Es tonificante recordar que hace más de 2500 años los griegos construyeron una cultura cimentada en los principios de la ética y la estética. Más tarde, los romanos, judíos y cristianos continuaron esa construcción llamada civilización occidental, a la que pertenecemos.

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Platón concentra la teoría de la Belleza en diferentes momentos y fragmentos de su obra. Apolodoro, que hace de narrador en “El banquete” exclama: “cuando hago yo mismo los discursos filosóficos o cuando se los oigo a otros, aparte de creer que saco provecho, también yo disfruto enormemente”. Es divertido pensar en la satisfacción que puede experimentar el excelso Iván Redondo cuando escribe para su presidente. Pero volvamos a lo que nos ocupa, que es el sabio griego con su planteamiento de la Idea de Belleza como un modelo, de la que deduce una forma, entendida como la esencia del Universo.

 “Si perdemos la belleza perdemos el significado de la vida”, palabras que son una luz que enciende nuestro análisis para entender una visión, una contemplación que nos moldea como personas y moldea nuestro universo más querido y más preciad

Aristóteles entiende como principales formas de la belleza el orden, la simetría y la precisión. “Y puesto que éstos (orden y precisión) son claramente causa de muchas cosas, es evidente que las ciencias deben considerar esta especie de principio causal (es decir, la belleza) también como causa en algún sentido”, idea central que desarrolla en su Metafísica. La estética aristotélica se afirma en la esencia de las cosas, contrario a la tendencia, tan frecuente, de buscar el origen y la explicación de lo bello en una necesaria relación con un sujeto, en la pasión o el sentimiento individual.

Las fecundas relaciones entre la estética, la ética y la política han sido una de las cuestiones que más han incentivado la curiosidad de los filósofos. Sus múltiples interpretaciones han ocupado muchas tertulias y meditaciones sobre el valor del arte para la práctica moral. Parece incuestionable la capacidad del arte para provocar principios, convicciones y desacuerdos. Pero no es mi intención detenerme en estas conexiones, pues lo que aquí me trae es acercarme, más con curiosidad que con conocimiento, a la belleza.

Pocos años después de que Hitler llegara al poder, en 1937 las autoridades alemanas organizaron en Munich una doble exposición de arte. Una centrada en el “arte alemán”, dotada de diferentes obras validadas por el régimen, la otra tenía por nombre el “arte degenerado”. La primera exhibía objetos militares, idílicos paisajes, esbeltas y saludables figuras arias, la segunda exponía piezas de arte moderno, con obras surrealistas y expresionistas, donde desfilaban Klee, Mondrian, Kokoschka, entre otros. La primera era el arte oficial ungido por las autoridades, la segunda una visión experimental exaltando la deformidad.

Roger Scruton, el filósofo conservador británico exploró las paradojas de este territorio a lo largo de su vida, vinculado al sentido ético y político, que no voy a comentar, porque ya se han escrito varios análisis sobre esto: Roger Scruton, un conservador que se arriesgaba, El escándalo Scruton, Roger Scruton y la naturaleza humana.

La belleza como significado de la vida

La belleza puede ser desconcertante, perturbadora, sagrada o profana, puede afectarnos de desigual manera, “pero nunca nos deja indiferentes”, subraya Scruton. En su documental “Por qué la belleza es importante”, se describe un viaje alrededor de este asunto que recupera el disfrute de la forma, contenido en la esencia del Universo que defendía Platón, y los aspectos formales, entre los que se destacan, la precisión y el orden, que argumentara Aristóteles. El valor de la forma como causa y sentido, como significado de la vida. Sólida réplica al relativismo posmoderno y a las diferentes comisarías, unas más evidentes otras más encubiertas, de lo políticamente correcto.

