Desde los albores de la Revolución Industrial, un concepto que aplica a cualquier campo del trabajo y la producción, también de muchas relaciones humanas, ha mantenido en vilo a patronos y trabajadores, cada cual por sus razones. Llámese eficiencia, llámese productividad o ahorro, llámese sacar el máximo rendimiento con la menor cantidad de recursos posible, solo depende del punto de vista y de ciertos matices, pero es algo que diríase instintivo en todo ser viviente. Todos intuimos que los recursos son escasos y que no pueden malgastarse a voluntad, discrecionalmente. Incluso a aquellos que andan sobrados de billetes les llega un momento en la vida en que aprenden la noción de lo que cuesta ganarlos.

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Hace unos cuantos lustros, cuando yo era un púber estudiante, joven, feliz y recién dado de alta en autónomos ya se manejaba el concepto de sostenibilidad, sinonímico de los anteriores, como el paso adelante que todos debíamos dar para mantenernos a lo largo del tiempo. Aplicando una mantenida eficiencia en nuestros proyectos empresariales, en nuestro desempeño vital y, por su puesto, en nuestra relación con el planeta, íbamos a ser capaces conseguir una durabilidad casi infinita.

La pobreza nos hace insostenibles. Cuando se extiende en el tiempo se reduce nuestra propia duración

El concepto, para alguien que empezaba a dar sus pasos en el mundo laboral, era atractivo e interesante. Así que leí y me informé al respecto, para obtener una visión empresarial certera que me permitiera mantener mi forma de ganarme la vida a lo largo del tiempo. Incluso llegué a publicar algunos artículos en incipientes webs de ahorro energético y di alguna conferencia al respecto. Eran tiempos más sencillos, en los que los sustantivos tenían muchos menos adjetivos, los eufemismos no salían de las escuelas y de las tertulias literarias y el Sol aun salía por Levante.

No deja de sorprenderme como hemos llegado a un punto en el que un lenguaje lleno de epítetos y perífrasis, con una fingida pretensión de precisión en la palabra y mayor significado en el contenido, nada de lo que si dice es algo realmente inteligible. Es como una de esas preciosas canciones americanas en las que una vez traducida su letra nos damos cuenta de la pobreza de su mensaje y solo queda la grandilocuencia de las notas musicales. Con la sostenibilidad pasa algo parecido, pero al revés. Su significado profundo y real tenía multitud de tonos y adjetivos que fueron eliminándose con el paso de los años diluyendo el mensaje de una palabra que, en el fondo, es necesaria y que todos deberíamos seguir, siendo conscientes, sin embargo, de lo que realmente implica.

Sostenible es hoy algo así como verde, respetuoso con el medioambiente y cosas por el estilo. No entraré a definir lo que significa eso realmente. Los lectores de disidentia.com tienen primeros espadas del tema a su disposición a golpe de clic. Solo haré notar que efectivamente, para que algo sea sostenible y perdure en el tiempo debe relacionarse con su entorno de la mejor manera posible, pero la visión actual entiende este entorno de una forma absolutamente sesgada y reduccionista.

Las personas interactuamos con el entorno y en ese entorno existen, además de las plantas y los animales, otras personas sin cuya sostenibilidad no existe futuro. No podemos mantener al resto de especies y olvidarnos de mantener la nuestra. La sostenibilidad tiene un componente social absolutamente básico que en estos días se pone de manifiesto. Al olvidar que somos parte del entorno y que tenemos que mantenernos en él, estamos cargándonos de un plumazo a nuestra propia especie. Proponer regresiones y olvidar los avances científicos que nos han llevado a donde estamos supone revertir el crecimiento del bienestar y de la longevidad de las personas. Ciudadanos más pobres, significa simple y llanamente una sociedad menos sostenible. ¿Qué sentido tiene para el ser humano un mundo sin seres humanos? Si alguien piensa que lo tiene, el movimiento se demuestra andando.

La pobreza nos hace insostenibles. Cuando se extiende en el tiempo se reduce nuestra propia duración. La pobreza es y existe desde siempre porque los recursos son escasos y es solo a través de su correcta gestión y de la eficiencia como conseguimos vencerla y perdurar todos más en el tiempo. Es capital. Un sistema del que constantemente detraemos dinero para dilapidarlo en energías que suponemos más respetuosas con el medio ambiente no solo es insostenible económicamente, sino que es muy probable que medioambientalmente tampoco lo sea.

Los ejemplos están ahí: las cantidades ingentes de tierra que hay que mover para crear baterías de coches eléctricos, que se cuentan en ratios de varias toneladas por una sola batería, hay que moverlas con maquinaria pesada con inmensos motores de combustión que consumen derivados del petróleo, sin contar con el transporte y otros factores –de los cuales es tremendamente difícil encontrar cuantificación en el proceloso mar de internet–, lo que unido al incremento de la cantidad de energía eléctrica que hay que generar para alimentar el parque móvil ponga muy difícil apoyar el uso masivo de estas tecnologías desde un punto de vista realmente ecológico.

Parecido ha pasado con las energías llamadas renovables, la apuesta clara por una tipología de recurso determinado; solar, eólica, etcétera ha mermado la inversión en otros recursos válidos y aceptables, produciendo una ruptura de la oferta y poniendo en riesgo la economía y la vida de muchas personas.

Estos desvaríos solo pueden orquestarse desde el monopolio de la fuerza que ostentan los Estados. La iniciativa privada y empresarial, puesto que se juega su propia supervivencia, es mucho más cauta y hubiera gestionado de forma mejor el mix energético, porque para perdurar en el tiempo y ser sostenible debe serlo además de con el entorno, con las personas que son sus clientes y con los dineros que tanto cuestan de ganar. Si olvidamos cualquiera de las tres patas de este taburete, acabaremos por vernos como nos estamos viendo en estos momentos: frente al abismo.

Esta es otra de las razones por las que los gobiernos deben sacar las manos de todo, o casi todo. No saben siquiera entender lo que puede llegar a significar una palabra. Su profundidad de razonamiento solo dura cuatro años. El resto del tiempo, solo aspiran a calentar un sillón y cobrar los réditos de sus acciones. Solo buscan su propia sostenibilidad económica y si la fábrica para o usted pasa frio, no es su puñetero problema. Y si se pudren los árboles, tampoco.

Foto: Riccardo Annandale.


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