En una de esas extraordinarias películas de guerra naval (La caza del octubre rojo, de John McTiernan), hay una escena en la que el almirante al mando de un submarino nuclear de los EEUU dice a propósito de la estrategia que pueda estar siguiendo el sumergible ruso al que se enfrentan: “los rusos no van ni a mear sin tener un plan”. Me he acordado de la frase al reflexionar sobre lo que se nos cuenta en una excelente serie, Designated Survivor, que ahora mismo se puede ver en Netflix, en la que se advierte con entera claridad que quienes no hacen nada sin atenerse a reglas son los protagonistas de esta historia que, a mi entender, está llena de interés y les recomiendo.
La trama que se desarrolla mezcla de manera continua y bastante trepidante una especie de documental sobre el funcionamiento del sistema político estadounidense (que recuerda más a El ala oeste de la Casa Blanca que a las aventuras canallas de Frank Underwood en House of Cards) con un thriller en el que las peripecias son continuas. La serie no se corta un pelo por rozarse con lo inverosímil pero su interés está en mostrar el contraste que existe entre un hombre que siempre intenta hacer lo correcto, el presidente Tom Kirkman, que llega al puesto por una extrañísima casualidad, las rígidas reglas de funcionamiento del sistema político, que siempre tienen un fondo moral, y las enormes contradicciones que se provocan cuando la ambición de una buena mayoría de los protagonistas quiere llevarse por delante a un político que trata de mantener la decencia y una cierta inocencia a cualquier precio.
La cultura política que establece con nitidez que el fin no justifica los medios, que las leyes están por encima de las personas, que las instituciones comportan derechos, pero, sobre todo, obligaciones
El protagonista consigue sobrevivir manteniendo su integridad, lo que puede provocar cierta incredulidad en el espectador porque ante numerosos desafíos a su gestión permanece integro y no acepta traicionar sus convicciones, aunque eso pueda perjudicarle. Lo que más llama la atención, a veces se puede pensar que los guiones rozan lo muy fantástico, es que un político en activo se arriesgue de manera habitual a resultar perjudicado en las encuestas y ante una opinión pública muy agresiva… y acabe ganando. No sé si esa va a ser siempre su actitud y si los resultados van a ser los mismos porque no he visto el final de la tercera temporada en la que Kirkman se enfrenta como candidato independiente a una confrontación electoral con un republicano y un demócrata.
El fondo ideológico de la serie quiere mantener la idea, muy gratificante, de que en las democracias se acaba distinguiendo al político honesto del oportunista y eso lo hace al socaire de una crítica, que ahora es muy común, a los políticos, como si ese escogido personal fuese el culpable exclusivo de cuantos males nos aquejan. En el caso norteamericano ese tipo de planteamiento puede resultar más digerible porque, para empezar, las reglas sobre lo que se puede hacer y lo que no cabe hacer de ningún modo, son extraordinariamente nítidas y las conoce todo el mundo. Esto obliga a los ambiciosos en exceso y a los más corruptos a ser bastante astutos porque, al menor descuido, aparece un juez, un agente del FBI, un congresista, un periódico o un ciudadano cualquiera, que emprende una campaña contra el listo de turno que le puede complicar mucho la vida.
El que los poderes estén tan nítidamente definidos es una salvaguarda de la mayor importancia para que una buena cantidad de cosas salgan bien, pero no conviene engañarse siempre cabe que los menos decentes se salgan con la suya. Lo que la serie pone de manifiesto es que las reglas, con ser importantes, no bastan, que hace falta que la gente las respete y que haya muchos dispuestos a exigir su cumplimiento sin pararse a pensar si eso podría complicarle la vida.
La cultura política que establece con nitidez que el fin no justifica los medios, que las leyes están por encima de las personas, que las instituciones comportan derechos, pero, sobre todo, obligaciones, es el humus sobre el que puede erigirse un sistema en el que cada cual conoce muy bien sus derechos, sus obligaciones y lo que puede exigir a cualquiera que ostente un poder determinado. Se dirá que es un cuadro ideal y que la vida muestra siempre excepciones de bulto, y es cierto, pero en muchas ocasiones la serie nos muestra que el verdadero valor de la democracia consiste, precisamente, en que no existan privilegios y que, en la medida en que se produzcan abusos, siempre quepa recurrir a alguien que ampare nuestro derecho pisoteado.
El protagonista está, tal vez, un poco exagerado en su papel de presidente patriota, respetuoso de la ley y defensor de los más débiles y es probable que se haya rodeado de un exceso de personas admirables, aunque hay alguna excepción en individuos y en situaciones, pero ofrece una visión esperanzada de que las democracias, cuando se apoyan en un electorado que cree firmemente que es el dueño del país y que tiene derecho a controlar a los gobiernos, pueden ser instrumentos de progreso, de mantenimiento del orden y de dignificación de la vida pública.
La política es un sinvivir, no hay demasiadas certezas, es muy fácil equivocarse, pero pierde por completo su sentido cuando se olvida de que es un instrumento que debe estar consagrado a la convivencia, al progreso común en todos los terrenos, al respeto a las normas establecidas, al reconocimiento de las minorías sin que ello implique que se puedan imponer medidas caprichosas a la mayoría, porque, en el fondo, debe estar claro que la política tiene que ser una tarea constructiva, exactamente lo contrario de la guerra.
La guerra, a la que algunos llaman cultural a saber por qué, puede parecer esencial cuando se considera que lo único importante es vencer, pero eso es algo que Tom Kirkman, nuestro protagonista, tiene muy claro, sabe que se enfrenta con adversarios duros y tramposos, pero no pretende aniquilarlos, de hecho está convencido de que no podrá convencerlos, pero lo que busca, porque para eso se está en una democracia, es convencer a la mayoría de que él tiene razón, de que sus propuestas son más justas, más razonables y más convenientes para la mayoría que las rivales.
Para eso no duda en ser duro y claro en la batalla dialéctica, pero no para hablar de la maldad del adversario sino de lo erróneo e inadecuado de sus propuestas. La confianza en el electorado es siempre una apuesta que requiere mucho estudio, diálogo abierto y debate con unos y con otros, algo que no puede hacerse sin mucho trabajo y sin un cuidado minucioso con los muy variados asuntos que afectan a la vida y la prosperidad de los ciudadanos.
La política no puede reducirse nunca a una pelea a bastonazos como la que Goya retrató magistralmente sobre el fondo de un ambiente sombrío y sin esperanza. Vean la serie y tal vez recuperen algo de ilusión en que todo se podría mejorar, pero no esperen que, como de repente, se nos aparezca un Kirkman que nos arregle el panorama, cumpla cada uno con su deber y luche limpiamente por sus derechos y por lo que cree, veremos al final, qué pasa.
Foto: Fotograma de la serie Sucesor designado, de John McTiernan.
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