El 8 de octubre acudí a una conferencia organizada por la Fundación Canal y Musealia a cargo de la investigadora serbia Mira Milosevich, que es la investigadora principal para Rusia, Eurasia y los Balcanes del Real Instituto Elcano. Bajo el título “La promesa de Occidente. Europa del Este después del Muro”, la conferencia estaba relacionada con la exposición sobre el muro de Berlín que se expone en Madrid desde noviembre del año pasado.
“El Muro es uno de los símbolos de guerra fría y su caída es un símbolo de las promesas de Occidente y de las esperanzas depositadas en él”, señalo Milosevich al comienzo de su intervención, recalcando el hecho de que fue la Unión Soviética y no Alemania la que lo levantó. El muro, el símbolo más palpable del ‘Telón de Acero’ que nombró por primera vez Winston Churchill, será también una prueba de la derrota del modelo socialista frente a la democracia liberal, “porque los muros se hacen para defenderse del exterior, para que los que están fuera no entren, pero este se hizo para que los que estaban dentro no pudieran salir”. Al mismo tiempo, el Kremlin extendió su dominio sobre los países detrás del Telón de Acero mediante el Pacto de Varsovia: “Hay una expresión rusa que traducida dice ‘obligar a ser amigo’, eso es lo que hizo la URSS con los países de Europa Central y Oriental”. Dos buenos ejemplo de cómo obligar a ser amigo son Budapest en 1956 y Praga en 1968.
Treinta y cinco años después de la caída del muro de Berlín y setenta y nueve años después del final de la Segunda Guerra Mundial, tenemos una guerra en Europa
Casualmente, ese mismo martes el presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, manifestaba su deseo del regreso de Georgia, Moldavia y Ucrania a la Comunidad de Estados Independientes dirigida por Rusia: “Sería muy bueno que Georgia volviera a nuestra familia, Moldavia reanudara su plena participación y las autoridades de Ucrania entraran en razón, ya que tendremos que participar en el restablecimiento de la vida normal. Estoy absolutamente seguro de que esto ocurrirá. Es sólo cuestión de tiempo”. Georgia y Moldavia tienen una parte de su territorio ocupado por separatistas protegidos por Moscú, mientras que Ucrania sufre una invasión rusa a gran escala; parece que la idea de ‘obligar a ser amigo’ sigue más vigente que nunca.
Pero volvamos a Berlín: “La caída del muro es el resultado del fracaso de la ideología comunista y de los estados socialistas en términos políticos, económicos, sociales, etc. El derribo físico sólo es posible por la caída de la ideología”. Es en la euforia posterior a la caída del muro donde Milosevich señala la creación de las grandes promesas de Occidente, en un momento en el que se habla del concepto del fin de la historia de Francis Fukuyama, de la victoria definitiva del modelo de la democracia liberal: “Hay tres grandes objetivos principales. El primero es sostener una economía global que abra la puerta al desarrollo y a la globalización; el segundo es pacificar los Balcanes y ensanchar la democracia; y el tercero es atraer a China y a Rusia para integrarlas en el orden liberal internacional”.
Para Milosevich, la globalización y la estabilidad en los Balcanes son dos promesas cumplidas, pero la más importante es el concepto de “ensanchar la democracia”, que procede de la idea defendida por Woodrow Wilson en 1917 y que se resume en la creación de un mundo seguro para la democracia. La caída del muro y el fin de la contención frente a la Unión Soviética dan lugar a “la gran promesa cumplida de Occidente, integrar a los países de Europa Central y del Este en las instituciones transatlánticas, en la OTAN y en la Unión Europea”.
Sin embargo, hay una promesa incumplida, atraer a China y a Rusia, sobre todo a Rusia que es la gran derrotada de la Guerra Fría, al orden liberal internacional: “Aquí está el punto de inflexión entre los buenos deseos y lo que tú adversario realmente quiere, porque Rusia en ningún momento ha afirmado querer integrarse en las instituciones liberales. Y esta promesa incumplida nos ha llevado a un momento muy peligroso. Treinta y cinco años después de la caída del muro de Berlín y setenta y nueve años después del final de la Segunda Guerra Mundial, tenemos una guerra en Europa. Una guerra que empezó en 2014 con la anexión de Crimea y limitada al Donbás, pero que en febrero de 2022 se convirtió en una gran invasión contra Ucrania”. Como bien señala Milosevich, estamos ante una guerra que en realidad dura 10 años y que ha evolucionado para convertirse en una guerra total. En este sentido, es relevante la reciente publicación del libro “War” de Bob Woodward, en el que el actual presidente estadounidense, Joe Biden, critica la gestión del expresidente Barack Obama durante la invasión de Crimea en 2014: “Barack nunca se tomó en serio a Putin. No hicimos nada. Le dimos a Putin una licencia para continuar”. La inacción nunca resuelve un conflicto, lo agrava, y es otra lección de historia que parecemos empeñados en olvidar en Occidente.
¿Estamos ante una guerra fría? Milosevich responde afirmativamente a esta pregunta, bien sea considerando la guerra en Ucrania como una continuación de la vieja Guerra Fría, o como la primera guerra ‘caliente’ de la nueva Guerra Fría entre los Estados Unidos, apoyando a Ucrania, y China, apoyando a Rusia. Independientemente de la definición, para Milosevich esta guerra demuestra dos cosas: “Primero, el fracaso del fin de la historia y de la promesa de atraer a Rusia y China a las naciones liberales. Segundo, que la relativamente pacífica desintegración de la URSS en 1991 simplemente pospuso una desintegración más violenta como la que ocurrió en la antigua Yugoslavia. Ucrania demuestra, como también Georgia en 2008, que la desintegración violenta de la URSS se pospuso, y eso, para bien o para mal, fue en parte debido al esfuerzo de Occidente de cumplir su promesa”. Es cierto que, en comparación con la violencia desatada en Yugoslavia, las tensiones nacionales y étnicas en lo que era la Unión Soviética se resolvieron, con algunas excepciones, de un modo menos traumático, y podemos pensar que Occidente fue determinante en evitar ese proceso, sobre todo teniendo en cuenta el peligro de una desintegración de un país con un enorme arsenal atómico. La desintegración pospuesta de la que habla Milosevich podría llegar precisamente por el intento de reconstrucción del imperio soviético en la que se ha embarcado el Kremlin.
“Ahora estamos en un momento en el que las autocracias, como China, Rusia, Corea del Norte o Irán, quieren construir un mundo seguro para las autocracias. Al invadir a Ucrania, Rusia ha activado el mecanismo del equilibrio del poder, y los Estados Unidos y la Unión Europea se han unido para apoyar a Ucrania. La geopolítica ha vuelto, en realidad, nunca se fue. No hubo fin de la historia”, concluyó Milosevich.
Sí, la historia no acabó y la vieja o nueva Guerra Fría está de vuelta en un mundo mucho más complicado. La cuestión es: ¿Podrá Occidente recuperar su fortaleza para volver a derribar el Muro? Por nuestro bien, hagamos que así sea.
Foto: Nick Fewings.
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