En el Teeteto un joven y prometedor matemático vinculado al círculo del sofista Protágoras es puesto a prueba por un Sócrates que quiere demostrar la superioridad epistémica de su método de la mayeútica. La mayéutica se concibe analógicamente al arte de las parteras. Consiste en alumbrar el nacimiento de la verdad cuando se está en posesión del conocimiento. Sócrates ilustra al joven Teeteto en el formidable poder de la mayéutica tratando un tema favorito de la sofística, el de la definición del conocimiento. Tras discutir la tesis protagórica que reduce el conocimiento a la percepción y ver su carácter aporético, Sócrates y Teeteto realizan otras dos tentativas, la última de las cuales caracteriza al conocimiento como la posesión justificada de una creencia verdadera. La llamada corriente analítica de la filosofía se enfrascaría durante buena parte del siglo XX en dilucidar la conveniencia o no de esta caracterización del conocimiento. Con independencia de las dificultades que plantea esta definición analítica, y que fueron magníficamente puestos de manifiesto en la llamada paradoja de Gettier, parece una idea bastante intuitiva aceptar que el conocimiento es una creencia verdadera justificada.
De esta caracterización se colige, como pone de manifiesto Timothy Williamson, que para esta visión del conocimiento tradicional este tiene un carácter híbrido. Por un lado es un estado mental, una creencia acerca del mundo. Por otro lado el conocimiento parece exigir que la realidad se conforme con esa creencia del sujeto. Por otro lado para que alguien pueda decir que conoce algo, su creencia no sólo se tiene que corresponder con la realidad sino éste debería saber cómo su creencia está vinculada con ese estado de cosas del mundo. Así no se puede decir que alguien sepa algo cuando su creencia coincide con un estado de cosas del mundo por razones puramente fortuitas.
Afirmar a día de hoy que sabemos quién ganó las elecciones americanas dista mucho de estar resuelto. Ciertos indicios parecen apuntar a qué quizás haya podido ganar finalmente Biden pero no es descartable ni conspiranoico afirmar que el proceso electoral americano ha distado mucho de ser idílico y tan transparente como los medios de comunicación de masas quieren presentar
Aun cuando la noción de verdad ontológicamente es bastante problemática, podemos hacerla equivaler a efecto de nuestro análisis con un cambio de estado de cosas en el mundo. Por ejemplo yo puedo creer que Joe Biden ha ganado las elecciones de los Estados Unidos. Primero porque se ha dado un estado de cosas en el mundo diferente al que existía antes de celebrarse los comicios. Kamala Harris y Joe Biden asumen una retórica y hacen gala de una puesta en escena de carácter presidencialista, los principales medios de comunicación del mundo felicitan al nuevo mandatario de los Estados Unidos, las principales compañías de Silicon Valley ajustan sus planes empresariales a la supuesta nueva política económica de la nueva administración americana. La cuestión aquí radica en determinar si realmente puedo o no afirmar que sé que Joe Biden ha ganado las elecciones y es el nuevo presidente de los Estados Unidos. ¿Estoy justificado para creerlo a partir de las evidencias de las que dispongo? ¿Es exigible para mí alguna otra carga epistémica más allá que la de fiarme acríticamente del testimonio que me ofrecen los medios de comunicación o el clima de euforia que se trasmite entre los poderes económicos y políticos por todo el globo?
En principio podría pensarse que sí. En un mundo donde los medios de comunicación ejercieran su labor de información con veracidad y trasparencia, donde el sistema electoral americano tuviera una historia irreprochable en lo concerniente a su limpieza, donde los poderes económicos no se hubieran caracterizado por su parcialidad a la hora de valorar la labor de la administración Trump o donde la campaña electoral no hubiera estado trufada de amenazas veladas caso de que Biden no saliera vencedor, cualquiera que cuestionara los resultados sería catalogado como mínimo de conspiranoico. Recaería en él una carga de la prueba epistémica tan grande que difícilmente se le podría tomar medianamente en serio.
