Se podría considerar el concepto de Estado-nación en Europa como una consecuencia de las Revoluciones de 1848, aunque su origen se puede también encontrar en la Revolución Francesa de 1789 o incluso en la Paz de Westfalia de 1648; aunque estados modernos como España, Portugal, Países Bajos, Polonia, Dinamarca, Suecia, Francia o Inglaterra (esta última con sus matizaciones) son anteriores; y que consiguen su implantación definitiva a la finalización de la I Guerra Mundial y la desaparición de los imperios Austro-húngaro, Ruso y Otomano.

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Sin embargo, la implantación del modelo de los Estado-nación no supuso la esperada era de paz en Europa y aunque sí ha traído aparejada una cierta prosperidad, que se debe al desarrollo económico y tecnológico general, esta no es superior a la de los estados europeos que no cumplen con las condiciones de Estado-nación. ¿Significa esto que el modelo ha fracasado?

Esta pregunta es oportuna porque actualmente algunos sectores, incluso sectores liberales, defienden la existencia de naciones que no tienen Estado y que, por lo tanto, están legitimados para obtenerlo.

Si hacemos caso a Ernest Renan “Una nación es un alma, un principio espiritual. Dos cosas que no forman sino una, a decir verdad, constituyen esta alma, este principio espiritual. Una está en el pasado, la otra en el presente. Una es la posesión en común de un rico legado de recuerdos; la otra es el consentimiento actual, el deseo de vivir juntos, la voluntad de continuar haciendo valer la herencia que se ha recibido indivisa”. Y de una forma más práctica se puede definir como un grupo humano con una identidad cultural, religiosa, étnica y lingüística concreta, sin importar la forma política o la estructura administrativa de esta nación; en contraposición a los Imperios y a los Estados del Antiguo Régimen que, en muchos casos, aglomeraban identidades distintas con el único factor común que la fidelidad al monarca.

Los estados de más nueva creación en los que se ha forzado una identidad nacional, cuando no se ha creado de forma artificial, como son Moldavia, Ucrania, Kosovo, Armenia, Georgia, Azerbaiyán o Bosnia, ni consiguen alcanzar un desarrollo económico o humano aceptable para los estándares occidentales, ni garantizan la paz

Así, la formación y reestructuración de estados en base a unos hechos objetivos, como son la existencia de naciones previas, y cuyos mejores ejemplos son la formación de los Estados-Nación de Alemania y de Italia, traería como consecuencia una paz duradera en Europa, al eliminarse las reclamaciones territoriales, y por lo tanto un mayor desarrollo económico y humano. En esta línea se plantearon los 14 Puntos de Wilson, principalmente los puntos 9 (reajuste de las fronteras italianas), 10 (desarrollo autónomo de los pueblos del Imperio Austro-húngaro), 11 (arreglo de las relaciones entre los estados balcánicos de acuerdo con sus sentimientos y el principio de nacionalidad) y 12 (desarrollo autónomo de las nacionalidades no turcas del Imperio Otomano).

Los hechos demostraron a lo largo del siglo XX que la paz no se consigue mediante esta ingeniería social, ya que ni las características nacionales son tan objetivas, que a menudo las relaciones históricas son más fuertes que las identidades nacionales (como ejemplo el caso de Yugoslavia tanto durante la II Guerra Mundial como durante la Guerra de 1991) y que las reclamaciones territoriales no siempre son coincidentes con las nacionalidades de sus habitantes, lo que lejos de asegurar la paz ha provocado los más crueles procesos de limpieza étnica, incluso en casos en los que no ha existido una guerra declarada. Es más, han sido estas ideas de equivalencia entre estados y naciones las que han provocado fantasías imperialistas, ya se denominen estas anschluss, irredentismo o enosis.

Pero es que incluso en el siglo XXI, cuando el continente europeo está totalmente pacificado a excepción de los últimos coletazos de formación, precisamente, de Estados-nación en Ucrania y el Cáucaso, se está demostrando que los estados más prósperos no son los que cumplen con la coincidencia con una Nación.

De acuerdo al Banco Mundial, en el ranking de países por PIB nominal per cápita, encontramos en las primeras posiciones europeas estados formados por el grupo nacional de otro Estado-nación, como son Liechtenstein, Mónaco, San Marino y Andorra; en el que conviven aspectos de dos naciones diferentes, como Luxemburgo, o directamente estados en los que conviven varias naciones, como son Suiza, Finlandia, Bélgica y Reino Unido; que incluso con estructuras administrativas muy complejas y más propias del Antiguo Régimen están demostrando tener un gran éxito económico y humano, mayor incluso que el de los Estados-nación que engloban en exclusiva a sus respectivos grupos nacionales.

Además, a excepción del Reino Unido que tiene una gran tradición colonial, son todos estados muy pacíficos, los que han participado en conflictos bélicos, como Luxemburgo, Finlandia o Bélgica, lo han hecho por haber sido invadidos por un Estado-nación que reclamaba ese territorio, y en ninguno de los casos, y aquí incluyo también al Reino Unido, han tenido conflictos bélicos internos entre las nacionalidades que los conforman.

Por otro lado, los estados de más nueva creación en los que se ha forzado una identidad nacional, cuando no se ha creado de forma artificial, como son Moldavia, Ucrania, Kosovo, Armenia, Georgia, Azerbaiyán o Bosnia, ni consiguen alcanzar un desarrollo económico o humano aceptable para los estándares occidentales, ni garantizan la paz ya que sufren numerosos conflictos bélicos, tanto internos como con los estados vecinos, provocados precisamente por ese objetivo de crear unidades nacionales.

Esto lo encontramos también en España en el que los dos principales movimientos independentistas no sólo exigen su propia autodeterminación, sino también la anexión de otros territorios que consideran irredentos. Así, el separatismo vasco exige junto con la independencia del País Vasco, la anexión completa de Navarra y territorios de La Rioja, Burgos y Cantabria y del departamento francés de los Pirineos Atlánticos; y el separatismo catalán, además de Cataluña, reclama la totalidad de la Islas Baleares y la Comunidad Valenciana, territorios de Aragón, Murcia, del departamento francés de los Pirineos Orientales y de la región italiana de Cerdeña, a lo que hay que sumar la totalidad del Principado de Andorra.

Se puede prever en base a la experiencia del siglo XX que, incluso en el caso de que se reconociera que efectivamente estas son auténticas naciones, estos movimientos lejos de mejorar las condiciones de vida y la libertad de sus ciudadanos (¿mejorarían estos movimientos el nivel de vida de los habitantes de Andorra, San Sebastián o San Juan de Luz? ¿y la libertad de los habitantes del Valle de Arán o del Condado de Treviño?) provocarían conflictos que afectarían a varios estados actuales, dañando la seguridad de sus ciudadanos.

En base a estos planteamientos es el momento de preguntarse qué hubiera sido de Europa si no se hubieran desmantelado los últimos imperios tras la I Guerra Mundial, qué nivel de desarrollo económico y humano hubieran alcanzado los estados que formaban parte del Imperio Austro-húngaro, del Imperio Ruso o del Imperio Otomano si hubieran permanecido unificados y, lo más importante, qué guerras europeas se hubieran evitado y cuántas vidas se hubieran salvado de no haberse aplicado los 14 Puntos de Wilson.

Imagen: La ratificación del Tratado de Münster, 15 de mayo de 1648


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