A menudo nos preguntan si, en España, el partido «Ciudadanos» es de “centro-derecha”. No saben si las propuestas de este partido pretenden constituir una “socialdemocracia eficaz”, o si rozan el “liberalismo progresista” o el “social-liberalismo”. Por eso nos piden que les aclaremos dónde está la formación de Albert Rivera, si cerca del Partido Socialista o del Partido Popular, si se hará con los votos de uno o de otro. La pregunta es lógica, no solo porque todos necesitamos ubicarnos en tiempos de crisis, sino porque esta sociedad líquida, ya gaseosa por evanescente y superficial, generadora de ciudadanos irresponsables, necesita instrumentos interpretativos del mundo que nos rodea.

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Lo que hace poco tiempo podía considerarse “de izquierdas”, hoy se ha convertido en  centro-derecha

Normalmente comenzamos por aclarar al interlocutor que el tradicional eje izquierda-derecha de la política, supuestamente medible entre el 1 y el 10, es una posición geométrica, no filosófica. Es más, señalamos que esa obsesión numérica es una característica de la sociometría que nos invade, y que es una degradación de la sociología y de la ciencia política que desprecia las ideas políticas. Con esta premisa, es obligado asumir que la dictadura del consenso socialdemócrata, pasada por la New Left de los 60, con su feminismo, ecologismo y tercermundismo, es tan profunda que se ha vuelto inconsciente para todos. En consecuencia, lo que hace poco tiempo podía considerarse “de izquierdas”, hoy se ha convertido en  centro-derecha.

¿Cómo se ha producido esto? La razón es larga y compleja, por lo que vamos a explicarlo en tres entregas. La primera de ellas estará dedicada a la importancia de la batalla del lenguaje para conquistar el poder político, y su motivación. La segunda señalará la conexión de la clase política con la élite cultural, siempre en relación con lo anterior, y que constituye la clave de la dominación. Por último, trataremos el fenómeno emergente de las microutopías para cambiar el mundo y que son la consecuencia de haber ganado el lenguaje y con él, las conciencias, lo que facilita la transformación.

La batalla del lenguaje

La arena principal de lucha política hoy es la batalla por el lenguaje que acompaña a la infantil e infantilizada sociedad del espectáculo, a la determinación que ejercen los medios, la cultura y la educación en la interpretación y explicación del mundo, de la vida política y social, e incluso para atribuirnos características identitarias. La descripción de nuestra persona y objetivos tiene cada vez una mayor determinación cultural y efectista, fundada en la imagen y en los resultados.

Una encuesta de 2017 realizada a adolescentes españoles señalaba que su modelo a imitar era Amancio Ortega, el propietario de Zara, y una de las mayores fortunas del mundo. El sociólogo sociométrico, tanto como el big data, atendían al resultado de las sumas y restas, y diferenciaba solo entre “chicos” y “chicas”, obviando factores mucho más determinantes para la opinión del adolescente como son el estatus y situación civil de los padres, el entorno educativo, el coeficiente intelectual, el lugar de residencia, o los hábitos culturales. La sentencia del “experto” solo podía ser una “visión de género”: sus modelos eran masculinos.

La conclusión, tan pueril como políticamente correcta, elude el análisis profundo: los encuestados son chicos que atienden a resultados, no a trayectorias ejemplarizantes, ya que desconocen el esfuerzo hecho por el exitoso empresario de Zara desde sus inicios, y a la hora de elegir profesión prefieren ser un funcionario más. Pero hay algo más: la corrección política que destila el estudio, las preguntas y la conclusión, son producto de la batalla del lenguaje.

Los conceptos con los que describimos, interpretamos y damos soluciones a la realidad son la clave de todo

Los conceptos con los que describimos, interpretamos y damos soluciones a la realidad son la clave de todo. Es el esquematismo trascendental que apuntó Immanuel Kant. El factor decisivo de la política es la imposición de significados universales a conceptos políticos, ya sean viejos o nuevos. De ahí que el populismo socialista y el populismo nacionalista inventen expresiones (“derecho a decidir”, “diversidad”) y eslóganes para describir situaciones antiguas, les doten de un significado preponderante y construyan sus discursos en torno a dichas palabras. El objetivo es marcar el campo en el que se debate y que se utilicen los conceptos que ellos han determinado. Esos dos logros marcan la victoria.

Las redes sociales y la manipulación del lenguaje

Las redes sociales son una demostración de esa manipulación del lenguaje. Los partidos políticos tienen equipos dedicados a construir eslóganes y a fabricar campañas para crear lenguaje y conciencia. Twitter no marca la política, como creen aquellos que desconocen dicha red tanto como los fundamentos políticos, pero sí a un segmento de la población. Lemas que los medios tradicionales, que siguen siendo los influyentes, elevan a categoría al hacerse eco de un mensaje vertido en Twitter o Facebook. Estas estrategias de comunicación dotan de argumentos a los convencidos y debilitan a los contrarios, casi siempre a los de la derecha, huérfanos casi siempre de dirección comunicativa en las redes.

