En las democracias, mejores o peores, la política tiene una extraña relación con la opinión pública, depende mucho de ella, pero también consiste en un intento casi continuado de manipularla, esto es de moldearla con los procedimientos más baratos. La responsabilidad de los ciudadanos debiera estar en no dejarse tratar de esa manera, pero no es necesario ser pesimista en extremo para ver cómo la opinión se maneja muchas veces con zanahorias de baja calidad.

Publicidad

El caso extremo de manipulación es la mentira, respecto a la que se comprueba una y otra vez que en España es tolerada con gran liberalidad, se podría decir que aquí lo de las fake news y las verdades alternativas no nos ha parecido ninguna invención. Son muchos a los que basta con pensar que lo que resulta contrario a sus convicciones e intereses es una mentira para que la realidad deje de preocuparles. Así va la cosa entre nosotros que interpretamos de una manera peculiar lo escrito por Wittgenstein: “sobre lo que no se puede hablar, mejor es callarse”.

No podemos quejarnos, tenemos el Gobierno más ocurrente de toda nuestra historia, ha promovido las leyes más innecesarias y locas, ha dado por ciertas las afirmaciones más turulatas (“¡Hemos vencido al virus!”, “Nadie se va a quedar atrás” etc.)

Todo funciona como si se creyera que basta con no hablar de un asunto para que deje de existir, porque lo que no está en los medios no está en el mundo y los medios amigos nunca hablan de nada que resulte hiriente o poco amable para sus lectores. Antes de que existieran activistas preocupados por no ofender aquí hemos tenido multitud de expertos en no vulnerar la frágil moral de los secuaces más inocentes.

En un clima de este tipo cobra especial importancia una habilidad que tiene entre nosotros notables cultivadores, se trata del arte de tener ocurrencias, de la habilidad para llamar la atención. En el momento en que escribo estas líneas no hay mejor ejemplo posible que la moción de censura de don Ramón Tamames que es un auténtico especialista en ocupar el proscenio. Tal vez me equivoque, pero creo que ese ha sido el único motivo de todo este asunto, algo que recuerda al anuncio de una boda que no se va a producir, pero mueve mucho el interés de quienes siguen a las influencers casaderas que se aventuran en esa clase de compromisos.

Lo de la moción no sería grave si no se integrase en una tendencia que me parece digna de condena que es la de sustituir la buena política, que habla de realidades contantes y sonantes, las analiza, ve las posibilidades de reforma que existen y procura acuerdos, con añagazas del más diverso tipo. Veamos: España 2023, tres años después de una tragedia espantosa con unas consecuencias terribles, pero nadie nos habla de lo que se hizo mal y de lo que habría que hacer, ya ahora mismo, para impedir que algo semejante pueda volver a suceder; por lo que se ve, no es un asunto políticamente interesante. A cambio, las escandaleras continuas que se fundan en una pretendida corrección de la Biología disfrazada de Kultura, ocupan cientos de páginas en los medios, una muestra más no de que los árboles no nos dejen ver el bosque sino de que los políticos han decidido olvidarse de las cuestiones que más afectan a los más y dedicarse a imponer su propia agenda.

La ocurrencia política trata de fijar la mirada en lo que hace alguien que, en realidad, no se ocupa de los asuntos que nos importan, sino de los que considera más interesantes para su conveniencia, una maniobra de distracción que ejecutada con cierta habilidad y mucha constancia puede llegar a hacernos creer que el caos sanitario, la insignificancia de nuestras universidades, el paro juvenil, la endeblez de la economía nacional o cualquier otro asunto de importancia que el lector quisiera incluir, importan menos que aprender a distinguir los distintos tipos de género que la ley establece, adquirir hábitos de delicadeza en el trato con las ratas y ratones o subvencionar los estudios necesarios para que se llegue a conocer en profundidad la estructura patriarcal existente en las comunidades que habitaron las cuevas burgalesas (y, de paso, las que afectan a esa investigación misma, que no es moco de pavo).

