Iñaki Gabilondo ha anunciado que deja de lidiar con la actualidad diaria. El periodismo es una profesión de riesgo. Si el mundo es lo que acaece, como decía Wittgenstein, mirarlo para entenderlo y contarlo es un trabajo ímprobo. Por eso, la primera cualidad de un buen periodista ha de ser la humildad. Tiene que reconocer que la actualidad se le escapa como las gotas de lluvia en plena tormenta; que sólo puede entender una parte de ese torrente, y que debe contarlo con precisión ¡y sin mojarse! El del periodista seco es uno de los mitos de nuestro tiempo. Y, sin embargo…

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El periodista tiene que tener un buen ojo clínico, pero igualmente importante es que juzgue con rapidez, no sea que la noticia le muera en las manos. El periodista mira a la actualidad con ojos de historiador. Ese es su drama. Que tiene que tener un conocimiento cabal de las fuerzas que mueven lo más complejo que hay en el universo, que es la sociedad amplia e interconectada.

En sociedad no puede haber consensos en torno a las ideas, los valores, los fines. Sólo en torno al modo de llevarnos bien unos con los otros. La sociedad es plural, y no hay Pablo Iglesias que logre que sea de otro modo. Por eso, el intento de Iñaki Gabilondo para que toda la sociedad trague sus ruedas de molino socialdemócratas estaba destinado a fracasar

Abrumado ante esa labor, el periodista tiene que ceñirse a los elementos más básicos del relato, que son las noticias. Pero en cuanto se sale del ámbito de los sucesos o las crónicas deportivas o culturales, cuando se adentra en el ámbito que afecta a la gestión de la vida en común, el periodista no puede ir desnudo. La realidad es tan compleja, que debe hacer un penoso esfuerzo intelectual para entenderla. Es agotador, y el éxito no está asegurado.

Por eso el periodista no puede ser objetivo. La realidad no está ante nosotros como una cesta de manzanas en el mercado, esperando a que alguien las recoja. Para poder verla hay que mirarla con la ayuda de las herramientas intelectuales de la historia, la economía y demás. El periodismo es subjetivo, porque parte de la mirada de un sujeto que se dice periodista. Lo que sí se le debe exigir es que sea intelectualmente honesto.

¿Son todas estas consideraciones las que han animado a Iñaki Gabilondo a retirarse? Es posible. Es más, uno puede cansarse hasta del periodismo, y medio siglo de ejercicio profesional es más que suficiente. Otros han abandonado la profesión, y a muchos otros es la profesión la que les ha abandonado.

No ha sido así para él. Gabilondo ha trabajado desde los 21 años. Su primer empleador fue la Cadena Cope. A los pocos años realizó una tesina sobre la Cadena SER, y pronto se vinculó con quien ha sido su empleador de por vida. Hay que recordar que la SER de entonces no es la de ahora. Entonces estaba en manos del Estado (franquista, claro está), así como de la familia Fontán y otros accionistas. Estaba vinculada al régimen, incluso orgánicamente. No fue hasta 1984 cuando la compró el Grupo PRISA, después del fracaso en la creación de su propia emisora. Gabilondo ha trabajado también para RTVE. No le regateo un ápice de su calidad profesional para que haya trabajado en lo que ha querido. Gabilondo se ha llegado a enfrentar a algún gobierno, pero nunca ha abandonado el poder. El poder, en justa correspondencia, nunca le ha abandonado a él.

No me llama la atención la noticia de su siempre temprano abandono de la lidia de la actualidad. Lo que me ha hecho levantar las cejas es su explicación de por qué lo ha hecho. Como Juan y Junior en los años en que él comenzaba el periodismo, Iñaki Gabilondo ha declarado que, simplemente, le falta fe. Pero fe ¿en qué? ¿En PRISA, en el periodismo, en la verdad?, (se pregunta Diego Armario).

Nos lo dice el propio Iñaki Gabilondo, y creo que merece la pena citarlo. Ramoneda, ese pleonasmo (viejo comunista), le echa en cara que siempre esté hablando de consenso. Para Ramoneda sólo puede haber una fiera guerra interna que desemboque en la revolución y su guía por intelectuales como él mismo. Gabilondo no piensa así. Para el periodista, “la política es la gestión del disenso, y el consenso es el punto final de un recorrido al que se llega o no, pero que se alcanza en algunas cosas donde establecemos lo que llamamos sentido común, el territorio compartido. Yo estaba perdiendo la fe al ver la imposibilidad de alcanzar puntos comunes en algo. Y empiezas a sentir una gran incomodidad personal al tener que salir todos los días a la palestra con un escepticismo excesivo”.

A la luz de estas palabras, la trayectoria de Iñaki Gabilondo adquiere todo su sentido. Cualquiera que haya seguido su trayectoria, sabe que Gabilondo habla con cierta frecuencia del consenso. En sus palabras, ese consenso, esa pretensión jesuítica del predominio del sentido común, apunta a la asunción de la ideología del poder. No niego que Iñaki Gabilondo abrace con sinceridad las ideas de la izquierda no extremista. Lo que no logro ver es a nuestro hombre enfrentándose a un poder ideológico predominante, sea el que fuere.

Pues ese consenso del que habla tiene las cartas marcadas. Lo que él llama consenso es un partidismo desnudo. Cuando se lanzó a explicar en la SER los atentados del 11M, el prudentísimo Gabilondo llamaba a la mesura cuando decía “bien, parece que ETA está detrás de todo esto”. En momentos de tribulación como estos, el instinto habla sin filtros, y el de Gabilondo decía: “Lo importante es que todos debemos estar unidos en torno a las autoridades”; que se salve “la unidad política de los demócratas”, clamaba entonces. Sus contertulios clamaban contra la posibilidad de que nadie (es decir, el candidato Rajoy), sacase provecho político de esa grave situación. Es el mismo Gabilondo que dio pie a la mentira de las “tres fuentes de la lucha antiterrorista” que apuntaban a que dentro de uno de los trenes iba un terrorista suicida. Cuando la música sobre la autoría pasó del chistu al nay, esas llamadas a la unidad cedieron a la pasión política por acompañar a Rodríguez Zapatero al poder. Es el mismo Rodríguez Zapatero que, cuatro años más tarde, le dijo en vísperas de unas nuevas elecciones: “Nos conviene que haya tensión”. “Hay que dramatizar un poco”.

En sociedad no puede haber consensos en torno a las ideas, los valores, los fines. Sólo en torno al modo de llevarnos bien unos con los otros. La sociedad es plural, y no hay Pablo Iglesias que logre que sea de otro modo. Por eso, su intento de que toda la sociedad trague sus ruedas de molino socialdemócratas estaba destinado a fracasar. Por otro lado, su sincero señalamiento de Vox como una fuerza que queda fuera del orden democrático, en humeana confusión del ser y deber ser, muestra hasta qué punto Gabilondo no cree en el consenso. Es decir, en la aceptación de que el otro juega en nuestro mismo terreno. Y ha acabado perdiendo la fe, como no podía ser de otro modo.

Foto: Universidad de Deusto.


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