Entre la defensa de la navidad en el cuento de Navidad de Dickens publicada inicialmente en 1843 por Charles Dickens  y un artículo de 2013 en Publico contrario a la celebración de la navidad media una enorme abismo evolutivo en la consideración navideña por parte de la izquierda. La navidad pasa de ser símbolo alegórico de la recuperación del humanismo sojuzgado por la cosificación materialista del capitalismo a convertirse en el epítome del consumismo capitalista y la festividad del etnocentrismo imperante en las sociedades occidentales, insensibles a otras manifestaciones religiosas y culturales que no son judeo-cristianas.

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Esta tendencia hacia la devaluación de lo navideño se está viendo intensificada como consecuencia de la reciente pandemia de la COVID-19. Esta nos ha instalado en un nuevo paradigma hobbesiano donde el miedo al contagio hace que nuestros gobernantes busquen minimizar al máximo nuestras interacciones sociales. El nuevo paradigma social-demócrata globalista que se  perfila como dominante en los próximos años tiende a afirmar la superioridad de las identidades colectivas y a subyugar al individuo sometiéndolo al aislamiento respecto de sus semejantes. Hasta la reciente pandemia nuestros gobernantes rara vez se mostraban preocupados por el poder destructor de los microorganismos, más allá de ciertas campañas que alertaban contra el uso indiscriminado y poco responsable de los antibióticos con el consiguiente problema de las  super bacterias resistentes a los antibióticos actuales. La microbióloga Lynn Margulys alcanzó cierta notoriedad a finales de los años 70 entre las corrientes  anti-humanistas de la izquierda post-estructuralista con su defensa del papel de las bacterias en el proceso evolutivo atacando las tesis de la llamada síntesis evolutiva moderna, que fueron interpretadas por buena parte de esta izquierda anti-humanista como muestras de un antropocentrismo que venía a ser desmentido por los nuevos hallazgos de la ciencia.

Esta pandemia presenta la ocasión perfecta para el ataque final y casi definitivo contra la Navidad. Una festividad a la que la izquierda post-nietzscheana lleva declarando la guerra desde mediados del siglo XX

La pandemia ha supuesto un nuevo ejemplo de utilización ideológica de la ciencia para justificar cambios culturales de sesgo anti-humanista. La interacción de los seres humanos en la medida en que facilita la difusión del agente patógeno se ha convertido en el foco de todo tipo de comentarios negativos por parte de nuestros políticos.  Estos utilizan los informes científicos sobre el vector de contagio mediante aerosoles para justificar medidas normativas acerca de cómo deberán ser nuestras interacciones sociales en el futuro. Según su catastrofista visión para tendremos que convivir con nuevos patógenos como consecuencia de la acción del ser humano sobre la biosfera. Esto justificará que en el futuro nuestras interacciones sociales, viajes y modo de vida deberán ser necesariamente distinto.

En un nuevo ejemplo de lo que en filosofía se conoce como la falacia naturalista, que consiste en extraer conclusiones de orden normativo de un estado de cosas, se pretende justificar un cambio de patrones de comportamiento. Para ello es fundamental, en la óptica hobbesiana que comentaba antes, introducir el miedo y la desconfianza entre los propios ciudadanos, dispuestos como los individuos del estado de naturaleza hobbesiano a entregar un cheque en blanco a sus gobernantes para garantizar su vida y su salud.

En este contexto la navidad, fecha festiva en la que interacción social tradicionalmente es muy grande, se convierte en el enemigo a batir. Debido a la secularización creciente en la mayoría de las sociedades occidentales la navidad ha perdido buena parte del original sentido religioso que ésta tenía. En buena medida por la propia dejación de los propios cristianos que, en aras de favorecer el diálogo inter-religioso con posterioridad al concilio vaticano II, han aceptado de buen grado eliminar un gran número de manifestaciones religiosas del espacio público.