Hay que reconocer que, en comparación con estas cuestiones, la moción del señor Tamames es casi tan seria e importante como el Congreso Solvay de 1927 del que se dice que cambió el rumbo de la Física, pero me temo que quedará en nada aunque haya cumplido su objetivo primario, dar que hablar. Dicho sea de paso, en esto Tamames ha mostrado ser más avisado que el partido que lo ha promovido al estrellato, porque, frente a la seria discreción con que Vox pretendía peraltar la sorpresa, no ha dejado de hablar ni debajo del agua, que es lo propio, muy suyo y muy del caso.

Las ocurrencias son como la mala moneda que expulsa a la buena del mercado, según vieja ley de la ciencia económica. En España no podemos quejarnos, tenemos el Gobierno más ocurrente de toda nuestra historia, ha promovido las leyes más innecesarias y locas, ha dado por ciertas las afirmaciones más turulatas (“¡Hemos vencido al virus!”, “Nadie se va a quedar atrás” etc.) que, por eso mismo, son las más ocurrentes y han excitado a modo los corazones de las almas bellas, pero también tenemos una oposición nada dispuesta a quedarse atrás en materia de promesas vagas (“No olvidaremos nunca a los agricultores” es mi ejemplo favorito).

El mercado político es un mercado de ocurrencias porque los partidos incumplen de manera bastante sistemática dos preceptos básicos, ser representativos, lo que implica servir como cauces abiertos de participación, debatir, escuchar, estudiar y se dejan llevar por tanto de la definición que Miguel de Espinosa hacía de la política “la simpatía del Poder hacia sí mismo” para lo que lo mejor es que todo quede en casa porque están ciertos de que es mucha la gente de fuera que los tiene entre ceja y ceja.

Para poder llevar a cabo este timo político que supone desentenderse de lo que la gente siente y padece es muy necesario que los partidos tengan claro quienes son los suyos y se abstengan de cualquier contaminación, basta que todos escuchen al que manda de verdad que se supone es el más representativo, por mucho que viaje en avión privado.

Esto se consigue con su convencimiento de que son los mejores, los más limpios, los más modernos, los más populares o los más progresistas y de ahí emana una seguridad que infunde pavor a quienes no conozcan bien el paño. A lo más que suelen llegar los partidos cuando se proponen arreglar España es a oír a docena y media de expertos que ya se ven ministros en cuanto su nombre salta a los papeles, momento glorioso en que empiezan a cerrar la boca no vayan a decir alguna inconveniencia, un defecto que, estén seguros, no tiene Tamames y es muy probable que por eso mismo no haya podido ser nunca ni siquiera ministro de Marina.

Mientras tanto, los que mandan se procuran a personas ocurrentes, estén donde estén, mejor si no saben hacer otra cosa que llamar la atención, y este es el nervio de una democracia que lleva más de una docena de años haciéndonos cada vez más pobres, más insignificantes, más oportunistas y sumisos, pero siempre atentos a nuestros ingeniosos y dicharacheros líderes, maestros del desdén y las volutas de humo.

Foto: Jose Javier Martin Espartosa.


¿Por qué ser mecenas de Disidentia? 

En Disidentia, el mecenazgo tiene como finalidad hacer crecer este medio. El pequeño mecenas permite generar los contenidos en abierto de Disidentia.com (más de 2.000 hasta la fecha), que no encontrarás en ningún otro medio, y podcast exclusivos. En Disidentia queremos recuperar esa sociedad civil que los grupos de interés y los partidos han arrasado.
Forma parte de nuestra comunidad. Con muy poco hacemos mucho.
Muchas gracias.

Become a Patron!

Artículo anteriorNadie llorará la muerte del socialismo liberal
Artículo siguienteCiudades 15 minutos: el utópico infantilismo progresista
J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web