¿Qué es el progresismo? ¿Por qué dice lo que dice y de dónde vienen esas ideas? ¿Por qué, en ocasiones, nos produce una mezcla de sentimientos que están entre la risa, la incredulidad, el miedo, y un pesadísimo hastío?

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Esto último se debe seguramente al innegable éxito que ha tenido ese monstruo de incontables cabezas que es el progresismo. Ponemos la televisión o la radio, leemos un periódico, y nos vemos anegados por un torrente de progresismo especioso y vacuo. Pero ¿y el resto?

Podemos acercarnos a lo que es el progresismo fijándonos en algunos de los pilares que lo sostienen. Uno de ellos, no sé si el principal pero uno de los más importantes, es la idea de que el hombre es un trozo de arcilla.

Todos los males sociales se producen porque hemos heredado una cultura abominable, que se replica a sí misma, y se mantiene por la actuación consciente de quienes están en el poder y se benefician de la misma

La Biblia (Génesis 2:7) dice lo siguiente: “Entonces, el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, insufló en sus narices aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo”. El progresismo, sobre una base científica a la altura del Génesis, pero sin ese poder literario, piensa exactamente lo mismo: el hombre es un trozo de arcilla infinitamente modelable. Sólo que quien ocupa el lugar de Dios es el propio progresista.

La idea de que el hombre es perfectamente dúctil y maleable, que no es consistente o, por utilizar un término muy utilizado al respecto, que no tiene una naturaleza propia, es una de esas ideas sempiternas. La naturaleza humana es fija, o es mudable. Y siempre ha habido pensadores que han pensado que esa naturaleza no es rocosa; tampoco antrifrágil, por utilizar un concepto de la filosofía del siglo XXI. Por el contrario, han creído que podemos programar a las personas, aunque este concepto sea muy reciente.

Aunque hay antecedentes, para una moderna exposición de estas ideas tenemos que mirar a René Descartes y a John Locke. Descartes recoge la vieja imagen de la mente del hombre como una tabla rasa sobre la que se van imprimiendo los estímulos exteriores. Locke llevó esta idea a una formulación aún más ingenua. Pretendía que, al nacer, el cerebro, o la mente, no tiene una estructura previa que ordene los estímulos. Luego Locke tuvo ciertos problemas para explicar por qué albergamos ideas y, en particular, cómo llegamos a tener ideas complejas. Pero a él le sirvió para fundamentar su empirismo, que tuvo un prolongado impacto en el pensamiento inglés. Hasta cierto punto, se puede seguir esta idea hasta el pensamiento de Sigmund Freud, que minimizaba la influencia de la genética en las ideas, y creía que las primeras experiencias en el seno familiar ordenaban y condicionaban nuestro comportamiento posterior.

Si el hombre es moldeable, sólo hay que sustituir las manos del Hacedor por las del poder para lograr que seamos perfectibles. Si el hombre no está condenado a ser lo que es, podemos pensar en un hombre distinto; un hombre nuevo. Y si tenemos un hombre nuevo, podemos tener una sociedad nueva.

A esta idea le acompaña otra: lo que Dalmacio Negro llama el artificialismo. Y es la pretensión de que las instituciones, la misma sociedad, son como son porque alguien las ha creado así. De aquí surge la idea del contrato original; no como torpe recurso retórico para explicarse lo que hay, sino como proposición y justificación de las instituciones. Por supuesto, como dice por ejemplo Francis Fukuyama en su doble obra sobre el orden político, es una idea que no se reconcilia en absoluto con la historia. Nunca hubo tal pacto ni nada que se le pareciera. Negro señala a Thomas Hobbes como el artífice del artificialismo.

Si las instituciones no responden a una necesidad humana, si no son el resultado imperfecto de la plasmación en la historia de una misma naturaleza del hombre, si como dice Hobbes son puro artificio, podemos moldearlas a nuestro gusto para condicionar al hombre. Nos estamos acercando al núcleo del pensamiento progresista, y al mismo tiempo al pensamiento totalitario. Y, claro, no es mera coincidencia.

Esta idea del hombre moldeable, perfectible, se revitalizó en los siglos XIX y XX con el brutal impacto que tuvo el darwinismo social. Se ha querido esconder al darwinismo social reservando ese nombre para una parte ínfima de la traslación de Darwin al ámbito social; esta idea de que la sociedad prescribe la supervivencia del más apto, y de que quien no triunfa es porque no se adapta a las normas sociales.

No. El darwinismo social es otra cosa: es la idea de que el hombre posee una cualidad que le hace único en el reino animal, la de controlar las condiciones de su propio desarrollo. Si logramos moldear la sociedad, seremos capaces de crear un hombre nuevo. Y ese nuevo hombre, programado desde el poder y con nuevas instituciones, será el instrumento de nuevos cambios, ya casi decisivos. Por eso el socialismo y el nacional-socialismo tienen esa obsesión con los jóvenes.

Todas estas ideas explican varias características del progresismo actual. El progresismo es ambientalista; culturalista. La cultura hace al hombre actual. Todos los males sociales se producen porque hemos heredado una cultura abominable, que se replica a sí misma, y se mantiene por la actuación consciente de quienes están en el poder y se benefician de la misma: Occidente, o el hombre blanco como metonimia racista, los hombres frente a las mujeres, y demás. Sólo tenemos que cambiar la cultura desde el poder para crear nuevos hombres y mujeres, que acabarán de raíz con el machismo, las injusticias, etc.

También explican la rabia indisimulada que se ejerce contra la ciencia. La ciencia estudia las regularidades de lo que hay. Y ello atañe también al hombre, y a la incidencia genética en su comportamiento. La realidad de la genética hace que la ola progresista se estrelle contra un arrecife y se deshaga en espuma.

La libertad de conciencia y de expresión no tienen cabida en un mundo progresista, porque de lo que se trata precisamente es de eliminar todas esas expresiones que contribuyan a sostener la cultura actual. La diversidad es esencial, porque con ella mostramos que no hay una realidad mayoritaria, contingente. Pero esa diversidad no puede alcanzar al pensamiento. Lo vemos a diario.

Foto: Levi Meir Clancy.

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