Un compañero psicólogo clínico me contaba lo siguiente: “El 90% de los pacientes que demandan psicoterapia suelen ser adultos con problemas relacionados con ansiedad. Generalmente ellos mismos se ponen en contacto con nosotros para solicitar atención, bien a través de la página web, bien por teléfono, como les indican sus compañías aseguradoras. Sin embargo, hay otro grupo de pacientes adultos cuya atención médica suele ser demandada por sus padres, generalmente su madre. Hace unas semanas fui protagonista de una experiencia surrealista cuando una madre pidió ayuda para su hijo de 32 años porque este no conseguía mantener la erección al acostarse con su novia”. A mi amigo le contemplan 25 años de práctica clínica y me compartía lo ocurrido ahora con la misma estupefacción que le generaba cada caso en sus comienzos profesionales.

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No seré yo quien utilice anécdotas para hacer categorías, pero sí es cierto que a poco que uno se fije es muy fácil encontrar signos indiscutibles de una contramaduración de la sociedad, un proceso regresivo donde se invita al ciudadano adulto a vivir en una Arcadia forever Young. Resulta interesante comprobar que este extremo ya fue aventurado por el psicólogo suizo Erich Fromm hace varias décadas: “Como los individuos, la sociedad puede no crecer”, manifestó.

Me planteé escribir este artículo hace unos días cuando leía una noticia sobre las casas de apuestas y la creciente presión social para cerrarlas. ¿No sería más fácil evitar entrar en esos locales que reclamar una maniobra político-jurídica que los clausure?, mascullé. Sin embargo, promovido por ese halo sobreproteccionista en el que deambulamos, el pueblo pide a su gobierno amparo y le exige que actúe contra tamaña amenaza.

El reconocido antropólogo Christopher Boehm va más allá y menciona que nuestro propio aspecto físico es cada vez más infantil. Lo que afirma Boehm es que la misma intervención que hemos tenido con los perros seleccionando aquellos individuos con rasgos más suaves para tener cachorros perennes, la hacemos entre nosotros

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué esta involución que nos aleja de la correspondiente vida plena de adulto hacia estadios pretéritos pubescentes?

Son tres las fuentes de esta eterna juventud sobrevenida: gobierno, sociedad y biología. Vayamos por partes.

Las sociedades democráticas occidentales se sustentan sobre el denominado Estado del bienestar, un modelo de gobierno que hace su aparición al término de la Segunda Guerra Mundial, en contraste con el Estado de guerra imperante hasta ese momento. Este paradigma de intendencia, con tan fuerte contenido social, ha ido copando los programas electorales hasta el punto de llegar a ser casi el único argumento esgrimido por los candidatos en los previos a elecciones: jubilación digna, salario mínimo, educación y sanidad públicas y de calidad, seguridad, etc. Todo se dirige a arropar al ciudadano en su lecho de vida.

El proceso que ha llevado a esta desnaturalización de la responsabilidad individual está muy claro y ha tenido lugar en los últimos 200 años, especialmente en los 70 más próximos: la otrora desproporción entre deberes y derechos ha devenido en un panorama que también se rige por la desigualdad, pero en sentido radicalmente opuesto. “Estos son tus derechos y estos son mis deberes” parece querer transmitir el presidenciable.

Ahora bien, al tiempo incorporaremos al Código Penal nuevas figuras con un especial tufo a toallita y polvos de talco: nada de desobedecer a la autoridad, ni de insultar, blasfemar u odiar al prójimo. “Daos la mano y portaos bien”, parecen querer decirnos.

La nueva sociedad digital que hemos acogido con tanto beneplácito como urgencia promueve de manera intencionada que los adultos volvamos sobre nuestros pasos. A diferencia de la Primera Revolución Industrial donde se transformó el modelo productivo, la que nos ocupa, la digital, reinventa principalmente el modelo consumista. De esta forma los adalides de los nuevos avances tecnológicos ponen el foco en el nivel de aceptación que mostrará su público objetivo.

Tradicionalmente las empresas han basado la ventaja competitiva de sus productos, en parte, en la exclusividad. Un mismo producto, bien fuera un coche, un reloj o un abrigo, por ejemplo, aparecía en el mercado nivelado y de acuerdo con el poder adquisitivo del consumidor se podía acceder a uno o a otro.

