Recientemente, el Parlamento estonio anunció que está preparando una ley para autorizar el uso de la fuerza militar contra buques comerciales sospechosos de intentar dañar cables submarinos u otras infraestructuras críticas, tras varios incidentes ocurridos en los últimos meses de los que el gobierno estonio ha culpado a Rusia. En marzo, los tres Estados bálticos y Polonia acordaron retirarse del Tratado de Ottawa, que prohíbe las minas antipersona, lo que abre la posibilidad de utilizarlas a lo largo de la frontera rusa.
Por supuesto, la geografía es un factor determinante en estas decisiones, pero hay un factor histórico, especialmente la turbulenta historia del siglo XX, que ha dejado cicatrices difíciles de curar y, en algunos casos, todavía abiertas.
La geografía y la historia lo son todo. Sin ellas, no podemos entender la realidad política ni las posiciones o alianzas de los países. ¿Es posible curar las heridas de la historia? Sí, pero sólo si existe un verdadero reconocimiento de los hechos del pasado por todas las partes implicadas
Así, para los países bálticos, los años de ocupación soviética siguen muy presentes en su realidad política, más aún desde el inicio de la guerra en Ucrania, y también en su demografía, donde la llegada masiva de ciudadanos soviéticos, en sustitución de todos aquellos ciudadanos bálticos que fueron deportados, ha generado minorías muy numerosas. Lo cierto es que si algo caracterizó al régimen soviético fueron las deportaciones y desplazamientos de grupos étnicos de una determinada región a Siberia u otras zonas inhóspitas de lo que entonces era la Unión Soviética. Los bálticos sufrieron lo que se conoció como las “Deportaciones de Marzo».
El pasado 25 de marzo, los países bálticos recordaron el 76 aniversario de las deportaciones de marzo con distintos actos de conmemoración. En Letonia, el presidente Edgars Rinkēvicš, participó con las distintas autoridades del país en un homenaje a los deportados: “Hoy hablamos de los acontecimientos de aquella época. Pero hoy es también el momento en que muchos vuelven a sentir cosas bastante inquietantes en el mundo, ven que el mundo intenta de nuevo dividirse en esferas de influencia, ven que el mal avanza y no puede detenerse tan fácilmente”. En Estonia se colocaron velas encendidas por todo el país, en un acto organizado por el Instituto Estonio de Derechos Humanos. “Como estonios, sabemos lo que significa vivir bajo dominio extranjero, perder a los seres queridos y la propia patria”, señaló el Instituto en su convocatoria. Por último, en la capital lituana, Vilna, se celebró el 26 de marzo un acto conmemorativo en el monumento “En memoria de las víctimas de la ocupación soviética”.
En marzo de 1949, los soviéticos comenzaron la Operación Pribói (Operación Oleaje), una serie de deportaciones masivas en los tres estados bálticos; en total, más de 90.000 “enemigos del pueblo” en la jerga soviética, es decir, kulaks (campesinos propietarios), nacionalistas, bandidos, simpatizantes de los ya mencionados y sus respectivas familias, fueron deportados a Siberia. Alrededor de un 70% de estos peligrosos alborotadores eran mujeres y niños menores de 16 años. La decisión fue tomada en enero por Stalin, después de convocar a Moscú a los tres líderes de las repúblicas socialistas bálticas y establecer las cuotas de deportados. De este modo, Lituania tenía que deportar a 25.500 personas (8.500 familias), Letonia a 39.000 (13.000 familias) y Estonia a 22.500 (7.500). En el caso de Letonia, donde finalmente se deportaron 43.000 personas en 4 días, estamos hablando del 2,2% de su población en aquel momento.
Las razones esgrimidas por el régimen soviético eran acabar con los campesinos propietarios (kulaks) y fomentar la colectivización, y al mismo tiempo acabar con los partisanos de los Hermanos del Bosque que contaban con el apoyo de gran parte de la población. La colectivización, iniciada en 1947, había sido un rotundo fracaso y sólo un 3% de las granjas se colectivizaron entre 1947 y 1948, sin embargo, todo cambio después de las deportaciones y, a finales de 1949, el número de granjas colectivizadas era de un 93% en Letonia y de un 80% en Estonia. Lituania fue más difícil de someter, por lo que los soviéticos organizaron una nueva deportación masiva conocida como Operación Osen (Operación Otoño). La colectivización era, sin duda, una de las razones, pero el otro gran motivo fue la “rusificación”, es decir, el asentamiento de centenares de miles de rusos en las repúblicas bálticas. El museo de la ocupación de Letonia, en Riga, explica que los nazis tenían un plan de germanización para ubicar a 100.000 alemanes en el país báltico en un plazo de 25 años. Este plan nunca tuvo lugar, pero en un período inferior a 10 años se produjo una llegada masiva de rusos, de modo que antes de la independencia, en 1989, constituían el 34% de la población de Letonia, más de 900.000 personas.
Para llevar a cabo la operación, las autoridades soviéticas desplegaron unidades militares adicionales que se encargaron, con mucha eficacia, de detener y conducir a las estaciones de tren a las familias que debían ser deportadas. La operación se ejecutó con tanta rapidez, que 92 militares fueron condecorados en agosto de 1949, 75 recibieron la Orden de la Bandera Roja y otros diecisiete la Orden de la Guerra Patria. Desde las estaciones, el viaje, en vagones de ganado, duraba una media de dos-tres semanas en función del destino. Las condiciones de vida para los deportados fueron durísimas, aunque no tan terribles como las que se vivieron en los GULAG en la década de los 30 y la Segunda Guerra Mundial, y la mortandad fue inferior al 15%. A finales de 1950, había fallecido un 4,5% de los deportados, incluidos 2.080 menores, pero también nacieron 903 niños. Uno de ellos fue la madre de Dovilė Šakalienė, que hoy en día es ministra de Defensa de Lituania y cuya experiencia familiar es determinante a la hora de ejercer su mandato. “La única diplomacia eficaz con Rusia es cuando tienes una pistola encima de la mesa”, afirmó en una reciente entrevista con Fox News.
Los deportados fueron exiliados para toda la vida, aunque con la desestalinización se redujeron las condenas y gradualmente algunos pudieron regresar a sus casas, donde, por supuesto, estaban sometidos a un férreo control. Un caso muy conocido es el de Jonas Kadžionis, un partisano lituano de los Hermanos del Bosque, que se negó a pedir clemencia y cumplió íntegros sus 25 años de condena. Regresó a Lituania en 1978, pero fue “exiliado” a la región de Kaliningrado en 1983.
Hoy en día, la división lingüística y étnica persiste y se ha agravado tras la guerra de Rusia contra Ucrania. A pesar de que uno de cada cinco matrimonios en Letonia es «mixto» (uno de los cónyuges es de etnia letona y el otro de otra, sobre todo rusa), no hay unidad de visión del mundo ni de la historia.
La geografía y la historia lo son todo. Sin ellas, no podemos entender la realidad política ni las posiciones o alianzas de los países. ¿Es posible curar las heridas de la historia? Sí, pero sólo si existe un verdadero reconocimiento de los hechos del pasado por todas las partes implicadas, y si el paso del tiempo demuestra que este reconocimiento es sincero. Pero éste no es el mundo en que vivimos; las heridas abiertas de la historia están más lejos que nunca de cerrarse.
Foto: Sergey Sukhorukov.
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