Rita Maestre, candidata por Más Madrid, el partido que se define como “la alternativa verde, feminista y de justicia social para todos los madrileños y madrileñas”, ha presentado una proposición no de ley para “desarrollar ciudades de 15 minutos” en la capital del Reino de España. En el sitio web del partido izquierdista se promociona un libro que compila las iniciativas y propuestas que pondría en funcionamiento en caso de ser elegida como alcaldesa madrileña:
“¿Te imaginas una ciudad que lo tengas todo a 15 minutos? Te presentamos ‘Madrid, ciudad de los 15 minutos’, un libro que recoge el modelo de ciudad que queremos desde Más Madrid. Una ciudad en la que cada barrio tenga acceso a colegios y escuelas infantiles, centros de salud, bibliotecas, polideportivos, pequeño comercio, etc. Una ciudad en la que los barrios tengan espacio para las personas y no sólo el coche; barrios vivos, sanos y seguros. Y una ciudad en la que cada barrio se conecte con los demás, a través de una revolución del transporte público que te permita llegar a tiempo a todo”.
La ciudad de los 15 minutos es una propuesta electoral clave para el partido de la concejal del Ayuntamiento de Madrid que sintetiza todos los tópicos de la corrección política y el buenismo edulcorado de la izquierda más pijoprogre española. La propuesta no es original sino una copia de las ocurrencias más peregrinas de las élites que sueñan conjugar la utopía socialista, el colectivismo y la planificación totalitaria con el gran capital financiero transnacional y la tecnología al servicio del control. Nada nuevo para la izquierda caviar o radical chic actual.
No debería preocupar demasiado si todo esto fuera una idea peregrina más del progresismo global. El problema radica en que estas iniciativas consiguen tener cierto calado y van acorde con diferentes normativas aprobadas tanto a nivel local, nacional, europeo y en sintonía con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU con lo que ello implica
¿Pero qué son las ciudades de 15 minutos? Según Carlos Moreno, creador del concepto y autor de “La revolución de la proximidad”, son “ideas para hacer urbes más amables, en las que se pueda vivir sin necesidad de dejarse horas en transporte, sea público o privado”. Para Moreno -colombiano, asesor de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo- la ciudad de los 15 minutos “es un concepto que va con su gemelo, el territorio de la media hora. Lo importante no es que sean 15 minutos ni 30 ni 12 ni 18, lo importante es la proximidad. Hablamos de 15 minutos en ciudades, zonas compactas, y 30 en territorios, zonas de media y baja densidad. Lo importante es tener lugares multicéntricos, no como hoy, que están muy especializados: el sitio donde se trabaja, el sitio donde se estudia, donde se vive. Esto nos obliga a tener grandes distancias, y degrada la calidad del medio ambiente con las emisiones y la calidad de vida con la pérdida de tiempo”.
Para el urbanista sudamericano, proximidad, zonas compactas, lugares multicéntricos son conceptos “amigables” con el medio ambiente. El problema de esto surge cuando detrás de esta premisa indiscutible, primordial y asumida a nivel global, todo puede ser aceptable, incluso ceder la libertad a cambio de “salvar el planeta de la emergencia climática”.
Muchos desconfían de estos argumentos y de las supuestas buenas intenciones de esta utopía moderna, mezcla de Hobbiton, la aldea de Astérix y los Pitufos. En estas ciudades de 15 minutos sus vecinos se desplazan a pie o en bicicleta para armonizar con la naturaleza y la Madre Tierra, eso sí, con conexión 5G para el acceso a la redes sociales y plataformas de series de contenido verde, diverso e inclusivo. Algo así como una comuna hippie posmoderna sin vehículos de combustión, con el control de entradas y salidas al paraíso autogestionario.
En las propias palabras de Moreno se trasluce una intencionalidad que va más lejos de las políticas verdes y el bienestar vecinal: “A raíz de la COVID muchos alcaldes del mundo, organizaciones internacionales como la ONU Hábitat, el Foro Económico Mundial, la Red Climática de Ciudades Globales C40 y la Federación de Gobiernos Locales Unidos, entre otros, han apoyado el concepto”.
Su proyecto encaja perfectamente con la orientación y los intereses de poderosos organismos supranacionales. Recordemos que el confinamiento a raíz de la pandemia COVID, llevó al encierro de la población, a los pasaportes sanitarios, controles selectivos, horarios restringidos, e inclusive suspensión, limitación y cancelación de derechos y libertades. El padre del proyecto afirma que la COVID-19 “ha jugado un papel importante porque nos obligó a trabajar de otra manera, a desplazarnos menos, y trajo a las nuevas generaciones esta idea. Estamos frente a 80 años de urbanismo de segregación y fractura. (…) Las ciudades deberían diseñarse de modo que, a una distancia de 15 minutos a pie o en bicicleta, la gente pudiera acceder al trabajo, la vivienda, la alimentación, la salud, la educación, la cultura y el ocio”.