El producto de la era digital se ha socializado, ha perdido la rémora clasista y llega a todos los estratos sociales. Se trata de copar mercado, de adoctrinar en el uso de la herramienta, de generar acólitos leales. Las estrategias de monitorización de los usuarios, la conformidad a ser supervisados nos lleva también al periodo de la infancia, aquel en que se nos conminaba a ser visibles y trasparentes. “Ponte donde te vea” les decimos a los niños en el parque.

Los nuevos proveedores han compensado la pérdida de la distinción por medio de tres rasgos que hoy prevalecen en la sociedad: hedonismo, inmediatez e individualismo. Se trata de ofrecer mercancía dirigida a generar satisfacción antes que a cubrir necesidades. Es la esencia de la sociedad de consumo, del Black Friday, de la Navidad, de las rebajas, de la descarga de dopamina. Placeres instantáneos, de genio y lámpara punto com, sin esperas innecesarias, en un click. Son experiencias que nos trasladan de los momentos a los instantes.

¿Y la individualidad? Es el nuevo elemento de distinción. La diferenciación ya no llega por el producto, es el uso que hagas de él lo que te encumbra o te entierra. Uno puede tener la sensación de nadar en un océano de seguidores, sin embargo, ese uno es algo más que un individuo en un banco de arenques, es él frente a los demás. Alguien muestra, el resto mira.

Hedonismo, inmediatez e individualidad, tres rasgos que definen a la sociedad contemporánea y que compartimos con nuestros menores. Sí, los adultos hemos tomado prestadas esas actitudes del que podría ser el guion de cómo ser un niño.

La biología no es ajena a esta transformación hacia posiciones más infantiles. Vaya por delante que somos la única especie del reino animal que pasa por un proceso adolescente. En el afán de proteger a nuestros vástagos en su maduración hemos ampliado la ya de por sí larga infancia con un limbo intemporal que aleja al joven de la amenazante edad adulta.

El reconocido antropólogo Christopher Boehm va más allá y menciona que nuestro propio aspecto físico es cada vez más infantil. Lo que afirma Boehm es que la misma intervención que hemos tenido con los perros seleccionando aquellos individuos con rasgos más suaves para tener cachorros perennes, la hacemos entre nosotros. Este experto habla de una progresiva desaparición del dismorfismo sexual por un continuado proceso de convergencia.

Por otra parte, la teoría de la Neotenia apela a aquellas especies que no llegan a completar su proceso de maduración y se quedan pues ancladas en las fases iniciales de desarrollo. La afectación de la especie humana por esta anomalía ontogenética se hace palpable cuando nos comparamos con nuestro pariente más cercano, el chimpancé. Resulta asombroso cómo nos parecemos cada vez más a este simio en su fase de cría y, por el contrario, nos diferenciamos cada vez más de él en su fase adulta.

La eterna juventud ha sido el Dorado ansiado por muchos desde tiempos inmemoriales. Parecer más joven insufla vida a su protagonista. La edad objetiva y la subjetiva no suelen ir nunca parejas. De hecho, se calcula que es a partir de los 25 años cuando comenzamos a sentirnos más jóvenes de lo que somos. Esta distorsión de la realidad se agudiza cuando además se disfruta de un buen estado de salud.

Con el fin de reducir la disonancia que se produce cuando nos creemos con una edad inferior y el DNI nos informa de lo contrario, surgió la boyante industria de la cosmética en su versión suave y de la cirugía estética en la más intrusiva. Aspirar a ser un Dorian Grey sin hipotecar el alma ha sido causa común por mucho tiempo. Piense si no por qué todas las figuras humanas del antiguo egipcio lucen tan lustrosas como bruñidas.

Emile Ratelband es un holandés que recientemente ha solicitado a su gobierno que se le permita reducir oficialmente su edad en 20 años porque dice que se siente así de joven. Ratelband argumenta que por qué un hombre que se siente mujer puede cambiar su filiación y él que se siente más joven no.

Cuerpo infantil, en mente infantil y en una sociedad infantil. Parece que va a ser difícil escapar de aquí.


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Antonio Pamos
Entré en el mundo de la Psicología por vocación y después de 25 años puedo confirmar que ha sido, junto a mis cuatro hijos, una de mis principales fuentes de satisfacción. He deambulado por todos sus recovecos, desde la psicoterapia hasta los recursos humanos, desde la investigación científica hasta la docencia, desde la operativa hasta la gestión. Soy doctor cum laude, pertenezco a la junta directiva de la Sociedad Española de Psicología (SEP), al consejo asesor de la Asociación Internacional de Capital Humano (DCH) y soy profesor en la Universidad Camilo José Cela. Nunca desfallezco.