La actual batalla por el lenguaje empezó a mediados del siglo XIX: surgió la necesidad de adoptar un discurso obrerista para competir por el poder

Todo esto no es nuevo, sino que el inteligente, el que tiene una teoría del poder y decisión, amolda la intención al medio. La actual batalla por el lenguaje empezó a mediados del siglo XIX, cuando la revolución de 1848 inició una nueva era marcada por la idea de democracia vinculada al socialismo. La vida política a partir de entonces estuvo marcada por la necesidad de adoptar un discurso obrerista para competir por el poder.

El nuevo lenguaje de los pensadores socialistas del XIX

Los pensadores socialistas del siglo XIX, especialmente Fourier y Proudhon, pero también Owen, Bakunin y Marx, crearon un lenguaje nuevo para describir la realidad, que combinaba cientificismo con emociones. Ese conjunto de términos lo adoptaron partidos y asociaciones en el último cuarto del siglo XIX, tanto burgueses como proletarios, ya fueran conservadores, liberales y socialistas. Hasta lo hizo la Iglesia en la encíclica de León XIII titulada “Rerum Novarum” (1891), con la que se fundó la democracia cristiana. Ese lenguaje llegó a la legislación laboral y social británica y francesa, incluso a la alemana, cuando Otto von Bismarck puso en marcha leyes con lenguaje obrerista que recogía reivindicaciones clásicas de las asociaciones de trabajadores, con el ánimo, entre otras cosas, de contrarrestar el influjo creciente de la socialdemocracia alemana.

Por supuesto, los intelectuales, literatos, escritores, ensayistas y periodistas, asumieron como propios aquellos términos y las aspiraciones que encerraban. Se reconocía la interpretación que hacían del mundo, la maldad del capitalismo y de su forma política –el liberalismo, el parlamentarismo y la democracia-, tanto como de la mentalidad burguesa. Esto fue tan así que el término “aburguesamiento” solo tiene desde entonces una connotación peyorativa, sinónimo de “vagancia” o “acomodamiento”. El contrapunto era el supuesto modelo de vida socialista. Cabe recordar en este sentido que José Ortega y Gasset definía a Pablo Iglesias, el fundador del Partido Socialista Obrero Español, como un “santo laico”, en un artículo de mayo de 1910.

ese lenguaje tenía la pretensión de crear un orden moral y político completamente nuevo

Todo ese lenguaje tenía la pretensión de crear un orden moral y político completamente nuevo, derribando el existente, al estilo romántico y cristiano, emocional y proselitista, visionario y exclusivista, y triunfó. Por eso, Friedrich Nietzsche decía que la sustancia de la realidad era lingüística, y cambiar el lenguaje era el primer paso para transformar la realidad. De aquí que la obsesión propagandística esté en las formaciones y estilos de base leninista y fascista, así como en los populismos del siglo XX y en los actuales.

La moralidad en el hablar; la base de la corrección política

Las imágenes e ideas que crea el lenguaje son elementos básicos de la política. Las palabras dejan de ser un medio entre el yo y la realidad, y se han convertido en creadoras de uno y otro.  Nos referimos a las identidades marcadas por el género y la nación, y a la moralidad en el hablar, que es la base de la corrección política.

La izquierda concibe la política como un conflicto, la derecha como una gestión tecnocrática

El filósofo marxista Slavoj Zizek lo explica bien: el idealismo marca el sentido de la Historia; es decir, del vencedor del conflicto. La izquierda concibe la política como un conflicto, la derecha como una gestión tecnocrática, y por eso pierde la batalla. La derecha siempre juega en el campo y con los conceptos que marca la izquierda, porque la izquierda tiene una estrategia para la toma del poder; la derecha solo para gestionarlo.

¿Cuál es ese campo y cuáles sus reglas y logros? Es el campo marcado por el lenguaje de izquierdas, con objetivos socialistas, propios de la New Left, en cuanto a igualdad material, distribución de la riqueza, justicia social, pero también en orden a la imposición feminista que sirve para reglamentar y controlar especialmente en las esferas política, económica, cultural y educativa del establishment. Los puntos de discusión o debate, la actuación del Estado y la distinción entre lo que está bien y lo que está mal, la moral, viene marcado por un sentido del progreso marcado por las izquierdas. Esto último merece al menos otro artículo.

Volviendo al principio y a España, Ciudadanos no es una formación ajena a todo esto. En la España (de)construida sobre el consenso socialdemócrata, la gente de Albert Rivera adoptó, cuando se produjo su eclosión nada liberal, el paradigma aceptado: un poco de libertad por aquí, mucho paternalismo e ingeniería social por acá. Es el “liberalismo social” –la socialdemocracia pasada por el inglés John Stuart Mill– presentada con la imagen y la fuerza del Partido Popular de José María Aznar de principios de la década de 1990. Con una diferencia que les separa de la tecnocracia del Partido Popular actual, pero también de aquel centro-derecha de los noventa: Ciudadanos, hasta hoy, no ha demostrado saber gestionar, porque no ha gobernado nada.

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