Esta pandemia presenta la ocasión perfecta para el ataque final y casi definitivo contra la Navidad. Una festividad a la que la izquierda post-nietzscheana lleva declarando la guerra desde mediados del siglo XX. Atrás queda, como decía antes, la utilización anti-capitalista de la misma en Dickens para convertirse en el blanco de los ataques. Dos son las razones. La primera el hecho de que se trata de una festividad familiar y la familia, al menos desde el llamado freudo-marxismo, se ha convertido en objeto de múltiples ataques por parte de la izquierda.  Autores como  Wilhem Reich pusieron de manifiesto el papel que la institución familiar tenía en la trasmisión de valores tradicionales esenciales para el funcionamiento del sistema de producción capitalista.

Por otro lado el pensamiento de izquierdas, ya desde Rousseau, ha buscado redimir al hombre de su inocencia perdida como consecuencia del desarrollo tecnológico y cultural. La izquierda ya con Marx alcanza plenamente su dimensión soteriológica y se configura como una suerte de religión política (Voegelin) que aspira a redimir al ser humano y otorgarle una salvación terrenal. Resulta lógico, por lo tanto, que la izquierda rivalice con el cristianismo que también postula una doctrina soteriológica. Precisamente eso mismo es lo que se celebra en Navidad: el nacimiento del mesías.

Los diversos intentos de descristianizar la navidad por parte de la izquierda, que se remontan al propio periodo revolucionario francés y que tuvieron continuación en el régimen soviético, no tuvieron demasiado éxito. Como tan poco parece haberlo tenido el intento de repaganizar la festividad navideña para intentar volver a vincularla con su origen astronómico, al convertirla en una festividad del solsticio de invierno.

Ahora la izquierda ya no aspira a que la navidad genere en nosotros nuevos cambios de actitud acerca del capitalismo y de la economía de mercado. Ya no busca generar en nosotros un efecto scrooge que nos lleva a darnos cuenta de todo los vicios morales asociados a la acumulación capitalista. Tampoco parece buscar que recobremos nuestra espontaneidad natural y nuestra vinculación originaria con la naturaleza al modo de Schiller o de Rousseau. La recuperación de esa vinculación originaria con lo natural manifestada en el paradigma neo-pagano de la fiesta del solsticio de invierno parece que no ha obtenido el índice de popularidad necesaria. La izquierda parece conformarse con que asumamos la antropología pesimista hobbesiana y no veamos en nuestros familiares y allegados más que reservorios orgánicos preparados para recibir y replicar virus de la COVID.

Mientras la desaparición de la navidad se consuma se nos invita a consumir los pastiches navideños televisivos que ridiculizan la navidad y la convierten en un tiempo odioso en el que la hipocresía y el fingimiento se convierten en norma y la espontaneidad se concibe como un síntoma de mala educación.

Para terminar este último artículo antes de final de año, quisiera enfatizar el hecho de que la izquierda volverá a fracasar en su enésimo intento de deconstruir lo navideño. Un pensador de izquierdas como era Ernst Bloch se dio cuenta del importante papel del utopismo en el pensamiento revolucionario. Al mismo tiempo se dio cuenta de la enorme propensión que tenía la izquierda a pervertir ese utopismo y convertirlo en distopias autoritarias cuando un grupo de iluminados revolucionarios pretendían imponer autoritariamente a la sociedad todas sus peregrinas ideas. Para evitar esto último Bloch aconsejó a la izquierda favorecer el utopismo y renunciar a la utopía. Lamentablemente para ella no le hicieron mucho caso y siguen repitiendo una y otra vez el mismo esquema distópico desde 1792

La navidad para el creyente es un tiempo de esperanza,  para el no creyente es el tiempo del utopismo, de los buenos propósitos, de las posibilidades que se abren. Nada mejor para ese utopismo navideño que el hecho de que la izquierda se empeñe en implementar su enésima distopia de turno. Este último es la garantía casi definitiva de que tenemos navidad para rato.

Foto: Gareth Harper


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Carlos Barrio
Estudié derecho y filosofía. Me defino como un heterodoxo convencido y practicante. He intentado hacer de mi vida una lucha infatigable contra el dogmatismo y la corrección política. He ejercido como crítico de cine y articulista para diversos medios como Libertad Digital, Bolsamania o IndieNYC.