fronteras cerradas se parece a un sistema de privilegio feudal. En contraste, la libertad de movimiento y de contrato son derechos esenciales para la supervivencia, para la vida. Por tanto tienen carácter universal y debieran ser irrestrictos.
El mundo es mejor y más próspero cuando las personas son libres de migrar y trabajar donde quieran
Basta ver como ciudades de Norteamérica como Toronto, San Antonio, Houston, Querétaro o Cancún muestran las virtudes de las fronteras abiertas, de la libertad de tránsito: El mundo es mejor y más próspero cuando las personas son libres de migrar y trabajar donde quieran. Los beneficios de dichas políticas son palpables e inmediatos.
Por el contrario, países que dificultan la migración, que cierran fronteras, que obstaculizan el libre tránsito de sus ciudadanos o de extranjeros, son pequeños infiernos diarios. Los casos de Corea del Norte, Cuba, Venezuela son buenos ejemplos de estas políticas restrictivas y de sus perversos efectos.
Por ello es fundamental despenalizar la inmigración y detener tragedias como las de Óscar Ramírez y su hija. Asumamos los trágicos números: En 2018, 283 inmigrantes murieron por ahogamiento, golpes de calor, deshidratación o hipertermia al tratar de cruzar la frontera entre EEUU y México. Dichos números permiten visualizar que la política migratoria de Trump y, ahora, de López Obrador, son mortales. Imaginemos, al respecto, el impacto de dicha política en la nueva situación fronteriza: Se espera a un millón de centroamericanos obligados a quedarse en México y 12 millones de mexicanos obligados a regresar de EEUU a la fuerza.
Cuando las personas pueden trasladarse, moverse y seguir sus sueños, transportan ideas, proyectos, contactos, nuevas perspectivas y visiones, un importante capital intelectual, todo esto potenciado por tecnologías como Skype, WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram… se mantienen en contacto, continuan vinculadas con el entorno que dejaron y, a la vez, conectan dos ámbitos distintos. Así crean redes (al respecto, han sido bien estudiadas las redes entre migrantes chinos o mexicanos), llevan recursos e inversiones a sus países, incrementan la colaboración internacional, por encima de las fronteras, facilitando la innovación, y también presionan por reformas en sus países de origen, de los cuales salieron, muchas veces, bajo la presión de gobiernos corruptos, incapaces, tiránicos.
Tratar de detener las migraciones es una utopía, una utopía sangrienta. Veamos tan sólo los números: Hoy hay más de 230 millones de inmigrantes de primera generación en el mundo, más del 3% de la población mundial. Si los inmigrantes fueran un país, serían el quinto más grande del mundo: posiblemente el más industrioso, el más innovador, el más competitivo. De ese tamaño es el reto y la imposibilidad de mantener una visión restrictiva y cerrada en materia migratoria.
Fronteras abiertas son también una solución efectiva, la mejor, contra la pobreza: Quienes emigran probablemente siguen siendo pobres en una primera instancia, pero pasan de pobres del tercer mundo, a pobres del mundo desarrollado. Y enseguida envían remesas, contribuyen al progreso de sus lugares de origen, favorecen los intercambios, ayudan al comercio internacional.
En contraste, fronteras cerradas no disminuyen la migración, únicamente incrementan las penalidades, tanto de los migrantes como de los nacionales. En tal sentido, la restricción de fronteras no está justificada ni es racional. Los políticas migratorias restrictivas son, en vista de sus reales efectos y resultados, meras mentiras de políticos inescrupulosos a ciudadanos dispuestos a ser engañados.
En tal sentido, la nueva política migratoria mexicana (bajo la presión de Donald Trump y la pusilanimidad de López Obrador) es pura coerción, y viola el derecho de cualquier ser humano de no ser sometido a una coerción que le sea extremadamente perjudicial. Extraña, en tal sentido, el inocente entusiasmo de muchos “libertarios” mexicanos con tal política, olvidando que los migrantes son seres humanos tratando de escapar de la opresión y de las dificultades económicas, y enfrentados en México y EEUU a una coerción estatal violenta, injusta y, ya vimos, mortal.
Sería pues, elemental no sólo de oponerse a despropósitos como el muro de Trump, sino también al cruel, costoso y, al final, ineficaz sistema de inmigración fronteriza que los gobiernos de EEUU y México están estableciendo hoy.