Mateo 13 37-43 recoge la famosa parábola del buen sembrador que desde los tiempos del obispo Wazoo de Lieja ha sido presentada como la justificación bíblica de la disidencia entre los cristianos. Al igual que el nuevo testamento se nos dice que el buen sembrador, trasunto del hijo de Dios, permite que crezca la cizaña junto con la buena cosecha, la iglesia de Cristo debe tolerar que la disidencia y la herejía religiosa convivan con la buena fe, hasta el momento en el que llegue el reino de los cielos y la buena semilla sea separada de la mala simiente.

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Esta visión escatológica de la salvación ha sido secularizada y trasplantada al ámbito de la política con fines electorales. François Mitterrand dividió a la derecha francesa con el fin de debilitarla y presentarse como el voto útil de la izquierda para conseguir un segundo mandato presidencial en 1988, y de esta manera postularse como el último baluarte del progreso frente a la barbarie del fascismo que representaba el Frente Nacional Francés de Jean Marie Le Pen. Adolfo Suarez, en las primeras elecciones democráticas en España después de cuarenta años de dictadura, apelo al miedo a los extremismos de derechas, representado por Alianza Popular entonces, y al de izquierdas, el PCE de Santiago Carrillo, para asegurarse la victoria con una coalición de partidos centristas de derechas y de izquierdas. Mariano Rajoy, acosado por los casos de corrupción y la desafección de buena parte de su electorado ante sus reiterados incumplimientos electorales, alentó la difusión de un partido netamente antisistema, como era el primigenio Podemos, a fin de presentarse como garante de la supervivencia de la democracia en España. Como en la famosa parábola del sembrador, se permite el crecimiento de la cizaña para que llegado el día se separa el buen fruto del malo.

Esta estrategia dicotómica, que se puede sintetizar el apotegma “O yo, o el caos”, se basa en la idea de que la polarización del voto es síntoma inequívoco del desastre por venir, la antesala de la anarquía. Sin embargo si uno rastrea los orígenes de la palabra caos en la mitología griega, se puede comprobar que allí el caos hesiódico dista mucho de ser sinónimo de desorden o anarquía, pues del caos surge el mundo, como primer principio.

VOX o Podemos, además de ser fenómenos políticos y sociales, son también antagonistas necesarios que el propio sistema político necesita crear para favorecer su continuidad

La idea del miedo al adversario, al que se presenta como radical cuestionador de lo que existe es un intento de hacer retomar a la idea de revolución su sentido originario, claramente conservador y estabilizador del sistema. El término revolución es una traslación al ámbito de la política de un concepto tomado de la astronomía, en concreto de la llamada revolución copernicana y su descripción de los ciclos celestes conforme a un principio regulador y uniformador. Nada más lejos por lo tanto de la idea de quiebra o disrupción con la que asociamos la palabra revolución hoy en día.

La idea de que se puede persuadir al votante para que se incline en favor de opciones políticas con las que no comulga, basándose exclusivamente en la apelación a sus miedos y a sus fobias más profundas, descansa también en la influencia que en la politología han tenido los análisis empíricos y en la utilización de esquemas conceptuales tomados de la economía. El famoso teorema de Anthony Downs sobre el votante mediano explica el comportamiento, supuestamente racional, del votante en un sistema electoral mayoritario donde el que gana el voto popular se lleva todos los escaños en juego en la circunscripción o en los sistemas electorales a doble vuelta donde el votante al final debe pronunciarse sobre dos alternativas, que no necesariamente tienen que ser de su agrado. Estas experiencias empíricas son el campo del análisis cuantitativo en el que se inspiró el economista estadounidense para explicar la tendencia de la mayoría de los votantes para huir de las propuestas políticas extremas.

Pedro Sánchez ha decidido que su permanencia en la Moncloa pasa por la asunción del dogma del votante mediano y por la apelación al voto del miedo. Resulta paradójico que el buenismo socialdemócrata tenga que descansar en último término en una antropología tan pesimista y recelosa del ser humano como la que representa la apelación al voto del miedo, de raigambre netamente liberal. En una sociedad híper infantilizada y en la que la que el culto al dios providente Estado es tan acusada no es de extrañar que así ocurra. Como pone de manifiesto el sociólogo alemán Ullrich Beck vivimos en sociedades donde todos y cada uno de los ciudadanos aspiramos a que una entidad ajena a nosotros mismos gestiones nuestros riesgos vitales, hasta el punto en el que estamos dispuestos a renunciar a nuestra propia libertad e incluso a nuestras propias convicciones vitales para que esto suceda.

Como muy bien apunta Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos es propio de sociedades cerradas presentar una acusada fobia hacia el cambio y tener una obsesión muy marcada por la estabilidad y la ausencia de factores que provoquen cualquier disfuncionalidad. Jean-Jacques Rousseau, en su primer Discurso sobre el origen de la desigualdad, hace uso de la figura retórica de la prosopopeya, para reivindicar las sociedades cerradas al cambio cuando recrimina a la antigua Roma, a través de la invocación al austero cónsul Fabricio, haber abandonado la vida austera en favor del lujo y la pretenciosidad.

Sin embargo no es menos cierto, como pone de manifiesto la sociología basada en la teoría de sistemas o en las formas de pensamiento complejo, como las que defiende un sociólogo como Edgar Morin, que las perturbaciones de los fenómenos sociales, las irrupciones, las quiebras o las crisis recurrentes no son fenómenos ajenos a lo social. No son por lo tanto algo externo, sino que en toda formación social coexisten elementos internos que la empujan hacia el cuestionamiento de sus propios fundamentos organizativos.

Son elementos de sobrecarga que llevan al límite a la propia sociedad respecto de sus posibilidades de asimilación de esos elementos cuestionadores. Por ejemplo, un determinado nivel de desempleo o, como en el caso Español, tendencias sociales y políticas que lleven al cuestionamiento de la propia identidad nacional. VOX o Podemos, además de ser fenómenos políticos y sociales, surgidos de las propias tensiones sociales (crisis económica en el caso de Podemos y crisis nacional en el caso de VOX), son también antagonistas necesarios que el propio sistema político necesita crear para favorecer su continuidad.

El antropólogo francés Gregory Bateson puso sobre el tapete la llamada teoría del doble vínculo, según la cual cuando un sistema social tiene que elegir entre dos respuestas mutuamente excluyentes generalmente opta por la paralización o el mantenimiento del status quo.

Eso es lo que busca el demiurgo y prócer de la sofística electoral española Iván Redondo, a la sazón asesor áulico de Pedro Sánchez en estas cuestiones de mercadotecnia electoral: que algo cambie, que irrumpa un partido como VOX, para que todo permanezca igual. Que se proponga a los españoles dos respuestas antagónicas para que el miedo haga que los españoles se decanten por el continuismo disfrazado de retórica democrática vs  barbarie fascista representada por VOX.

Foto: Iván Redondo, director del Gabinete de la Presidencia (Flickr)


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