Cada 25 de noviembre se convierte en una nueva manifestación del carácter puramente ideológico y absolutamente desvinculado de la realidad del llamado día contra la violencia de género. Las feministas nos quieren hacer creer que dicho día se denuncia un hecho incontestable en nuestras sociedades: que las mujeres, por el mero hecho de portar cromosomas tipo XX es decir por ser homogaméticas, están sometidas a una serie de dominaciones y violencias que tienen diversas manifestaciones. Las más evidentes serían aquellas que se traducen en el hecho de ser víctimas de delitos contra la vida y la libertad. Junto a esto las mujeres también serían víctimas de otras formas de violencia, no explícitas ni tan evidentes a simple vista, pero que obedecerían a las mismas razones de fondo que sirven para explicar esos delitos anteriormente mencionados: la existencia de una organización política, social y cultural que somete a las mujeres a la dominación de los varones por el mero hecho de serlo.

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Bajo esta caracterización aparece la difusa construcción del patriarcado como una realidad que estaría en la base de esa dominación. El patriarcado que rige en todas y cada una de nuestras sociedades explica no sólo que haya mujeres que mueren a manos de los varones, sino también otros fenómenos de carácter desigualitario presentes en la sociedad. Por ejemplo, un diferente acceso al mercado de trabajo, un reparto desigual de las tareas del hogar o una diferente valoración social de las tareas realizadas por las mujeres en relación a aquellas mismas tareas que realizan los hombres. Para las feministas en su gran mayoría, el patriarcado tenga un origen político, biológico o cultural, es nefasto para las mujeres.

Muchas veces me he preguntado cómo es posible que personas dotadas de un gran nivel intelectual puedan dar pábulo a algo tan absurdo como el mitema que explica fenómenos tan heterogéneos como una violación, una pelea de pareja, un abuso sexual a una menor, una actitud machista o un intento de ligar desafortunado bajo un concepto tan sumamente pobre como es la violencia de género

El día 25 de noviembre es ocasión para hacerlo manifiesto. Pocos quizás conocen el origen real de la festividad del 25 de noviembre, que se importó desde el feminismo latinoamericano quien a su vez se inspiró en un homenaje a tres mujeres que perdieron su vida por expresar su disidencia contra el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo en 1950. La realidad es que dichas mujeres no perdieron su vida por el hecho de ser mujeres, ni tan siquiera perdieron su vida por ser víctimas de ningún patriarcado. La perdieron por vivir bajo una dictadura y oponerse a la existencia de la misma. Ya la interpretación de los hechos que están en la base de la festividad del 25 de noviembre indica muy a las claras el carácter ideológico de la celebración. Que una festividad que esconde sus orígenes realice una generalización explicativa que alcanza a todas las mujeres sobre la base de hechos que han sufrido y sufren algunas mujeres no debe extrañar.

Esto responde a un propósito puramente retórico, que ya Cicerón consideró que estaba en la base de toda argumentación de base retórica exitosa: el uso de las alegorías. Estas consisten en la expresión de un pensamiento por medio de una serie de imágenes o metáforas por medio de las cuales se pasa de un sentido literal a un sentido figurado. En la alegoría hay una equivalencia término a término entre los elementos que constituyen los planos literales y figurados del mensaje que se quiere extraer. Para ejemplificar esto no hay nada mejor que un ejemplo extraído de la historia del arte. Las escenas de Nastaglio degli Onesti son una serie de pinturas que se pueden contemplar en el Museo del Padro de Sandro Boticelli y que se inspiran libremente en un cuento contenido en el Decameron de Bocaccio. En estas cuatro pinturas se nos narra la desventura amorosa de un joven aristócrata de la ciudad de Rávena que ante el rechazo de su amada se adentra en el bosque de Classe. Allí asiste a una escena de gran crueldad pues contempla como un caballero descuartiza a una joven doncella y luego arroja sus vísceras a los perros. Nastaglio descubre después que está presenciando una escena fantasmagórica en la que se revive durante toda la eternidad un luctuoso episodio vivido años atrás en virtud del cual un caballero despechado ante la imposibilidad de conseguir los favores de una doncella, preso de la cólera, le da muerte y después arrepentido toma su propia vida.

Nastaglio comprende que puede sacar provecho de esta aparición por lo que decide usarla para mover el ánimo de su amada y su familia y así forzarla a desposarse con él. Para ello organiza un banquete en dicho bosque. Ante la aparición espectral esta decide desposarse con él al comprender la suerte que la espera caso de que no acceda los deseos de Nastaglio. Este relato alegórico, que recoge los motivos medievales del castigo a la mujer que no se somete al marido, ha sido interpretado por el feminismo como una de suerte de legitimación patriarcal del origen violento del matrimonio, del carácter esencialmente cultural de la violación o como una estetización de la violencia masculina sobre la mujer. Sin embargo, el feminismo no parece haber reparado en el juego doblemente alegórico de la escena. Así la Historia de Nastaglio degli Onesti contiene una alegoría dentro de la propia alegoría. La utilización torticera y reinterpretación interesada de la escena fantasmagórica que Nastaglio contempla apunta también a la reinterpretación y a la utilización ideológica que el propio feminismo radical realiza de algunos fenómenos violentos que padecen las mujeres. A partir de hechos particulares que afectan a ciertas mujeres, el feminismo presenta una conclusión general de base inductiva que afirma que todas las mujeres en todo tiempo, en todo lugar y de cualquier manera siempre padecen algún tipo de violencia que las somete. Así para el feminismo el hombre es potencialmente un ser depredador para la mujer. Es un trasunto de Nastaglio o del fantasma del bosque de Classe. La mujer siempre es una víctima de algún tipo de violencia, ya sea física como la que sufre el fantasma de la mujer de Classe condenada por toda la eternidad a ser despezada una y otra vez, o como el caso de la prometida de Nastaglio que está condenada a sufrir  una coacción permanente que la obliga a tener que preterir sus deseos y proyectos en favor de algún varón.

Creo que este ejemplo ilustra a la perfección el gran poder retórico de la alegoría feminista acerca de la violencia de género. Muchas veces me he preguntado cómo es posible que personas cercanas a mi entorno, algunas dotadas de un gran nivel intelectual, sensatas y cabales como pocas, puedan dar pábulo a algo tan absurdo como el mitema que explica fenómenos tan heterogéneos como una violación, una pelea de pareja, un abuso sexual a una menor, una actitud machista o un intento de ligar desafortunado bajo un concepto tan sumamente pobre en cuanto a su intensión como es la violencia de género. El cual afirma algo que presenta escaso valor explicativo. Ya que se limita a afirmar que fenómenos muy heterogéneos entre sí se explican sobre la base de algo muy trivial: que el origen y la explicación de la violencia es puramente cromosómica. Ni la etiología positivista del delito de Cesare Lombroso basada en la frenología llegó a un reduccionismo biologicista tan básico para explicar la violencia delictiva.

Ya el gran Cicerón nos advertía del gran peligro de la retórica cuando afirmaba que el que seduce al juez con el prestigio de su elocuencia es más culpable que aquel que lo hace mediante el puro soborno.  Sería más honesto intelectualmente que el día 25 de noviembre pasase a llamarse el día de la retórica o el día de Nestaglio degli Onesti. El feminismo no puede escapar de la circularidad de su pseudo explicación acerca de la violencia y así se ve abocado a explotar retóricamente la circularidad de su propio relato.


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