En el año 2015 la empresa de seguros “Canada Life” encargaba al Instituto Emnid una encuesta-estudio sobre cómo valoraban los alemanes los riesgos para sus vidas. El profesor Klaus Heilmann se encargó del trabajo y aparecieron resultados desconcertantes: “Muchas personas no son conscientes de los peligros reales de la vida cotidiana”. Los ataques terroristas son uno de los peligros que se sobrestiman con más recurrencia. Estadísticamente, sólo una de cada 27,3 millones de personas es víctima de un ataque terrorista. Sin embargo, alrededor del 79 por ciento asume un riesgo significativamente mayor.  El miedo a morir en un accidente de avión también está muy extendido: alrededor de la mitad de los encuestados consideró que el riesgo de un accidente de vuelo es significativamente más probable que lo que demuestran las estadísticas de accidentes. La probabilidad de morir en un accidente aéreo es de aproximadamente 1 entre diez millones. Prácticamente nadie tuvo en cuenta el riesgo de morir en bicicleta (1 en 140.000) o a consecuencia de una caída (1 en 15.000).

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Somos bastante incapaces de situar los riesgos reales de nuestras vidas en su justa medida, y sin embargo parece que estamos decididos a invertir nuestro dinero y el de las próximas generaciones en limitar riesgos deficientemente calculados en base a modelos imperfectos.

Solo cuando las personas se atreven a asumir nuevos desafíos, trayendo sus ideas e invenciones al mercado, puede haber crecimiento, innovación y progreso

¿Qué significa “tenemos una responsabilidad frente a las generaciones venideras”? Tras los últimos años de consolidación de la doctrina ecomarxista, nadie parece preocuparse por el insistente uso de conceptos fundamentales torticeramente adulterados en función de ciertos objetivos políticos, en algunos casos casi sectarios. Uno de estos conceptos es el de la “responsabilidad frente a las generaciones venideras”. Hablamos de La herencia.

Imaginen que la cuestión se hubiese planteado en el siglo XVII. ¿Qué hubiesen guardado para nosotros de haber creído en la famosa “responsabilidad ante las generaciones futuras”? Probablemente cera para velas. No podemos gastar toda la cera para velas, pensarían. ¿Acaso vamos a dejar a nuestros descendientes en la más pura oscuridad?, argumentarían. ¿Cómo iban a saber ellos nada de las bombillas? ¿Hubiera sido su “renuncia” efectiva, justificada?

Evidentemente, los nuevos profetas de la “sostenibilidad” han intentado salvar su teoría sin caer en el error de obviar los procesos de substitución. Aun partiendo de la arbitraria premisa de la “responsabilidad frente a futuras generaciones” intentan asegurar que “las fuentes no renovables como minerales y petróleo sólo sean abandonadas en la misma medida en la que van apareciendo nuevas fuentes renovables alternativas”.

Suena como un principio sumamente razonable … hasta que nos detenemos a pensar sobre él. Piensen que solamente la limitación del uso de “no-renovables” produce ya efectos secundarios en el mercado energético que podrían imposibilitar la aparición futura de “substitutos”. ¿Hubiese podido Edison inventar la bombilla de no haber podido trabajar tantas horas a la luz de las velas?

Tampoco podemos dejar de lado que existe el peligro de que la política sea incapaz de facilitar (algunos soberbios subidos sobre sus carteras ministeriales hablan incluso de “generar”) procesos de sustitución dada la complejidad de los sistemas ecológico y económico, en este caso interactuantes. Para el mantenimiento de la economía de mercado como forma eficiente de economía y –sobre todo– para el mantenimiento del principio natural de “justicia intergeneracional”, la máxima ecomarxista apenas sí tiene valor alguno. Una generación futura no podría siquiera reclamar el derecho sobre bienes realmente finitos o “acabables”, como lo sería, por ejemplo, el arte. ¿Qué justificaría, pues, nuestras renuncias y sacrificios en nombre de una supuesta sostenibilidad? Además, esa futura generación tampoco podría disfrutar de los “bienes ahorrados”, pues se vería en la obligación “social” y “ecológica” de preservarlos para los que llegasen después, y estos, a su vez, para sus descendientes. Esta teoría de la justicia intergeneracional sólo conduce al regreso (como antítesis de progreso) infinito. Y a la vigilancia irrestricta.

El deseo de dejar en herencia “algo” para los descendientes nace en la esfera del grupo pequeño, familiar, tribal como mucho. Son grupos que conocen exactamente las necesidades de sus miembros. Aquí, el principio de herencia cumple un papel fundamental en el mantenimiento de la estabilidad de las estructuras económicas y sociales del grupo. Es también uno de los principios fundamentales del desarrollo cultural. Y tal vez por ello, por estar íntimamente ligado al desarrollo de las culturas, resulta tan fácilmente utilizable por la política disfrazando sus pretensiones dirigistas de solidaridad intergeneracional. El error es grave: extrapola los principios de solidaridad individual aplicándolos a la política social. Las decisiones personales y privadas, individuales de “herencia” sobre bienes materiales terminan siendo aniquiladas (administradas y reguladas) en manos de la arbitrariedad política. Es, sin duda, el mismo principio de “salvación marxista”, que exigía – ¿recuerdan? – de las generaciones actuales el máximo sacrificio para que las generaciones venideras pudiesen disfrutar del paraíso en la tierra.

La idea ha ido calando: la sociedad está paralizada, las personas se aferran a lo que han logrado y esperan a que la tormenta -cualquier tormenta, real o no- pase pronto. Esto, que en algunos casos puede ser sensato para el individuo, es perjudicial para una economía: el motor de todo desarrollo es la voluntad de asumir riesgos. Solo cuando las personas se atreven a asumir nuevos desafíos, trayendo sus ideas e invenciones al mercado, puede haber crecimiento, innovación y progreso.

Nuestros herederos no nos perdonarían que, en nombre de una supuesta sostenibilidad, hubiésemos renunciado a descubrir las “bombillas” de nuestro tiempo, a la luz de las “velas” que tenemos. Debemos gastar éstas para que ellos no las necesiten más. Sólo así dispondrán de más luz, más económica, diferente. La de su tiempo.


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