Cuando a mediados de los años 60 del pasado siglo la microbióloga Lynn Margulis y el médico y biofísico James Lovelock formularon su “Teoría de Gaia” no tenían otra intención que la de revisar de forma científica la visión romántica de un planeta en eterno equilibrio natural.

Publicidad

Margulis y Lovelock describieron en su modelo la Tierra y su biosfera como un sistema dinámico y autorregulado que podría ser considerado como un ser vivo de forma metafórica. Su tesis recibió mucha atención por proceder de la comunidad científica. Ocurrió que la racionalidad de la época (ni la de los sesenta ni la de ahora) no estaba ya para grandes pasos y la idea de la Tierra como una diosa gentil tocó el nervio sensible de una sociedad que se alejaba cada vez más de la religión tradicional “antropocéntrica”, pero sobre todo del reclamo de la Ilustración de poder moldear y controlar de manera integral el medio ambiente y la sociedad.

La popularidad de la hipótesis mágica de Gaia refleja las bajas expectativas de nuestro tiempo: le asignó a los humanos un papel muy modesto y, sobre todo, destructivo en el ecosistema planetario adecuándose así perfectamente al movimiento ambiental emergente.

El hecho es que el CO2 atmosférico llegará un día a un nivel tan bajo que provocará la extinción de la mayoría de las plantas y organismos fotosintéticos que ahora conocemos. y , según Ward, incluso si quemásemos todas las reservas de combustibles fósiles no podríamos revertir esta tendencia

Lovelock se distanciaría más tarde de tales interpretaciones animistas y esotéricas (la Tierra tenía conciencia, dolor, etc.) y se basó exclusivamente en el conocimiento científico. Su trabajo estableció las bases de la “Earth System Science”, una disciplina que estudia las interacciones globales de los procesos físicos, químicos, biológicos y sociales. Esencialmente, los científicos distinguen hoy entre dos ‘versiones’ de la hipótesis de Gaia:

Gaia optimizante

Los seres vivos cambian la naturaleza de la biosfera y la hacen más habitable. Esta tendencia debería ser un producto de la evolución, ya que la selección natural “prefiere” organismos que optimicen su entorno.

Gaia homeostática

Los bucles de retroalimentación negativa mantienen las condiciones de vida (por ejemplo, temperatura, composición de la atmósfera) favorables y estables, y los regulan a ese nivel.

La “optimizante” fue la hipótesis original de Gaia. Críticos como el geólogo James Kirchner han señalado que esta tesis cae en una especie de circularidad. Toda la vida ha tenido mucho tiempo para adaptarse evolutivamente a las condiciones de la tierra. Por lo tanto, no es sorprendente que la tierra nos parezca hoy estar “optimizada” para y por la vida. Incluso Lovelock considera hoy que la Gaia optimizante no es científicamente defendible.

Uno de los críticos más duros de la hipótesis de Gaia es el paleontólogo estadounidense Peter Ward. Él es de la opinión de que la hipótesis (tanto la optimizante, como la homeostática) es incompatible con algunas características conocidas de la vida:

  1. Las poblaciones de seres vivos exceden regularmente la capacidad de carga de su hábitat. El “exceso” de individuos muere de hambre.
  2. El metabolismo de los seres vivos produce materiales de desecho gaseosos, líquidos y sólidos, que en su mayoría son venenosos. En espacios cerrados, la vida tiende al auto-envenenamiento.
  3. En la competencia por los recursos, algunas especies a menudo llevan a otras especies a la extinción.
  4. En la naturaleza, hay innumerables ciclos de retroalimentación. Sin embargo, la mayoría de ellos no tienen un efecto estabilizador (retroalimentación negativa) sino que refuerzan procesos en marcha (retroalimentación positiva).

Ward llama a estas características de la biosfera terrestre “propiedades medéicas“, basándose para ello en Medea, una figura femenina de la mitología griega, que mata a sus propios hijos para vengarse de su esposo Jasón. Como contraparte de la hipótesis de Gaia, postula la llamada Hipótesis de Medea: “la vida ha influido en la habitabilidad de la Tierra. Debido a las propiedades medéicas de la vida, el efecto general es negativo: la vida reduce la habitabilidad de la tierra.”