Carlos Moreno admite sin reparo que “Desincentivar la propiedad del automóvil, liberar espacio urbano y reducir el uso de combustibles fósiles son objetivos fundamentales para muchas ciudades” y muchas ciudades ya están en ello. “Somos pioneros de este mundo que ya se está transformando. Barcelona, Madrid, París, Londres, Berlín, Nueva York…”
Salta a la vista que “Desincentivar la propiedad” no deja de ser un eufemismo que recuerda la base de las doctrinas totalitarias mas criminales de la Historia. Resulta llamativo que Carlos Moreno fue miembro del grupo terrorista colombiano Movimiento 19 de abril, conocido como M-19, que fue una organización guerrillera nacida en 1970. De las armas al urbanismo, de los Andes a París y desde allí sus ideas son replicadas por la izquierda en diferentes ciudades del mundo occidental.
Moreno llegó a denunciar a quienes osaron levantar la voz o cuestionar este proyecto: “Empezaron en Inglaterra, pasaron a Canadá… Han hecho manifestaciones en las que ves perfectamente –y lo asumen– que son grupos nazis, nacionalistas blancos, abiertamente racistas, anticomunistas. (…) “El sociólogo Richard Sennet dice que la larga distancia es un vicio, y ese vicio da lugar a una adicción, que es el auto. Y se convirtió esto en la normalidad. Es normal tener coche, el coche es libertad y entonces tengo la libertad de meterme en un atasco de dos horas”.
Para los “quinceminutistas” el coche es el enemigo a batir, no solo por contaminar o porque nos hace perder tiempo en un atasco, sino porque el automóvil es un símbolo de libertad. No debería preocupar demasiado si todo esto fuera una idea peregrina más del progresismo global. El problema radica en que estas iniciativas consiguen tener cierto calado y van acorde con diferentes normativas aprobadas tanto a nivel local, nacional, europeo y en sintonía con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU con lo que ello implica, es decir promoción, financiamiento y finalmente ejecución e implantación de las mismas.
¿Quién podría estar en contra de hacer que la vida urbana sea más agradable, ágil, saludable y flexible como propugnan los sostenedores de las ciudades de los 15 minutos? Pero ese no es el asunto, porque aparejado al proyecto está el control y la restricción de la movilidad estigmatizando el automóvil, neutralizando la libertad. El desplazarse a donde se quiera cuando se quiera hizo grande a naciones y pueblos enteros. Hoy en día un Kerouac, un Cassady o un Ginsberg serían peligrosos conspiranoicos, racistas, e incluso negacionistas, como todo aquel que se oponga a no poder coger el coche y lanzarse sin destino por la carretera… La Beat Generation se está revolviendo en sus tumbas.
El gurú colombiano insiste en que “para alcanzar esos objetivos habrá que frenar el coche. La élite política, empresarial y mediática promueve desde distintos ámbitos y países la ciudad de los 15 minutos como el urbanismo de un futuro impuesto. Diseñar urbes de forma que todos los servicios básicos y necesarios estén a una distancia de 15 minutos a pie: salud, compras, ocio, estudio, trabajo, etc.”. La prohibición de circular con determinados vehículos por el centro urbano como ocurre con Madrid Central, ampliado por el alcalde José Luis Martínez Almeida a Madrid 360, no deja de ser el primer paso para avanzar en la implementación y finalmente en la aceptación de esta idea. Rita Maestre utiliza el mantra del cambio climático (también invocado en las tesis de Moreno, consecuencia del “cochismo” como un vicio que genera adicción al uso del automóvil, con el que hay que acabar) prometiendo en su programa electoral que vivir en las ciudades de 15 minutos que hará felices y ecosostenibles.
A pesar de la propaganda, su aplicación es prácticamente inviable, ya que las ciudades y más aún las grandes urbes no son homogéneas ni uniformes. Sectores que puedan recorrerse a pie o en bicicleta a 15 minutos no pueden contener servicios, lugares de trabajo, instituciones, ocio, esparcimiento, comercio, deporte, estudio, sanidad al que puedan acceder sus habitantes; es algo obvio y de sentido común. Sería una burbuja invivible, un ghetto, un gulag de rostro amable distópico, asfixiante y represivo. La frase atribuida a Andy Warhol “En el futuro, todos serán famosos mundialmente por 15 minutos” puede que sintetice el recorrido que deberían tener los gurús impulsores de la utópica idea del infantilismo progresista. Solo 15 minutos de fama, por más disparatada que sea la ocurrencia, y ni un minuto más.
Foto: Julien Riedel.