Desafortunadamente dicho mundo posible no se da. En este mundo en el que vivimos no sólo no se han dado ese estado de casos al que nos referíamos anteriormente, sino que además hay otra serie de inquietantes hechos que ponen, como mínimo, en cuestión la pretensión de que Biden ha ganado las elecciones con tal claridad, que ni el famoso genio maligno de las Meditaciones cartesianas, podría poner en tela de juicio dicha evidencia. A las más que cuestionables prácticas relacionadas con el voto por correo en los Estados Unidos, que constituyen un serio y endémico problema de credibilidad del sistema electoral, hay que sumarle otra serie de hechos cuando menos inquietantes.
Primero, las anomalías en el censo electoral de los Estados Unidos, donde ya ha quedado claramente acreditado que han ejercido su derecho de sufragio personas que no deberían haberlo hecho, o bien por haber fallecido o por haberlo ejercido de una forma irregular ( en más de una ocasión o sin las garantías de que su voto fue libre y secreto). Por otro, en los Estados Unidos es preciso señalar el papel de ciertas ONG como Association of Community Organizations for Reform Now (ACORN), organización vinculada al ala más radical del partido demócrata que se encarga del registro para el derecho de voto vinculado a ciertas minorías. Esta organización, como otras muchas vinculadas al partido demócrata, ha sido vinculada con prácticas fraudulentas en relación con el registro de votantes en varios estados. Esto pone de manifiesto hasta qué punto existen razones, más que fundadas y que no son nuevas, acerca de la legitimidad de un proceso electoral tan disputado en número de votos. No constituye por otro lado ninguna novedad. Tradicionalmente los demócratas, sin ir más lejos hace cuatro años, ya denunciaron la posibilidad de que el recuento informático hubiera podido ser hackeado. A diferencia del equipo de Trump, los Clinton jamás pudieron presentar una mínima evidencia acerca de la trama rusa
Junto a esto se ha alegado que el sistema utilizado para el recuento de votos en varios estados, Dominion Voting Systems, sufrió diversas actualizaciones en su software durante la noche electoral dando lugar a una serie de anomalías estadísticas que han sido denunciadas como posibles indicios de manipulación electoral.
Que se alegue la existencia de una serie de hechos que ponen en entredicho el relato mayoritario en relación con las elecciones norteamericanas no implica por supuesto afirmar que las elecciones le hayan sido robadas a Donald Trump. Como bien ponen de manifiesto ciertos análisis, como el de Andrew McCarthy en el National Review, quizás el número de irregularidades que se puedan probar en los tribunales no sean suficientes para obtener los delegados necesarios para anular la ventaja de Biden. Aun cuando Trump ganara Pensilvania, donde de momento se concentran el mayor número de irregularidades y donde el resultado es mucho más estrecho, parece improbable que Trump pueda reunir un número suficiente de evidencias a su favor en estados como Arizona, que posiblemente haya perdido más por su mala relación con el ala republicana favorable al difunto senador John McCain, Wisconsin o Nevada. Aun suponiendo que ganara Michigan, donde también se han registrado cierto número de irregularidades, aunque no en un número tan elevado como Pensilvania, todavía necesitaría un tercer estado. De momento parece ser que no tiene suficientes evidencias a su favor como para poder garantizar el vuelco que necesitaría para revertir la ventaja de Biden.
Lo que parece a todas luces claro es que afirmar a día de hoy que sabemos quién ganó las elecciones americanas dista mucho de estar resuelto. Ciertos indicios parecen apuntar a qué quizás haya podido ganar finalmente Biden pero no es descartable ni conspiranoico afirmar que el proceso electoral americano ha distado mucho de ser idílico y tan transparente como los medios de comunicación de masas quieren presentar. En un país como España en el que, de media, unos 15 minutos de los informativos de las principales cadenas del país se dedican a exponer noticias insustanciales y banales no parece muy prudente basar toda la fuerza de nuestras evidencias acerca de lo que pasa en el mundo en sus informaciones.
Foto: jlhervàs