“Limpieza, regeneración, juego limpio…”, son las expresiones que ha empleado el presidente del gobierno Pedro Sánchez como herramienta de solución a la situación polarizada que denunció en su carta del pasado miércoles 24 de abril.
Ante el impasse de estos días, el día 29 de abril Pedro Sánchez ha tomado su decisión:
“He decidido seguir, con más fuerza si cabe, al frente de la presidencia de España. Esta decisión no supone un punto y seguido, es un punto y aparte, se lo garantizo”.
Sánchez apela a la responsabilidad de la sociedad española en su conjunto, instándola a reflexionar y actuar para detener la «contaminación» de la vida pública por prácticas tóxicas y mentirosas. Sin embargo, al mismo tiempo, se autoproclama como el líder de este proceso de cambio
Finalmente se mantiene en el cargo presidencial y, como hoja de ruta, señala que “la mayoría social se movilice en una apuesta decidida por la dignidad y el sentido común poniendo freno a la política de la vergüenza que llevamos demasiado tiempo sufriendo”.
Su marco discursivo se ha orientado hacia el “compromiso de trabajar sin descanso, con firmeza y serenidad, por la regeneración pendiente de nuestra democracia y por el avance y consolidación de derechos y libertades”.
Sánchez ha construido su relato en tres bloques: él y su esposa como víctimas, responsabilidad ciudadana y responsabilidad institucional.
En cuanto al primero, señala que ha demostrado con su carta un sentimiento que no suele ser admisible en política pero “que hay veces que la última forma de avanzar es detenerse y reflexionar y decidir por dónde quiere caminar”. Emplea como ejemplo su caso personal y lo describe como una manifestación más de la “degradación” que sucede en la vida pública española:
“[E]stoy hablando de respeto y dignidad que va más allá de las opiniones políticas. Nada tiene que ver entre opciones políticas, sino con reglas del juego. (…) Exigir resistencia incondicional a los líderes objeto de esa estrategia, es poner el foco en las víctimas y no en los agresores, y confundir libertad de expresión con libertad de difamación es una perversión democrática de desastrosas consecuencias. ¿Queremos esto para España?”.
Como consecuencia, su segundo bloque de análisis se centra en “la sociedad española”:
“[D]ecidir qué tipo de sociedad queremos ser, y creo que nuestro país necesita hacer esta reflexión colectiva que dé paso a la limpieza, regeneración y juego limpio, no dejando que el fango colonice impunemente la vida pública, contaminándonos de prácticas tóxicas inimaginables hace apenas unos años. Apelo en consecuencia a la conciencia colectiva de la sociedad española, una sociedad que desde el acuerdo generoso supo sobreponerse a las terribles y profundas heridas del peor de sus pasados”.
Después de la inusual y emocional referencia a la Constitución Española como “acuerdo generoso”, perfila aún más la responsabilidad de los ciudadanos, y por perfilar se refiere a localizar al enemigo que amenaza al mundo:
“Apelo a la sociedad española a ser ejemplo e inspiración para un mundo convulso y herido, porque los males que nos aquejan no son exclusivos de España, forman parte de un movimiento reaccionario mundial que busca imponer su agenda regresiva mediante la difamación y la falsedad, el odio y la apelación a miedos y amenazas que no se corresponden ni con la ciencia ni con la racionalidad. Mostremos al mundo cómo se defiende la democracia, pongamos fin a este fango, mediante el rechazo colectivo, sereno, democrático, más allá de las siglas e ideologías, que yo me comprometo a liderar con firmeza”.
En cuanto al tercer bloque, referido a la responsabilidad institucional, solo se refiere a él mismo como líder de esta solución y víctima mediática, comprometiéndose a liderar con firmeza ese cambio desde su cargo de presidente del gobierno.
Después de su discurso apelando por la dignidad y la democracia, no se permiten las preguntas de periodistas.
¿Qué podemos decir al respecto?
Sánchez se presenta como víctima de difamación y degradación en la vida pública española, lo cual es un enfoque bastante personal y emocional. Este tono puede ser percibido como un intento de desviar la atención de otros problemas o críticas hacia su gestión, incluso dentro del ámbito que él mismo critica, como los ataques personales o “de fango” de su partido a altos dirigentes del partido opuesto. Hubiera sido más completo su discurso añadiendo esos matices, pero no lo hace. Además, al enfocarse en su propia situación y partido que representa, podría restar credibilidad a su llamado a la unidad de todo el país y la regeneración política.