Lo feo para Scruton no es una mera oposición a lo estético, no se trata de una fórmula binaria más, expuesta al mero sentido del capricho o gusto de cada cual. Hasta el siglo XIX la belleza se asociaba a verdad y bondad, era un horizonte, una esperanza. Estaba en la aspiración del artista, dotaba de sentido una obra y una mirada. “Las pinturas negras”, “Los viejos sorbiendo sopa” “Saturno devorando a un hijo” de Goya, “La cara de la guerra” de Dalí, o “El huevo” de Alfred Kubin, por poner unos pocos ejemplos, en este caso asentados en la pintura, muestran lo sórdido y horrible de la existencia humana, sin embargo bellos

El modernismo fue lo suficientemente diverso y amplio como para encasillarlo en dos frases y algunos autores. En su búsqueda por la renovación y el rechazo al historicismo académico encontró lo que entendía por recreación, originando a su vez un rechazo a la tradición y al poso del trabajo a fuego lento. Era más fácil, barato y cómodo ponerle un bigote a la Mona Lisa, o plantar un urinario, que desarrollar la técnica del retrato y el bodegón.

“Si perdemos la belleza perdemos el significado de la vida”, palabras que son una luz que enciende nuestro análisis para entender una visión, una contemplación que nos moldea como personas y moldea nuestro universo más querido y más preciado. Una cosmovisión universal que trasciende el yo, su subjetivismo, sus ganancias y deseos.

Un significado para nuestra vida, que también es alivio, porque es una vida que gratifica por las oportunidades que existen para disfrutar de una belleza que nos trasciende.

Gratuita en su contemplación, con momentos de Bach, Coltrane, espacios de Velázquez, páginas de Dostoievski, Homero, Machado, Pessoa, que permiten que escuchemos, veamos, leamos una y cien veces, activando nuestra imaginación y sentimiento. Como sugiere el anfitrión de este viaje, “aquellos que buscan la belleza en el arte realmente están fuera de la realidad moderna”. Pero una belleza que requiere un tiempo y un esfuerzo, un compromiso con la curiosidad, una actitud con una disposición que nadie regala.

Con la belleza emergemos del permanente estado de distracción en el que solemos habitar para encontrar sentido a la vida, para recuperar la Historia, para acariciar otros tiempos atemporales, otros espacios que pulsan nuestro ser espiritual. Filósofos y poetas han estado en esta orilla del otro lado. La belleza es el signo de otro y más elevado orden. La belleza como ventanas que nos asoman a su universo, a su fuerza cósmica. Recuerdo hace dos años, sentado en un banco de piedra a unos 150 metros frente al Taj Mahal, fueron minutos de contemplación que congelaban dulcemente el tiempo. O la tarde que pasé en el salón de Van Gogh del museo Orsay, electrizado por sus pinturas, comprendiendo solo una parte, pero disfrutando de algo que trascendía lo material y tangible, también lo que me rodeaba. No creo que sean experiencias excepcionales.

Ojos claros y emociones libres, ”el mensaje de la flor es la flor” susurra Scruton. Dejando a un lado nuestros deseos, encontramos esa flor, mirando de este modo vemos la belleza. Toda la atención en algo fuera de uno mismo. Paisaje, música, poema, cuadro, edificio, tocando la esencia. Una experiencia que se puede repetir, pero que sigue siendo única. ¿Es un rasgo del mundo o un producto de nuestra imaginación?, se pregunta el filósofo.

Déjenme terminar mis balbuceos, acudiendo al místico más enorme que hemos tenido, y recoger este fragmento del “Cantico espiritual” de San Juan de la Cruz

Mas ¿cómo perseveras,
oh vida, no viviendo donde vives,
y haciendo, porque mueras,
las flechas que recibes,
de lo que del amado en ti concibes?

¿Por qué, pues has llagado
aqueste corazón, no le sanaste?
Y pues me le has robado,
¿por qué así le dejaste,
y no tomas el robo que robaste?

Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacellos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre dellos,
y sólo para ti quiero tenellos.

¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados,
formases de repente
los ojos deseados,
que tengo en mis entrañas dibujados!

Foto: Vlad Kutepov.


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