El hombre agarra la madurez cuando el tropiezo con la realidad ni ensombrece ni deforma sus más preclaras convicciones sino que las realza y las pone allí donde tiene a la verdad por compañera. Nadie se convence con razones si el corazón no empuja a ello y cambiar de opinión endurece el alma cuando el amor no ha hecho oficio. No sobrevive la lucidez aventada ante el acecho deformante de la experiencia ni blandida como si su destino fuera el de servir de acero a la espada. Por eso las contradicciones se resuelven con la pluma ágil y acaso se reconcilian con el pensamiento claro. Por eso te advierto a ti lector, no prepares ofensas si lo que sale de este texto duele, y si las haces recuerda que este servidor que a nadie sirve solo quiso poner un poco de luz allí donde la oscuridad hizo mella.

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En estos dilatados meses de encierro el movimiento liberal, espacio que aglutina a todo aquel que de una u otra forma hace piña alrededor de la libertad, vio desprestigiada su integridad por el asunto del confinamiento. Una cuestión tan enemiga de la libertad hizo buena fama entre muchos libertarios renovando el ya inmortal quiebre que Rafael El Gallo le propinó a Ortega; “hay gente pa tó”. Por qué tantos liberales no se han visto amedrentados en sus convicciones por el aislamiento solo prueba dos cosas; o valoran muy poco su libertad o tiene por libertad algo que vale muy poco. Me inclino por lo segundo pero no me prestaré a tentadoras injurias sin antes haber cocinado mi queja.

Aquellos menos que se opusieron desde un principio al confinamiento saben que el buen liberalismo no es otro que aquel que se hace servir de sus teorías para iluminar el camino a la libertad y no para rendir pleitesía a sus ilustres varones muertos

Para confirmar mis presagios atenderé a dos asuntos: (a) la libertad en el libertarismo es estrecha y (b) de resultas a esa estrechez el confinamiento se abre a un ejercicio de responsabilidad civil cuando es de todas una violación de la soberanía individual. Trabajaré con el concepto de libertad que F.A.Hayek destila en su obra Fundamentos de libertad. No porque tenga especial predilección por el filósofo austriaco sino porque bajo su doctrina se reúne el consenso del grupo. Con dos fines; (i) demostrar que su idea de libertad conquista un muy pequeño espacio del que por derecho está llamado a ocupar; (ii) ni tan siquiera está en condiciones de reunir bajo un mismo paraguas todos los atropellos y vejaciones que conforman su visión negativa de la libertad.

En algún momento de su obra llega a definir la libertad como aquella situación no sujeta a coacción derivada de la voluntad arbitraria de otro u otros. Poco tocino para tanta pringá, diría mi abuela. Como si la libertad no fuera otra cosa que verse rescatado de las injerencias de uno u otro autócrata somete a su beneficiario a los trastornos de un principio de individualidad débil. Y toda esta desventura porque; ni toda (1) coacción es (2) voluntaria, ni toda arbitrariedad viene marcada (3) por un tercero. Pongamos razones a estas excepciones.

(2) Que no toda coacción es voluntaria como la refiere el autor se hace evidente para cualquier mente despejada. La dimensión social de la libertad individual no es una blasfemia de disparatados emisarios socialistas sino un hecho extraíble de la misma condición de libertad. Y si no lo creen así salgan a la calle en pijama y regresen al lecho conyugal envueltos en corbata y traje de fiesta. Como no lo harán porque la realidad no se deja seducir por el estado de la mente aceptarán, de mala gana aunque fuera, que existen razones no voluntarias que coaccionan nuestra libre disposición sobre las cosas. Y qué razón involuntaria sea más extensa en distorsiones y cortapisas que la que ejerce la desigualdad en el ofrecimiento de nuevas oportunidades. Si bien es cierto que en algunas zonas del planeta la desigualdad propicia a los espíritus industriosos, en muchos otros su fuerza desdibuja los derechos de propiedad y degrada el prestigio de la ley. Aunque muchos libertarios se resistan a ver en ella algo más que la reacción natural al libre ejercicio del mercado, como en el colesterol, hay desigualdad buena y mala. En muchos lugares reconocidos por mis pies, la desigualdad se despliega en actor político al alimentar toda una suerte de prácticas viciosas que ponen coto a la expresión espontánea de las voluntades y el bienestar de los pueblos. El mercado deja de asignar con eficiencia para verse entregado a una tradición de inequidades que fraguan la vida económica (informal).