Peter Ward y otros investigadores han compilado muchos datos que respaldan la hipótesis de Medea (para una buena visión general, véase el libro de Ward de 2009, The Medea Hypothesis). Además de los ciclos de retroalimentación positiva ya mencionados, se investigó en particular y de forma muy especial el desarrollo a largo plazo de la biomasa global. La temperatura, el CO2 y otros parámetros se pueden usar para modelar la biomasa pasada y futura de la Tierra. Líder en este campo fue el físico Siegfried Franck (fallecido en 2011) en la Universidad de Potsdam. Franck y sus compañeros de trabajo llegaron a la conclusión de que la biomasa mundial no aumenta (no dejen de leer el paper!), o permanece estable, sino que alcanzó su punto máximo hace aproximadamente 500 millones de años y desde entonces disminuye constantemente.

La evidencia más fuerte de las tendencias autodestructivas de la vida son estados extremos desencadenados por la vida misma, que en el curso de la historia geológica erradicaron repetidamente a un gran número de especies. Ejemplos de tales “eventos medéicos” son:

Envenenamiento por Metano

Hace unos 3.700 millones de años, se formaron colonias microbianas estratificadas (estromatolitos) a lo largo de la costa. Su metabolismo produce metano De acuerdo con el geocientífico James Kasting, los estromatolitos crearon una neblina de metano que reflejaba la luz solar y enfrió rápidamente la Tierra. Si la Tierra hubiera estado un poco más alejada del sol, ese enfriamiento habría aniquilado cualquier vida terrenal. (The Medea Hypothesis, página 74)

La Gran catástrofe de Oxígeno

Hace unos 2.500 millones de años, algunos microorganismos, probablemente los precursores de las cianobacterias actuales, desarrollaron una nueva forma de fotosíntesis. A diferencia de la forma anterior, el producto de desecho era oxígeno. Parte de este oxígeno podría haber sido fijado mediante oxidación. El resto, sin embargo, comenzó a acumularse en el agua de mar y la atmósfera. Para las formas de vida anaerobias, el oxígeno libre era venenoso. Hubo una extinción masiva, de la que fueron víctima la mayoría de las especies anaeróbicas. (The Medea Hypothesis, página 75)

La gran bola de nieve

Los microorganismos fotosintéticos mencionados anteriormente desencadenaron un segundo evento extremo. Hace unos 2.300 millones de años, llegaron a ser tan numerosos que eliminaron casi todos los gases de efecto invernadero, como el metano y el CO2, de la atmósfera. La tierra se enfrió, los casquetes de hielo y los glaciares crecieron. La nieve reflejaba la luz del sol y continuaba enfriando el planeta. La superficie de la tierra estaba casi completamente helada. Solo unas pocas especies sobrevivieron. Esta catástrofe se repitió hace unos 700 millones de años. En aquella época surgió una exuberante multiplicidad de nuevos tipos de plantas. Por primera vez, grandes partes de la tierra estaban cubiertas de bosques. Lo que a primera vista parecería un florecimiento de la vida resultó ser mortal. Una vez más, el CO2 atmosférico disminuyó espectacularmente y causó una Súper Edad de Hielo, lo que redujo significativamente la biodiversidad. (The Medea Hypothesis, página 78)

