Durante la última semana del mes de enero de 2022, han menudeado los posicionamientos frente al conflicto que enfrenta a la Federación Rusa y a la República de Ucrania. Desde la cómica fotografía del presidente Sánchez, teléfono cretácico en mano y camisa de líder tropical, hasta la recuperación del mísero “no a la guerra” de sus ministros comunistas, unos y otros han tratado de ubicarse para salir no ya en la foto, sino en según qué foto. Quienes nos situamos en la derecha sin paliativos, en lo que, para no engañar a nadie, podríamos denominar la mera reacción, habitualmente embriagados entre los textos de Donoso Cortés y Gómez Dávila, esperábamos, no sin la ansiedad propia del politoxicómano, las declaraciones de los líderes de VOX para conocer la postura del partido que, en este momento, acapara nuestra atención como el entramado político que, en ocasiones, más próximo simula hallarse, por vía negativa, al paradigma antimoderno sin diluciones.
La incógnita llegó a su fin mediada la semana, días antes de que VOX celebrara una cumbre matritense con varios líderes derechistas extranjeros, cuya postura no ha venido siendo unánimemente rusófoba. Sin embargo, Jorge Buxadé, líder voxista en el autodenominado parlamento europeo, en el programa #LaNoche24Horas lanzó un “Rusia es culpable” no menos estruendoso que el del falangista Serrano Suñer en 1941; a no pocos nos chocaron las declaraciones del señor Buxadé, quien defendió la soberanía de Ucrania (cuya existencia histórica tiene menos sentido que la de una hipotética república catalana y una breve trayectoria caracterizada por baldones como el antisemitismo y la colaboración con el socialismo nacional germano) y con ello la política de Biden y las instituciones europeas, aunque denostase en su discurso la torpe mecánica y el ruinoso comportamiento de las oligarquías burocráticas pagadas con ese cromo llamado euro. Puede uno entender las preocupaciones geoestratégicas de los polacos, pero también debe entender que Rusia no es la Unión Soviética ni sus gobernantes son comunistas, como por ejemplo viene haciendo Viktor Orban, alguien que sí distingue con precisión entre un ruso y un bolchevique. No obstante, días después, el sábado 29, tanto Orban como Le Pen J.R., han firmado un documento, inspirado por VOX, en el que ratifican la culpabilidad de Rusia.
Vemos cómo aquellos que decían oponerse a la Agenda 2030, al globalismo, al multiculturalismo, al predominio de los lobbies contraculturales se alinean con la política norteamericana del presidente Biden
La situación es tal que ahora vemos, entre la extrañeza y el pasmo, que aquellos que decían oponerse a la Agenda 2030, al globalismo, al multiculturalismo, al predominio de los lobbies contraculturales, vemos, decía, como se alinean con la política norteamericana del presidente Biden, la misma que, con Clinton en el poder y Solana como secretario general del a OTAN, llevó en 1999 a realizar un ataque perfectamente ilegal contra un estado soberano, Yugoslavia, para expulsar a la población civil serbia de la región de Kosovo y proclamar, pocos años después, un nuevo estado en dicha región, alterando, cual ya se permitiese hacer a croatas y musulmanes bosniacos, los tratados sobre fronteras de Helsinki, a los que ahora se apela pretendiendo deslegitimar con ello las supuestas pretensiones expansionistas rusas.
En fin, VOX ha crecido mucho, probablemente hasta rozar la madurez que prologa a la podredumbre, y ahora mismo se encuentra compitiendo por el poder autonómico en Castilla-León, lo que tal vez haya impelido a sus estrategas a adoptar un perfil más institucional, es decir, más contrario a sí mismo o, cuando menos, a lo que parecían unos principios bastante sólidos. En consecuencia, vemos como sobre la estructura inicial del partido de Ortega Lara va cayendo el peso púrpura del régimen del 78, y, de tal modo, nos encontramos a Rocío Monasterio, la más leal aliada del Partido Popular de Casado, defendiendo la agricultura subvencionada (¿para cuándo el cine?), a su esposo haciendo las veces de nuestro hombre en Washington, a Olona montada en un tractor, imagen que evoca tristemente las paletadas del prusés catalán, o al ya mencionado Buxadé emulando las argucias retóricas del peor socialismo frente a las rectificaciones impuestas por el peso de la realidad.
Pero entre tanto, y pese a las ganancias a corto plazo, se pierden algunas posibilidades tan ilusionantes como radicales, entre ellas la posibilidad de que la derecha recuperase el discurso de resistencia a los dictados de la mortecina geopolítica estadounidense, papel que, desde la firma de los acuerdos de 1953 y el despliegue de las bases, le arrebatase la izquierda. Y este no es un aspecto menor si de lo que se trataba -pues dudo de que se trate ahora- era de recuperar una identidad española debilitada no sólo por las concesiones del franquismo agónico y por las inevitables grietas que el sistema autonómico vigente han provocado en la mera existencia de la nación española, sino de hacer frente a todo el marco ideológico que, procedente del mundo anglosajón, viene a disolver la identidad española y europea mediante el aniquilamiento de la tradición cristiana, el ataque a los derechos de propiedad, la perversión del marco biológico natural mediante el derecho positivo y la anulación de cualquier rastro de nuestras raíces, sajadas y sustituidas por el veneno del hedonismo, sin más referencia que las pulsiones más básicas del individuo, transformado en mero terminal de una red que ni siquiera puede aspirar a tildarse de cosmopolita, dado su unilateralismo.
Y eso es lo que nos han mostrado los días últimos de enero de 2022, para qué va quedar VOX, para superar o igualar al Partido Popular, pero para nada más. Para que, de nuevo, votemos al mal menor. Para que, por fin, Abascal tenga un trabajo seguro.
Foto: Contando Estrelas.