(3) Que no toda arbitrariedad es resultado de la voluntad de un tercero tampoco debería llevar a escándalo si nos atenemos a la experiencia. Muchos siguen apostando al “estatismo” como el mayor enemigo de las causas civiles, y si bien no ha dejado este de mostrar su despótica cerrazón nuevos censores han aparecido. La auto-censura, por ejemplo, ejerce hoy una más que peligrosa por invisible atracción hacia la obediencia. La libertad de expresión está amparada por las constituciones de los muchos territorios, y sin embargo, el fantasma de lo políticamente correcto corroe el corazón de la prensa libre y sella la garganta del ciudadano. Qué decir de la libertad de consumo allí donde los mercados trabajan a destajo, y sin embargo, un consumo igualador nos embrutece tras la atenta mirada de los centros comerciales y el turismo de agencia. Hemos trasladado la censura al seno de la libertad. Tampoco para esto estaba preparado Hayek.

Acabando por el principio diremos que (1) no toda coacción es coactiva, y alguna llega incluso a ser liberadora. Y aunque chirríe es justo decir que la libertad goza de cadenas del mismo modo que los dedos de los pies sucumben al armazón del zapato. No toda expresión de la voluntad es genuina. Si así fuera no podríamos distinguir entre el bien y el mal, la libertad y la opresión, y entonces, tampoco tendría razón de ser la causa libertaria. Hay síes que son noes, y lo contario. Solo esta lógica se hace certera para distinguir autonomía de opresión en el uso del velo en las mujeres árabes occidentalizadas o en el libre credo profesado por un católico.

Algún liberal avispado aprovechará esta última concesión hecha entre coacción y autonomía para abrazar el confinamiento desde la facultad que le inspira la responsabilidad personal (“me cuido para cuidarte”). Aunque con ello demostraría gran sagacidad por querer verse justificado en sus miedos, no lo sacaría del error. Para el filósofo austriaco la libertad no tiene contenido solo enemigos y ante este panorama solo puede servir de instrumento para fines indefinibles. Puesto así el asunto un liberal podría defender la salud desde la libertad que le confiere ser un sujeto de derecho. Y hace bien. El problema radica en que la libertad que abandera es una libertad disminuida, raquítica, opaca como ya hemos defendido. Por su naturaleza instrumental se ve desfavorecida en la distinción de dos aspectos innegociables de todo actuar libre. En primer lugar, (a) la libertad que no se arriesga se pierde. La libertad no alberga en su interior ninguna facultad que la haga susceptible a las leyes de la acumulación, la monetización o el intercambio. No retiene valor más que en la acción determinada y resulta indiferente a los plazos y los intereses. Por eso cuando muchos liberales se afanaron por un preventivo encierro estaban sin saberlo traicionando la base más genuina de la libertad. Por otro lado, (b) a la libertad solo se llega desde la libertad; es medio y fin para sí misma. Siendo el atributo humano por excelencia, cualquier objeción que la desplace a un segundo momento (primero la vida, después la libertad) no hace más que degradarla a un estado de compra y venta.

Aquellos menos que se opusieron desde un principio al confinamiento saben que el buen liberalismo no es otro que aquel que se hace servir de sus teorías para iluminar el camino a la libertad y no para rendir pleitesía a sus ilustres varones muertos. Solo así la libertad cobra vida en la comunidad de hombres que se saben elegidos por su gracia y bendecidos por sus dones. El problema de los otros muchos es que han librado su tiempo para ser solamente liberales.

Transcripción de la conferencia dictada durante el Free Market Road para el Austrian Economic Center durante la primavera del 2021.

Antonini de Jiménez, Doctor en Ciencias Económicas.


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