Extinción masiva por efecto invernadero

De manera recurrente se ha producido un aumento en los gases de efecto invernadero en la historia de la tierra, lo que provocaba calentamiento global. Al menos ocho veces, este calentamiento ha llevado a la desaparición de la circulación termohalina, la gigantesca ‘cinta transportadora’ de las corrientes oceánicas, que provoca el intercambio de masa y calor en los océanos. Sin circulación termohalina, los océanos se vuelven rápidamente anóxicos, es decir, libres de oxígeno. El plancton y otros organismos marinos que necesitan mucho oxígeno mueren. Estos son reemplazados, entre otros, por bacterias amantes del azufre que liberan sulfuro de hidrógeno extremadamente tóxico. La tierra se convierte entonces en un infierno apestoso con mares púrpura y cielos verdes. Peter Ward cree que las bacterias del azufre causaron cuatro de los cinco eventos principales de extinción masiva en la historia de la Tierra (la excepción fue el impacto del meteoro, que borró a los dinosaurios hace unos 65 millones de años). El más extremo de estos eventos fue la “Gran Muerte” de la frontera Pérmico-Triásico hace unos 250 millones de años, que mató al 90 por ciento de todas las especies de animales y plantas. (The Medea Hypothesis, página 81)

Y hasta aquí la ciencia medéica. Por supuesto, la ciencia -en general- está inacabada por definición. La Teoría de Gaia puede considerarse refutada, pero es bastante probable que la Teoría de Medea tampoco sea la teoría definitiva. Tal vez en el futuro lleguemos a conclusiones completamente diferentes sobre el destino de la Tierra y sus seres vivos. En cualquier caso, los escenarios descritos por Ward y sus colegas no son escenarios para mañana… ni para los próximos miles de años. ¿Cuántos quedan para que asistamos al próximo episodio de extinción medéico? Nadie lo sabe.

En un momento de la historia como el nuestro, en el que el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero preocupa a muchas personas, insinuar siquiera un escenario apocalíptico por falta de CO2 parece extraño. Sin embargo, a largo plazo, el hecho es que el CO2 atmosférico llegará un día a un nivel tan bajo que provocará la extinción de la mayoría de las plantas y organismos fotosintéticos que ahora conocemos y que, según Ward, incluso si quemásemos todas las reservas de combustibles fósiles no podríamos revertir esta tendencia. (The Medea Hypothesis, página 149)

La disputa académica entre los partidarios de Gaia y los de Medea es relevante en el contexto de los debates sociales y políticos actuales. Lo es, porque muestra de forma impresionante cuán engañosa puede ser la yuxtaposición simplificadora de la “buena” naturaleza y las “malas” personas. Tal perspectiva no solo conduce a una visión mistificada y edulcorada de la historia geológica, que a todas luces parece verdaderamente sombría y terrorífica, sino que además no es particularmente útil: las histéricas campañas contra la ingeniería genética verde supuestamente “antinatural” causan un gran sufrimiento y hambre en el Tercer Mundo; en Occidente, la gente muere a causa de la charlatanería de los “naturópatas”. Olvidamos que lo “natural” no es necesariamente lo bueno y que el dominio de la naturaleza es un logro civilizador. Olvidamos también lo limitado de nuestra capacidad de acción en determinados aspectos: ¿creen ustedes que podríamos emitir nosotros suficiente CO2 como para provocar una extinción masiva? ¿y creen que podemos generar un efecto “bola de hielo” si capturamos demasiado CO2?

La base filosófica del movimiento ecologista, la idea de que debemos retirarnos de la naturaleza para que pueda “sanar”, no solo es anticientífica: es suicida en el sentido “medéico” de la palabra. Los humanos no deberían ser vistos como un factor perturbador en los eventos planetarios. Gracias a nuestra inteligencia y nuestra capacidad de innovación, somos (potencialmente) probablemente los únicos seres “gaianos” en este aterrador planeta “medéico”.

Foto: Greg Rakozy


Por favor, lea esto
Disidentia es un medio totalmente orientado al público, un espacio de libertad de opinión, análisis y debate donde los dogmas no existen, tampoco las imposiciones políticas. Garantizar esta libertad de pensamiento depende de ti, querido lector. Sólo con tu pequeña aportación puedes salvaguardar esa libertad necesaria para que en el panorama informativo existan medios disidentes, que abran el debate y marquen una agenda de verdadero interés general. No tenemos muros de pago, porque este es un medio abierto. Tu aportación es voluntaria y no una transacción a cambio de un producto: es un pequeño compromiso con la libertad.

Apadrina a Disidentia, haz clic aquí

Muchas gracias.