Caminaba un joven Leibniz en un cercano bosque a la ciudad de Leipzig cuando cayó en la cuenta de que el cartesianismo, el sistema filosófico que él había reputado como el más sólido, congruente y sistemático para explicar el mundo a la luz de los hallazgos de la ciencia del siglo XVII presentaba una profunda incoherencia. La extensión, atributo esencial de la materia, no podía explicar las propiedades de ésta ya que la propia extensión presuponía la unidad y el movimiento. Desde ese preciso momento Leibniz se dio cuenta de que su adhesión inquebrantable e irreflexiva al cartesianismo, con sus prejuicios hacia la vieja metafísica escolástica, le habían privado de la oportunidad de vislumbrar la importancia que las causas formales y finales tenían en la explicación última de la realidad. A partir de ese momento Leibniz, posiblemente el último genio enciclopédico de la historia, consagró su actividad filosófica a intentar reconciliar la vieja metafísica con el cientificismo que se vislumbraba ya en los albores de la modernidad.

Publicidad

Esta anécdota filosófica que traigo a colación sirve para ilustrar uno de los grandes males de la humanidad en todo tiempo y lugar, y del que no están libres ni tan siquiera algunas de las mentes más preclaras y brillantes que ha alumbrado la historia: el prejuicio y el sesgo cognitivo.

Alejandro Gallo ha escrito una interesante crítica filosófica de este tipo de ideas conspiranoicas que verá pronto la luz y que analiza filosóficamente cómo este tipo de relatos sesgados, maniqueos y que combinan verdades a medias con grandes falsedades se abren paso en épocas de especial incertidumbre

En estos tiempos que estamos viviendo, caracterizados por los profundos y traumáticos cambios que estamos viviendo, sobresalen dos actitudes antagónicas. Por un lado, la de aquellos que nada cuestionan y todo aceptan acríticamente. Para éstos nada parece haber cambiado. Siguen instalados en los viejos esquemas conceptuales propios del siglo XX herederos de las convulsiones nacidas de la revolución francesa, el nacimiento del socialismo marxista o la caída del muro. Esta miopía histórica afecta tanto a liberales, conservadores o socialistas. Para todos estos el mundo se puede explicar críticamente desde los postulados de las coordenadas ideológicas que defienden. Los viejos esquemas del pasado no solo permiten realizar diagnósticos certeros sobre los males del presente, sino que permiten vislumbrar soluciones para los retos futuros que se presenten en el mundo post-covid.

Siempre que algún acontecimiento parece contradecir algunos de sus presupuestos ideológicos de partida, los nostálgicos del ayer reformulan sus hipótesis de partida para que los nuevos hechos se acomoden a los dogmas del ayer. Para preservar la coherencia de su sistema de creencias no dudan en intentar acomodar los hechos a sus creencias de partida, bien ignorando ciertos aspectos de los mismos o bien enfatizando sólo aquellos aspectos que mejor casan con sus propias ideas. El liberal contemporáneo sigue instalado en el marco conceptual posterior a 1945. Se considera no sólo el vencedor moral de la lucha entre los dos grandes totalitarismos del siglo XX (nazismo y comunismo), sino que considera que la propia marcha de la historia ha confirmado la enorme superioridad de sus ideas, tal y como puso de manifiesto la caída del muro.

El liberal contemporáneo sólo ve dos amenazas frente al legado económico e institucional que nos ha dejado el fin de la historia: el caduco marxismo que se resiste a admitir tanto su derrota teórica como práctica, y el peligro del renacer del conservadurismo iliberal en forma de populismos de derechas, que no son nuevos sino meros epígonos de los ya vividos en el siglo XIX. El marxista clásico sigue pensando que los partidos de izquierdas de hoy en día siguen siendo los herederos de la interpretación economicista y ortodoxa del marxismo, que no se ha operado cambio alguno en ellos y que esa deriva identitaria de carácter neo-reaccionario que domina la llamada agenda progresista no es más que una suerte de conspiración conservadora con la que intentar desprestigiar el legado obrerista y anticapitalista de la tradición socialista-marxista. La inquisición del arco-iris, la corrección política, el abandono de la tradición obrera las evidentes sinergias entre grandes corporaciones e ideología progresista no son más que meros fantasmas retóricos con los que el pensamiento reaccionario intenta dividir y desprestigiar a la izquierda.

