Confundir moderación en el debate con negociación de postulados. Subsumir lealtad en la sopa de la sumisión. Los dos primeros pasos para convertirse en derrotado perpetuo. Casi todos podemos contar por decenas las ocasiones en las que nos hemos retirado de un debate infructuoso, azuzados por el hastío que produce saberse incomprendido o incapaces de comprender las ideas de los otros. Y, no cabe duda, estar siempre abierto a la reconsideración de los propios errores supone un principio fundamental para la conservación de nuestra salud mental y social. Sin embargo, hay ideas-motor. Esas ideas que nos mueven cada mañana a abandonar la cama y emprender el día. Esas ideas que nos permiten mantener la confianza en la cotidiana no-lesibilidad, en nuestra capacidad de defensa y de creación. Esas ideas a las que sólo se puede renunciar tras larguísimos períodos de reflexión mediante lo que quienes se ocupan de los procesos de la mente llaman maduración.
El Partido Popular dista mucho de ser un partido maduro, si a los acontecimientos de los últimos días me remito. La precipitación en las declaraciones, la volatilidad de los postulados, la ausencia absoluta de verosimilitud en las proclamadas «ideas-fuerza» de ese partido producen escalofríos. Dilapidada la credibilidad sólo queda la desconfianza. Y la desintegración. El espectáculo quevediano al que estamos asistiendo invita a la mofa y al escarnio, por lo que comprendo perfectamente la actitud suficiente y espadachina que muestran estos días los amanuenses del régimen sanchista con Feijóo y sus acólitos. Se saben superiores. Y no por mejores, pues al mejor siempre le adorna la piedad. están gobernando más por la manifiesta torpeza del contrincante que por su propia destreza, y ya sabemos que no hay mejor forma de ocultar la propia incapacidad que hacer chanza de la ajena.
¿Dónde la libertad de enseñanza? ¿Dónde la eliminación del monopolio educativo estatal? ¿Por qué no puedo ser yo el que decida cuánto y cuándo ahorro para mi pensión? ¿Cuánto y a quién hago partícipe de mi voluntad solidaria, mi caridad?
Me alegro. Es imposible defender valores liberales desde un partido conservador, estatista, continuista, personalista y más ocupado de alcanzar y ostentar el poder que de explicarnos cómo usarlo. ¿O ya han olvidado ustedes la pasada -nefanda- campaña electoral? España -o lo que quede de ella- necesita un partido liberal que abandone la dinámica al uso: no se trata de inventar ideas en el corro de las personas que me son afines, se trata de aglutinar personas entorno a las ideas a defender. No son los hombres los que mueven naciones, son sus ideas. No son sus nombres, son sus actos.
Me siento, y no es de ahora, huérfano político en el desierto del parlamento español. Un legislativo siempre al servicio del ejecutivo y no del individuo, del votante, origen único de su capacidad legisladora. Un órgano legislativo convertido en alibi del ejecutivo para controlar al poder judicial. Un ejecutivo únicamente empeñado en sentar las bases de su continuidad sine die en el poder. Cada decreto ley un robo a mi individualidad, un atentado a mi sentido de la responsabilidad, una violación de mis derechos particulares. Y nadie dice ¡basta!
Nadie propone, desde la credibilidad ganada en la defensa diaria de las ideas, una reforma del sistema democrático, caduco y mancillado por los intereses de los profesionales de la política. Una nueva ley electoral, un nuevo estatuto para las Cortes, una reestructuración del poder judicial que le dote de verdadera independencia.
Nadie quiere devolverme la potestad sobre mis hijos, sobre su educación. ¿Dónde la libertad de enseñanza? ¿Dónde la eliminación del monopolio educativo estatal? ¿Por qué no puedo ser yo el que decida cuánto y cuándo ahorro para mi pensión? ¿Cuánto y a quién hago partícipe de mi voluntad solidaria, mi caridad? ¿Quién defiende el derecho a ser yo quien decida si en mi local se puede o no se puede fumar, ser yo quien decida cómo de grandes han de ser mis hamburguesas y cómo publicitarlas?
Nadie parece tener problemas con el mastodóntico Estado que nos esclaviza, con el aparato burocrático que no nos sirve, pero al que hemos de servir diligentemente en plazo y cuantía. Un Estado que necesita rémoras para seguir creciendo y por ello odia todo aquello que tenga tufo a individualidad, diferencia, excelencia, mérito. Un Estado que ya no administra, pues suministra, provee, decide sobre lo suministrable y su conveniencia, subvenciona y pone cuotas, altera, imposibilita el desarrollo de mil ideas antes ya de bajar al papel de los proyectos. Un Estado que nos necesita dependientes y obedientes, sumisos, metro setenta y ocho, setenta kilos, académicos con título, no fumadores, bajos en colesterol y triglicéridos, afiliados a un estudio de fitness, multiculturales, asexuados y políticamente correctos. Profundamente cobardes, ladinamente conniventes y sumisos adoradores del nuevo texto sagrado, el BOE.
Foto: Amir Arabshahi.