Por otro lado, Sánchez apela a la responsabilidad de la sociedad española en su conjunto, instándola a reflexionar y actuar para detener la «contaminación» de la vida pública por prácticas tóxicas y mentirosas. Sin embargo, al mismo tiempo, se autoproclama como el líder de este proceso de cambio, lo cual podría ser percibido como contradictorio con su llamado a superar las divisiones partidistas y trabajo en conjunto. Parece que es porque muchas personas le han apoyado en la calle en estos días; pero no significaría nada si somos consecuentes, pues ya Pedro Sánchez lo demostró con su ceguera hacia las manifestaciones, mucho más numerosas y en distintas ciudades, contra la ley de amnistía. Nuevamente, hubiera sido más completo su discurso añadiendo esos matices, pero no lo hace, y ya saben que el diablo está en los detalles…
Por otro lado, el “cambio de opinión” frecuente puede, de hecho, alimentar la propagación de bulos o la desinformación si no se comunica de manera clara y transparente el motivo del cambio de postura. La falta de coherencia en los discursos políticos, especialmente cuando se trata de temas sensibles o controvertidos, puede ser percibida como una forma de manipulación o engaño por parte de la ciudadanía. Otra vez, hubiera sido más completo su discurso añadiendo esos matices, como que muchos de los llamados “bulos” pueden ser cambios de opinión, hipótesis o conjeturas aún por investigar o enjuiciar. Pero no lo hace.
En consecuencia, estas incongruencias del discurso de Pedro Sánchez podrían tener implicaciones políticas significativas, incluida una mayor polarización y desconfianza en las instituciones democráticas (o siendo más exactos con su discurso, desconfianza hacia él). En un contexto donde la desinformación y los bulos son una preocupación creciente, los líderes políticos tienen la responsabilidad de comunicar de manera clara y coherente sus posturas y decisiones, así como de garantizar la transparencia y la rendición de cuentas en su actuar, teniendo siempre como referencia a las principales instituciones públicas encargadas, constitucionalmente, de proteger el orden jurídico y constitucional: los juzgados y tribunales. Todo esto lo pone en el “acuerdo generoso”.
Recuerde, estimado lector, los tres bloques sobre los que se ha organizado el discurso del que sigue siendo el presidente del gobierno. El primero, dedicado a la descripción en tanto víctima, y el tercero, dedicado a la responsabilidad institucional en dirigir el cambio, ya se han pronunciado; falta el segundo bloque y más importante: ¿qué hará el ciudadano? ¿Cuántas personas, en una plaza pública, serán las suficientes para representar la iniciativa por “la limpieza del fango”? ¿Cuáles podrían ser las dificultades o desafíos que surgirían si la movilización ciudadana se convierte en el principal motor para promover esa «limpieza del fango» en la vida pública? ¿Quiénes y qué formarán parte de ese “fango”? ¿Cómo se garantizará que esas movilizaciones sean inclusivas y representativas de la diversidad de opiniones y visiones dentro de la sociedad española? ¿O unos, por el marco de este discurso, ya serán la regeneración y otros formarán parte del “mal reaccionario que aqueja al mundo”? Como el lector observará, este artículo se ha propuesto no entrar en especulaciones sobre lo que esconde o quiere decir «entre líneas» el presidente del gobierno; pero lo cierto es, que para el ciudadano, deja abierto numerosísimas cuestiones y especulaciones que tendrá que resolver en favor de esa regeneración.
Me gustaría terminar citando a mi maestro y amigo Miguel Catalán, a quien se le echa de menos:
“La propaganda oficial ha insistido desde el origen del Estado en que la finalidad del gobierno es la ordenación de la sociedad y su progreso o bienestar, pero las cosas son exactamente al contrario. Estos beneficios sociales son el medio necesario para el mantenimiento de un individuo o grupo en la estructura de poder. Pues sólo el parasitismo que se hace grato alcanza la perfección. La beneficencia gubernamental al asegurar los alimentos y bienes básicos es tan poco benevolente como la maleficencia gubernamental; hacer el bien o el mal, decir la verdad o la mentira son motivos secundarios al principio rector y propósito último de toda potestad política: evitar la subversión. Maquiavelo explica el motivo primario del gobernante solícito al mostrar su compasión por aquel príncipe que tiene a la multitud por enemiga, ‘porque el que tiene como enemigos a unos pocos, puede asegurarse fácilmente y sin mucho escándalo, pero quien tiene por enemiga a la colectividad, no puede asegurarse, y, cuanta más crueldad usa, tanto más débil se vuelve su principado. De modo que el mayor remedio, en este caso, es tratar de ganar la amistad del pueblo’. Y a esa finalidad, ganar la amistad del pueblo, se han ordenado casi todos los dirigentes de la historia para su propia conservación”.
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