El intelectual clásico de izquierdas que cuestiona la deriva antilustrada, irracionalista, identitaria y elitista de la nueva izquierda de corte reaccionario es un traidor, se llame este Michel Onfray o Tony Jundt. Este aislamiento de la realidad de ciertas ideologías y este sesgo cognitivo que impide analizar críticamente el papel de las propias ideologías frente a los cambios de la historia afecta a todas las ideologías, en mayor o menor medida. Quizás algo menos al conservadurismo cuya derrota ideológica posterior a la II guerra mundial le ha obligado a tener que reinventarse y buscar nuevos referentes con los que encontrar su propio espacio en el espectro ideológico. La derrota de su relato y la manipulación de su legado para emparentarlo, aunque sea de una forma muy burda, con los totalitarismo fascistas y nazis, ha impedido en buena medida que los conservadores posmodernos sean tan miopes a los cambios como lo son liberales y socialistas clásicos.

Junto a esto existen otros individuos cuyo sesgo cognitivo los lleva justo al extremo contrario, son los conspicuos conspiranoicos para los cuales cualquier explicación que apele a variables del pasado no es válida para interpretar los vericuetos del futuro porvenir. Las ideologías, las explicaciones más plausibles y la mera coincidencia circunstancial de intereses no permiten explicar los cambios presentes y futuros. Todo lo que acontece es obra de una maquinación secreta, universal y perversa fruto de los designios de una suerte de gobierno mundial en la sombra, que no es de ahora, sino que siempre ha existido y que ha recibido diversas denominaciones en la historia (masones, iluminati, templarios, protocolos de los sabios de Sión…).

El mundo siempre se ha debatido en una especie de lucha por escapar del control de un grupo secreto siempre dispuesto a imponer una agenda oculta. El feminismo y los diversos ismos, la pandemia COVID-19, los tiránicos gobiernos, las superpotencias pasadas y emergentes son simples marionetas a las que estos gobiernos en la sombra controlan. Alejandro Gallo ha escrito una interesante crítica filosófica de este tipo de ideas conspiranoicas que verá pronto la luz y que analiza filosóficamente cómo este tipo de relatos sesgados, maniqueos y que combinan verdades a medias con grandes falsedades se abren paso en épocas de especial incertidumbre.

Es evidente que nuestros políticos nos mienten. No es ninguna novedad, ya Platón o Maquiavelo hacían referencia al uso político de la mentira. Que el poder tiende a buscar el más mínimo resquicio para convertirse en tiránico, tampoco es ninguna novedad, reflexiones semejantes se encuentran en Tácito, Montesquieu o Jouvenel. Que a las grandes multinacionales no les gusta demasiado el libre mercado es algo que ta pusieran de manifiesto autores como Galbraith o Coase. Que las enfermedades pueden ser un arma de guerra que puede facilitar una expansión del propio poder no es algo que haya inventado la china de Xi Xiping, ya los mongoles, por poner un ejemplo, hicieron uso de la peste. Todo es plausible y perfectamente responsable de todas o prácticamente todas las graves amenazas que se ciernen sobre nuestras libertades sin necesidad de tener que apelar a conspiraciones en la sombra. La única diferencia con respecto al pasado es la existencia de una pandemia cuyo combate amplifica y busca legitimar lo que en condiciones normales sería aberrante.

Un autor como Ernst Sosa pone de manifiesto como nuestras facultades cognoscitivas tienden finalmente hacia la verdad, de forma que cuando nuestras intuiciones, inferencias deductivas y percepciones muestran ciertas discrepancias entre sí, nuestra propia razón hace uso de mecanismos abductivos que intentan encontrar la mejor explicación para aquellos hechos que se escapan de nuestra ordinaria comprensión. Este mecanismo abductivo es legítimo y necesario y está en la base de buena parte de los grandes desarrollos científicos o de la literatura de misterio. Sin embargo, no hay que confundir espíritu crítico con espíritu conspiranoico. El primero está en la base del desarrollo y el verdadero progreso, el segundo es una rémora y un atavismo puramente supersticioso.

Foto: Engin Akyurt.


Por favor, lee esto

Disidentia es un medio totalmente orientado al público, un espacio de libertad de opinión, análisis y debate donde los dogmas no existen, tampoco las imposiciones políticamente correctas. Garantizar esta libertad de pensamiento depende de ti, querido lector. Sólo tú, mediante el pequeño mecenazgo, puedes salvaguardar esa libertad para que en el panorama informativo existan medios nuevos, distintos, disidentes, como Disidentia, que abran el debate y promuevan una agenda de verdadero interés público.

Become a Patron!