Caitlyn Jenner lo ha sido todo. Medalla de oro olímpica en Decatlón (Montreal, 1976), piloto de carreras, famoso de la tele, padre de las Kardashian, segunda madre de las Kardashian… Sólo le quedaba dedicarse a la política, pero ya ha anunciado que opta a la candidatura republicana para ser el próximo gobernador del Estado de California.
Bien, no es la típica candidata republicana. Pero es que el partido de Abraham Lincoln está en pleno proceso de transformación, una metamorfosis para la cual la biografía de Jenner parece ser muy a propósito.
Es comprensible que una ideología tan taimada y aviesamente totalitaria como la posmoderna haya provocado una respuesta que no es plenamente liberal. Pero es lo que hay
No sería la primera vez que se produce un cambio político de este estilo. Miremos cuál ha sido la historia de los partidos en los Estados Unidos. El sistema político estadounidense, con pocas excepciones en determinados momentos, ha sido bipartidista. En ocasiones, los partidos han cambiado pero las corrientes ideológicas se han mantenido iguales, y en otras los partidos se han mantenido, pero con propuestas políticas distintas, e incluso antitéticas. Estamos en uno de los momentos de cambio en el sistema de partidos políticos en los Estados Unidos.
La república comenzó con la pretensión de que el juego democrático no sería devorado por el conflicto entre partidos, y cada candidato defendería los mejores intereses de la comunidad. Esto fue siempre falso, incluso en la figura de George Washington, que fue elegido en dos ocasiones por aclamación. Entonces, había un partido federalista y otro anti federalista.
El federalismo defiende que el poder pertenece a los Estados que han creado la unión, y que al igual que lo han entregado, lo pueden recuperar. Pero el término fue asumido por quienes pensaban lo contrario (George Washington, Alexander Hamilton), y defendían un poder central fuerte. Sus opuestos se vieron obligados a llamarse anti federalistas. Estos últimos se organizaron en el partido Democrático Republicano.
Se puede decir que duró hasta la guerra contra Inglaterra, en 1812. Desde entonces, y hasta finales de los años 20’ prácticamente hay un sólo partido, el Democrático Republicano. El partido Federalista desparece; era el partido que apoyaba a la pérfida Albión, y arruinó su capital político con la guerra. Pero los demócratas republicanos asumen el programa de su rival. Es el segundo sistema de partidos.
Thomas Hart Benton y Martin van Buren deciden crear un nuevo partido que recoja la tradición jeffersoniana, traicionada por Madison y Monroe. Y crean el Partido Demócrata. Su candidato sería Andrew Jackson. En frente tenían al partido Whig, que recogía de forma depurada el federalismo de Hamilton, junto con el “sistema americano” acuñado por Henry Clay. Ese “sistema” lo expresó Abraham Lincoln, todavía en el partido Whig, con estas palabras: “Presumo que todos saben quién soy. Soy el humilde Abraham Lincoln. Son muchos los amigos que me han pedido que me convierta en candidato para el Congreso. Mi programa es breve y dulce como el baile de una mujer vieja. Estoy a favor de la banca nacional, del sistema de mejoras internas y de una aduana proteccionista”. El término “mejoras internas” hace referencia a la inversión en infraestructuras. Aunque en realidad, el tercer sistema de partidos comienza en 1854, cuando se crea el Partido Republicano, que toma el testigo del programa Whig.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, el Partido Demócrata defiende las libertades individuales, los derechos de los Estados, y el librecambio. Y se opone al gasto del gobierno federal, al banco central como instrumento de su financiación, y al proteccionismo. Todo ello, mientras por influencia de Andrew Jackson y del sur defiende la “peculiar institución” de la esclavitud. Se le opone el Partido Republicano. Es el “partido de los valores”, que asume el evangelio social, el reformismo moral y es el vehículo principal del progresismo, que ya repta en los últimos años del XIX.
En 1896 se pone en marcha el cuarto sistema de partidos. Los demócratas han caído bajo la influencia del moralismo activista de William Bryan, mientras que los republicanos, con el presidente William McKinley, adoptan una posición más pragmática. Es una época de cierta confusión. Los presidentes progresistas por antonomasia son republicano (Theodore Roosevelt) y demócrata (Woodrow Wilson).
El quinto sistema de partidos es el que comenzó en las elecciones de 1932. Herbert Hoover, republicano, era el candidato de la izquierda: proponía continuar con la intervención del gobierno federal en la economía, y salir de la crisis aunque fuera a base de gasto público. Franklin D. Roosevelt, demócrata, proponía volver a la gestión prudente de la economía, llegar al equilibrio presupuestario y demás. Pero de nuevo, la historia se escribió en contra del guión. Roosevelt siguió una política activista y continuó con las reformas llevadas a cabo por Hoover, ampliándolas. Y, lo que es más importante para la prensa y los dizque historiadores: le puso un nombre: New deal. Roosevelt hizo algo más.
