La apasionante historia de Eric Stewart. Tiene una biografía muy apegada a su trayectoria profesional, lo cual ya dice mucho de él. Un curriculum vitae de 2016, de 16 páginas, recaba la lista de sus publicaciones hasta el momento, y es un número difícil de contar. O largo, más que difícil. Forma parte del consejo editorial de varias revistas indexadas y hace de revisor invitado de otras tantas. Ha acumulado todo tipo de puestos en la Universidad de Florida.

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Ha recibido todo tipo de honores y reconocimientos. La Universidad de Iowa le ha concedido varios premios a la excelencia investigadora. La División de Personas de Color y el Crimen de la American Society of Criminology le concedió el premio Coramae Richey Mann Research en 2006, y al año siguiente obtuvo un premio de la Academia de Ciencias de la Justicia Criminal. La Sociedad Americana de Criminología le reconoció en 2017 como uno de los cuatro mejores criminólogos del país.

La idea de que la sociedad es racista a su pesar y en contra de lo que piensa cada uno es lo suficientemente absurda como para que resulte atractiva en el ámbito intelectual. Y ha prosperado. Lo ha hecho hasta permear a las sociedades occidentales. Ha prosperado incluso en España, una sociedad acogedora y tolerante como pocas

Y ha presentado numerosos proyectos (para ayudas y contratos) que han sido aceptados, con sus correspondientes emolumentos. Por ejemplo, obtuvo una ayuda de la National Science Foundation como investigador colaborador por más de 67.000 dólares, más otra por valor de más de 75.000. Y el National Institute of Mental Health le concedió una ayuda a la investigación de otros 87.000 dólares. Así mismo, un proyecto presentado ante esta última institución fue contratado por un valor que superaba los 3,2 millones de dólares.

En fin, que tiene un CV de los que cansa verlo de lejos, que demuestra que ha abierto muchas puertas, y con el cual puede abrir muchas otras. Y lo ha hecho desde entonces. Según la publicación Research.com, ocupa el puesto 5.610 del mundo en citas de sus publicaciones en ciencias sociales y humanidades. Puede parecer un número discreto, pero no lo es. El mundo de la investigación en ciencias sociales es muy numeroso y competitivo. Según Google Scholar, tiene más de 8.500 citas. Su sueldo en la Universidad de Florida alcanza los 190.000 dólares. A Eric le va francamente bien.

Eric no es el creador de una nueva idea. No. Esa labor la realizaron otros. En concreto, Charles Hamilton y Stokely Carmichael, que en 1967, menudo año, publican un libro titulado Black Power, en el cual acuñan el término “racismo institucional”. La idea es que las instituciones están impregnadas de racismo, y actúan con criterios racistas. Renuevan y reproducen las pasadas injusticias, y actúan como una fuerza silente, pero visible ante las mentes despiertas, como las de Hamilton y Carmichael. Hoy se llama “racismo sistemático”, porque el objetivo es volcar el sentimiento de culpa sobre la sociedad, no tanto sobre las instituciones.

La idea de que la sociedad es racista a su pesar y en contra de lo que piensa cada uno es lo suficientemente absurda como para que resulte atractiva en el ámbito intelectual. Y ha prosperado. Lo ha hecho hasta permear a las sociedades occidentales. Ha prosperado incluso en España, una sociedad acogedora y tolerante como pocas. Pero esa idea tiene que responder a la realidad, y tiene que someterse a la prueba del análisis de los datos. Y es aquí donde entra nuestro exitoso hombre: Eric Stewart. La interminable ristra de artículos y capítulos de libros ilustran con datos, pulcramente pasados por el tamiz del análisis estadístico, la idea de que la sociedad estadounidense (los blancos) odia o teme a los negros y los latinos.

Es más, Stewart añade nuevas y atractivas ramas al tronco del racismo institucional. Por ejemplo, en un artículo decía que la historia de linchamientos del pasado hacía que los blancos viesen a los negros como criminales. Una criminalización de la víctima con decalaje histórico. Como tú eres negro y yo blanco y unos blancos de hace cien años linchaban a otos negros, yo entiendo que los negros de hoy son criminales. Interesante teoría, vive Dios. Por si no fuera suficientemente atractiva, Stewart añadió que los conservadores eran especialmente proclives a tener estas ideas. Eh, lo dicen los datos, no Eric.

Otro artículo observaba que los blancos veían a negros y latinos (es decir, hispanos), como “amenazas criminales”. Y concluía que esa amenaza explicaba la presión hacia las instituciones para que ejercieran sobre estos grupos raciales “un control respaldado por el Estado”.

Aún otro celebrado estudio decía que los blancos observaban con preocupación y temor que los hispanos progresan y son cada vez más numerosos. Y esas inquietudes los lleva a pedir mayores penas para ellos: “El crecimiento de la población latina y la percepción de una amenaza criminal y económica para los latinos predicen significativamente el sentimiento punitivo de los latinos”.

El problema con todos estos hallazgos es que son falsos. Eric manipuló los datos con destreza de experto, aunque no sin dejar rastro. El 13 de Julio, la Universidad de Florida le despidió por carta. Hacía meses, de todos modos, que no acudía al trabajo. Las autoridades universitarias le acusan de caer en una “extrema negligencia” en sus estudios, de ser un “incompetente” y de producir “resultados falsos”. Como un castillo de naipes, sus incontables artículos han ido cayendo uno sobre otro, y está en entredicho toda su obra escrita desde 2003 hasta 2019.

No creo que esta situación le haga feliz a Eric. Pero si le queda algo de vocación como profesor, le queda la satisfacción de que haya sido uno de sus alumnos quien le ha desenmascarado. Justin Pickett cuenta que estuvo trabajando junto con su maestro en la investigación que concluiría que los blancos pedían penas mayores para negros e hispanos al sentirse amenazados por su evidente prosperidad (dato curioso para un país enfermo de racismo institucional blanco). El problema es que para obtener ese resultado ¡tan atractivo!, Eric “manipuló el tamaño de la muestra para obtener ese resultado”, dice Pickett. La investigación que ellos realizaron no llegaba a esas conclusiones.

¿Cómo es posible que el sistema académico estadounidense ampare y premie de este modo a un hombre tan deshonesto? ¿Cómo han pasado el filtro de la revisión de sus compañeros, de la lectura crítica de sus esforzados lectores? ¿Qué pasa con esas 8.500 citas? Son legión los que han leído con atención sus escritos. ¿No dudaron de sus conclusiones, tan políticamente atractivas? ¿En qué pensaban las instituciones que le colmaron de honores, contratos y becas? Si sus estudios de 2003 ya se han rectificado, y de ahí muchos de los que ha elaborado hasta 2019, ¿cómo ha mantenido esta farsa durante tanto tiempo?

La respuesta prácticamente ya la he dado. Sus estudios eran ¡tan convenientes!, que todo el mundo hizo la vista gorda. La Universidad premió la ideología. Las instituciones reconocieron al portavoz, en nombre de la ciencia, de la denuncia del racismo institucional. Y la ciencia, en cuyo nombre se han cometido los mayores crímenes, ha quedado relegada durante dos décadas.

Al final, es cierto que las instituciones están impregnadas de una ideología. Pero no del racismo que denunciaba Eric Stewart, sino del nuevo racismo radical que se ha convertido en dogma oficial.

Foto: Clay Banks.

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