El voto negro siempre había optado por el Partido Republicano, por motivos obvios. Además, veían en el gobierno federal un aliado frente a los Estados. Roosevelt, que apostó por el activismo desde el gobierno de Washington, se ganó al voto negro, y desde entonces no le ha abandonado. Roosevelt, además, incidió en la política de hablarle a grupos étnicos más que al ciudadano común, y esa ha sido la política del Partido Demócrata desde entonces.
Aunque se dice que hay un sexto sistema de partidos, creo que las diferencias no son tan grandes. Es cierto que un hito, dentro del sistema impuesto por FDR, es la presidencia de Ronald Reagan. Aunque generoso en el gasto, Reagan impuso una política de desregulación, bajos impuestos, claridad frente al comunismo y optimismo sobre el propio país que continuó hasta Barack Obama.
Obama es quien inicia el sexto sistema de partidos. Es él quien canaliza y encarna la invasión del Partido Demócrata por parte del radicalismo identitario. Su sucesor en el cargo fue Donald Trump, y hoy cuesta imaginarse que fuera otro. Trump rompe con el Grand Old Party de Reagan; no lo necesita, y no le es útil. Entiende que el enemigo está dentro de casa, no fuera como señalaba el actor de Hollywood. Para Trump había que recuperar el país, que había caído en manos de una élite que quiere imponer un cambio fundamental de la sociedad americana, y volver a hacer de los EEUU un gran país. Para Reagan, los Estados Unidos eran ya un gran país, y sólo había que reconocerlo. Para Trump, hay una guerra civil cultural, y es necesario vencerla por los medios que sean necesarios. Reagan le habla a todo el país, y Trump da por hecho que una parte del mismo es enemigo de la otra. Y él es el valladar de la América asediada por las élites.
Pero Donald Trump es ya historia. Twitter lo ha expulsado de la conversación, y los medios de comunicación han aprendido la lección, y no le prestan atención alguna. Quedará para las listas oficiales que ordenan, de mejor a Donald Trump, a los presidentes de los Estados Unidos. Pero el Partido Republicano sigue, y tiene que decidir qué será de aquí hasta que cumpla cien años.
Sobre la mesa de la Conferencia de los Republicanos de la Casa de Representantes hay un documento que debate el futuro del partido. La conclusión es clara: El GOP tiene que convertirse en el partido de la clase trabajadora. Atendiendo a qué partido entregan una parte de sus fondos, se observa qué América apostó por Trump, y cuál por las candidatas alternativas. No, Biden no cuenta.
Los mecánicos (el 79 por ciento), los propietarios de pequeños negocios (60 por ciento), los conserjes (59), optaron por Trump en 2020. Mientras, los profesores universitarios (el 94 por ciento), donaron fondos a Biden/Harris, como lo hicieron los profesionales del marketing (84) y los banqueros (73). Sí, los banqueros.
Entre los trabajadores de cuello azul, los votantes blancos han ido votando cada vez más al Partido Republicano (45 por ciento en 2010, 47 en 2016 y 57 por ciento en 2020), y la misma tendencia hay en los hispanos (23-24-36) y los negros (5-9-12).
Esto lleva, según Jim Banks, autor del informe, a cuadrar la estrategia política futura del Partido Republicano en los siguientes ejes. Es necesario “proteger los trabajos de los estadounidenses” de la competencia exterior. No se trata de proteger la posibilidad de ganarse la vida, sino la falsa promesa del proteccionismo de que podrán mantener su forma de vida tal como es ahora. El proteccionismo está vinculado a la oposición, en política exterior, a la política de China. La dictadura necesita el libre comercio para mantener la capacidad de crecimiento de la economía, y por tanto su poder.
Esa posición refractaria frente a la globalización se ve como parte de la lucha contra el globalismo, que sería una contrapartida institucional e ideológica. El GOP tiene que situarse, sigue el informe, contra la ideología “woke”, quizás a estas alturas la penúltima forma de nombrar la ideología izquierdista, transformadora. Y, como agentes de ese cambio, a Wall Street y a las grandes compañías tecnológicas.
Es comprensible que una ideología tan taimada y aviesamente totalitaria como la posmoderna haya provocado una respuesta que no es plenamente liberal. Pero es lo que hay. Desde la reacción se acusa al liberalismo de falta de realismo o de connivencia. Y la defensa de la libertad frente al nuevo totalitarismo, transido de odio a nuestra cultura, se embolsa en el mismo saco que la reacción identitaria, o el identitarismo reaccionario.
Foto: Web Summit.